viernes, 29 de junio de 2018

LA ALJAMA JUDIA DEL COLMENAR



La presencia judía en Mombeltran es relativamente tardía, a diferencia de otras zonas de la península y de otras zonas cercanas y a pesar de la abundancia documental, estas juderías son poco conocidas. Las aljamas ó comunidades judías alcanzaron su esplendor hacia el siglo XV, cuando poblaciones de diversas comunidades de otros lugares de la geografía hispánica consiguieron llegar a esta zona de pueblos fortificados y de relativa paz frente a las persecuciones antijudías que se daban en el resto del reino castellano. Y alcanzan la categoría de aljamas contando con todas las instituciones necesarias para desarrollar una vida plenamente judía : sinagoga, rabino, cementerio, carnicería, escuela talmúdica…así como gobierno propio que también tenía competencias en otras comunidades cercanas dependientes de ella.

Como en otros lugares del territorio peninsular, la relación con los cristianos no fue fácil en ningún momento y a menudo injusta y humillante. Es evidente que al ser El Colmenar una de las localidades de mayor poder adquisitivo y consumo, mejor defendidas y únicas con mercado y feria atrajo a un buen número de judíos. También se sentían atraídos por las ocupaciones que ellos dominaban como eran la recaudación de impuestos y las labores de escribanía, estando bien considerados por el noble de turno.

Mombeltrán o Colmenar de Arenas tuvo el privilegio de contar con la mayor población judía del Valle Tiétar abulense. Cuando en 1181 Alfonso VIII lleva los límites del concejo de Ávila hasta más allá de los cauces del Alberche y el Tiétar y deja la zona del Barranco finalmente bajo el dominio cristiano, se produce la repoblación de la zona, en la que probablemente empieza a asentarse los primero judíos.

Las juderías documentadas del Valle del Tiétar son: La Adrada, Mombeltrán (Colmenar de Arenas), Arenas de San Pedro, Candeleda y Navamorcuende. Tal fue el crecimiento de estas comunidades a lo largo del siglo que pudieron constituirse como aljamas. Todo indica que las comunidades y villas de esta zona sufrieron un fuerte impulso económico tras la protección dada por Enrique IV en 1464 a las actividades agrarias, ganaderas y mineras, así como a la reactivación de comercio lanar con la concesión de ferias y mercados, lo que contribuiría a un aumento del poder adquisitivo de esta comarca, y por tanto, un polo de atracción a la población judía que era expulsada o huía de otras zonas de la península.
Muy a menudo aparecen como dueños de casas que alcanzaban precios altísimos, sin duda por el desfase entre la disponibilidad de viviendas y el fuerte aumento de población del momento pero, también, por tratarse de edificios de notable valor provenientes, posiblemente, de expropiaciones ante la falta de pago de impuestos o devolución de préstamos. Serian odiados por su actividad de prestamistas la cual practicaban con usura. En término de actividad agrícola de la comunidad judía se reducía, casi exclusivamente, al cultivo de viñedos y no el de cereales. En algunos casos, cedidos en renta y en otros explotados directamente. También se encargaban de cobrar el portazgo del puerto del Pico y el montazgo de Ramacastañas, mas tarde el de Arroyo-Castaño muy rentables y deseados por encontrarse en cañada real.

Al ser entregada en 1461 la villa a Don Beltrán de la Cueva, el rey la otorga “con todos los vasallos así cristianos como moros e judíos que agora ahí viven e moran e vivieren moraren de aquí en adelante en dicha villa de Colmenar e su tierra”. Con el señorío y protección de Don Beltrán de la Cueva la judería aumenta notablemente, según se concluye por el aumento de los repartimientos tributados por la comunidad judía hasta la fecha de la expulsión.  En 1464 a la judería de Colmenar de Arenas se la concede el título de aljama, lo que pone en relieve su importancia e influencia económica en la zona. Desgraciadamente hasta el día de hoy no hay noticias de en donde se pudieron localizar donde estuvieron lugares importantes para la comunidad judía como su sinagoga o su carnicería. Enrique IV concedía a don Beltrán de la Cueva, por nueve años, las alcabalas y tercias de La Adrada y las tercias de Mombeltrán con el servicio y medio servicio de las aljamas de los judíos.

Según la tradición popular, pues no hay documentación que lo acredite, el barrio judío se situó en torno a la Plaza de la Viña Vieja (de la Corredera), con el fin de aprovechar el mercado que allí se celebraba. Los judíos ocuparían profesiones como la de lañadores, cesteros, tejedores, guarnicioneros y tenderos. En Mombeltrán los judíos negociaron además con paños y sedas.
Es curioso el documento fechado en 1448 en el extraño nombre de un vecino de Colmenar y con el cargo de “Lugar del Maestre”, Pedro González Abenhiben, daba poder al bachiller Ruy López Beato, vecino de Ávila, para que cobrase ciertas deudas en su nombre, lo que prueba el amplio radio de acción de la actuación de los prestamistas de esta villa. Es de destacar que en cuanto a su población judía la aljama de El Colmenar (Mombeltran) fue muy superior a la de Candeleda, doble que la de Arenas y por encima de la de La Adrada. Con el señorío y protección de don Beltrán de la Cueva debió de aumentar notablemente la judería.


Nos encontramos pues ante la más importante judería del Tiétar abulense. En 1464 era considerada aljama, lo que evidencia su importancia, número de miembros e influencia en la zona. El riachuelo Vita recuerda su estancia. En 1393 se le concedía al pueblo una feria y mercado para “que se pueble y haga mejor”. Pero, mientras que a las demás cabezas de partido se dejó libre la elección del día de la celebración, a Mombeltrán se le fijó en sábado. Fue un error, pues en tal día también lo celebraba Arenas y los judíos no acudían a comerciar por ser de descanso religioso, por lo que hubo que trasladar la celebración. Efectivamente, en 1465, cuando la comunidad debía de tener un notable peso en la economía local, Enrique IV cambiaba y le otorgaba “un mercado franco cada jueves”.

El pueblo veía en el judío al que se enriquecía a su costa, habilidosos embaucadores de reyes. Eran los odiados representantes del Estado, encargados de extraerles los impuestos. Y la usura. Durante siglos el judío prestaba al 100% anual. La expulsión de los judíos de España fue ordenada en 1492 por los Reyes Católicos mediante el Edicto de Granada con la finalidad, según el decreto, de impedir que siguieran influyendo en los cristianos nuevos para que éstos judaizaran. La decisión de expulsar a los judíos –o de prohibir el judaísmo está relacionada con la instauración de la Inquisición catorce años antes en la Corona de Castilla.

No hay un consenso entre los historiadores sobre la causa principal que llevaría a la expulsión de los judíos. Según Luís Suárez la principal causa era el deseo de unidad religiosa, objetivo prioritario de los Reyes Católicos. Según Domínguez Ortiz la expulsión de los judíos fue la creencia de que mientras hubiese sinagogas en España los conversos estarían tentados de judaizar de nuevo. Este historiador opina que los reyes no buscaban lucrarse con los bienes confiscados a los judíos, recompensa muy golosa, sino que procuraban que se convirtieran el mayor número posible de judíos al cristianismo y no pusieron obstáculos para que se devolvieran sus bienes a los que regresaban posteriormente y se convertían al cristianismo. Como pasa en muchas ocasiones a la hora de estudiar historia, posiblemente no haya una causa principal a la hora de explicar la expulsión de los judíos de 1492. Seguramente hubo una confluencia de causas: unidad religiosa, confiscación de bienes, evitar la judaización,…, que llevaron al decreto de expulsión de los judíos.
La expulsión de los judíos de España en 1492 durante el reinado de los Reyes Católicos no es una situación que vino de repente. Los reinos peninsulares de España habían heredado de la Edad Media una diversidad étnica y religiosa fruto de la reconquista y de la diversidad ya existente en los reinos cristianos. Este pluralismo se traducía en una singular convivencia entre los distintos grupos religiosos, que en ocasiones no era nada fácil. A partir del siglo XIV la situación empeoró. La situación de los judíos en España se fue haciendo cada vez más difícil. El sentimiento de intolerancia crecía de los cristianos respecto a las minorías religiosas. Todo ello acabó con la creación de la Inquisición y con la expulsión de los judíos de los reinos hispánicos peninsulares.

Con el edicto de expulsión, parece que la comunidad judía del Colmenar de Arenas se embarca en su mayoría camino de Marruecos atravesando Andalucía, aunque también consta que alguno se fue a Portugal. Un documento de Cuéllar cita los maravedíes que correspondieron al duque de Alburquerque, confiscados a los herejes de El Colmenar (Mombeltrán) hasta 1496, cuyo monto ascendió a 179.223 mrs.

En el archivo de Mombeltrán queda la cédula y órdenes de la expulsión y el proceso para saldar las deudas antes de marchar. Por real cédula de 14 de octubre de 1494 le eran concedidos al duque de Alburquerque los bienes que dejaron los judíos expulsados. Con la expulsión o conversión forzosa, la unidad religiosa era una realidad, al menos en teoría. Desde entonces, una persona fuera de la Iglesia era un sujeto fuera de la ley.


Bibliografía
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CHAVARRÍA VARGAS, J. A., Toponimia del Alto Tiétar (Ávila-Toledo) en el Libro de la Montería de Alfonso XI. Madrid-1999
LACAVE, J. L., Juderías y sinagogas españolas. Madrid-1992,
LEÓN TELLO, P., Judíos de Ávila. Avila-1963.
TEJERO ROBLEDO, E., Arenas de San Pedro, Andalucía de Gredos, Burgos,1975
LUIS LÓPEZ, C., Aportación al Estudio del Estado de la villa de Candeleda en la Edad Media. Avila-1994
BARRIOS GARCIA, A., LUIS CORRAL, F., y RIAÑO PEREZ, E., Documentación medieval del archivo municipal de Mombeltrán (1346-1499). Avila-1996.
MARTIN GARCIA, G., Mombeltrán en su historia (Siglo XII-Siglo XIX). Avila-1997.
TEJERO ROBLEDO, E., Mombeltrán, historia de una villa señorial. Madrid-1973,
BALLESTEROS, E., Estudio histórico de Ávila y su territorio. Avila-1896.
LADERO QUESADA, M. A., “Las juderías de Castilla según algunos “servicios” fiscales del siglo XV” en Sefarad (1971)


jueves, 10 de enero de 2013

CABRA MONTES EN EL BARRANCO-TOROZO-GREDOS ORIENTAL


Subo a buen paso camino de la cumbre del Torozo. La nieve ya ha hecho acto de presencia en las cumbres. Elegantes crestas de granito cortan los cielos del Torozo, e invitan a recorrer sus rincones más solitarios, sus canales vertiginosas, alpinas, abruptas y sobrias como las monteses que saltan por los riscos o se pierden entre los piornos. El comienzo del año nos presentan los rigores invernales en su máximo apogeo. Sus preludios ya aparecieron en otoño, apagando el colorido otoñal y avisando de que días difíciles llegarían.

Foto realizada por mi buen amigo Santos Jimenez.

Meses atrás, con la llegada de los primeros fríos de octubre se despertó el instinto de perpetuar la especie para las cabras monteses. Es en otoño cuando se inicia el celo de las monteses y los grandes machos salen de sus recónditos refugios veraniegos ya con el pelaje negro característico del invierno, siendo los machos de más edad los que lucen un manto negro más amplio sobre su cuerpo. Al igual que en la mayoría de especies, los individuos son más cautos a medida que van cumpliendo años, pero cuando llega la hora de aparearse, dejan a un lado toda precaución en pos de que sus genes estén presentes en los futuros individuos de la especie.

En ese periodo de tiempo, en las más altas cumbres de nuestras sierras, comienza un espectáculo sin parangón. Los machos monteses segregan un almizcle con un olor tan penetrante que si están cerca casi se les podría seguir el rastro con el olfato. También se orinan cuando se acercan a galantear a las hembras receptivas, siendo esta orina muy concentrada, aumentando así el olor por todo su cuerpo. Por aquel entonces, los activos machos monteses hervían por las fiebres del celo, sobre todo en noviembre, cuando las peleas y la movilidad de estos por las hembras eran mayores. Con el paso del tiempo se fueron apagando estos ardores, siendo ya inusual que a finales de la afable Navidad encontremos aún airosos combates.


 Se rompen ahora los vínculos sociales de los machos, que se vuelven muy agresivos entre sí para conseguir los favores de los harenes de hembras. Empiezan a escucharse en lo más profundo de la sierra unos estremecedores trallazos que no son otra cosa que los combates de los machos pletóricos de fuerza por la otoñada y ardorosos por los amoríos. Estas luchas se dirimen a topetazos y si el combate se produce entre dos grandes machos muy igualados pueden durar horas y acabando ambos contendientes extenuados. Curiosamente el macho más poderoso es el que aguanta normalmente las tarascadas del macho retador que lleva la iniciativa.

Los machos jóvenes son los primeros en manifestar sus ansias de aparearse llegando a montarse unos a otros en los ardores del celo y retando reiteradamente a sus congéneres de más edad. Estas situaciones suelen acabar con una buena “paliza” para los jovencitos más atrevidos, pero en ocasiones la cosa no acaba de la forma esperada. Si un grupo de machos más o menos bien avenidos se cruza con un gran macho, quizá en el ocaso de su plenitud, las agresiones hacia el macho solitario seguro que no se hacen esperar. Cuando una hembra se encuentra receptiva, los machos la persiguen adoptando una pose característica: cabeza baja con el cuello estirado hacia delante y sacando la lengua como si estuvieran haciendo burla –“hacer el feo”, se dice–. Ante esta presión, las hembras propinan topetazos a los acosadores hasta que por fin se produce la cópula, que es extremadamente rápida y se repite en varias ocasiones.


Durante enero, mes en el que las bajas nevadas lamen los llanos, tanto la fauna como la flora parecen ya definitivamente ausentes de nuestras serranías. Sin embargo, puedo distinguir en la cima del Risco de las Monteses  la altiva y estoica estampa del macho montés, imperturbable frente a la agresividad de casi todos los agentes climáticos, se recorta encima de los riscos y nos ofrece una reconfortante nota de calor en medio del desolado pero bello paisaje invernal.

El espíritu de este macizo de Gredos podría estar representado por la cabra montés.  Impregna nuestra cultura desde tiempos prehistóricos, como se puede comprobar en múltiples pinturas rupestres y en la gran cantidad de topónimos que se reparten por todas nuestras sierras.  En la antigüedad la cabra montés llegó a utilizarse en la simbología de las ciencias ocultas y algunas partes de su cuerpo como remedios medicinales. La cabra montés es una de las especies más interesantes de la Península Ibérica, no solo desde el punto de vista biológico, pues es considerada un endemismo ibérico, sino por los avatares históricos que ha sufrido en los últimos siglos. 

  
 La cabra montés es un animal robusto, ágil, con un marcado dimorfismo sexual. En ejemplares adultos la altura en la cruz puede llegar a los 90 cm en los machos y 70 cm en las hembras. El peso corporal puede acercarse a los 100 kg en los machos.

El color básico del pelaje es el canela cervuno en el verano y ante sucio en invierno. En el vientre y parte posterior de las patas anteriores y la parte interior de los cuatro muslos el color del pelo es muy claro, casi blanco. Pero lo más característico del pelaje de la cabra montés son las manchas negras, cuya superficie varía con la edad, especialmente en los machos. Los jóvenes de ambos sexos tienen pelo negro en la parte delantera de las cuatro patas. En los machos se va extendiendo con la edad hasta ocupar permanentemente el 45% de la superficie, en el vientre, lomo, cuello, cabeza y hombros, y aumenta hasta cubrir casi todo el cuerpo de los machos viejos en invierno.


 Los cuernos son huecos, con una funda córnea que envuelve un soporte óseo que es prolongación del hueso frontal, por lo que son permanentes y crecen con la edad. En los machos pueden llegar al metro de longitud aunque los valores medios están en torno a los 80 cm. Por su parte, las hembras tienen cuernos bastante más pequeños y alcanzan en el estado adulto una longitud media que oscila entre 20 y 29 cm. La forma de los cuernos de los machos es bastante variada. Como norma general forman una espiral, que no llega a completar la primera vuelta. La mayor o menor separación y el número y posición de los puntos de inflexión determinan la forma final. Las más típicas son la forma de lira de la cabra de Gredos.

La cabra montés es un animal herbívoro que es capaz de alimentarse de una gran variedad de especies, tipos y partes de vegetales: hierba, ramas, hojas, yemas, acículas, líquenes… a pesar de que siempre se ha dicho que es una especie muy selectiva. En zonas concretas se han diferenciado más de 300 especies que intervienen en su dieta. Evidentemente la cabra selecciona el alimento en función de la calidad y la disponibilidad del mismo. Si dispone de praderas con especies con alto contenido proteico se alimentará en ellas. También está muy adaptada al ramoneo, con una boca estrecha y dientes incisivos pequeños para alcanzar las hojas más tiernas de las encinas o labiérnagos y madreselvas.


En casos de hábitats pobres con matorrales degradados también aprovecha especies poco palatables como el romero o la hiedra, mientras que en zonas pedregosas o de canchales consolidados hace muy buen uso de las plantas rupícolas. Esto implica una gran adaptación al medio, que está condicionado por otros factores diferentes a la alimentación. En Gredos es muy difícil encontrar machos mayores de doce años, ya que su longevidad está condicionada a la permanencia de su dentadura, y aquí en esta Sierra se les desgasta seriamente al ser sus terrenos de suelo arenoso o granítico.


 Los caracteres que presentan adaptación a la altura  como son el fino sentido del equilibrio, el tamaño relativo del corazón o el más característico de la pezuña, son factores que le confieren ventaja en la montaña frente a otros herbívoros y predadores, simplemente por la abundancia de áreas pedregosas que hay en las zonas más elevadas. La pezuña es el elemento más significativo de la adaptación de la cabra a este hábitat rocoso. Tiene la punta de material córneo duro. La planta y talón son más maleables y capaces de adaptarse perfectamente a la mínima rugosidad de la superficie. No presentan membrana interdigital, lo que le confiere mayor maniobrabilidad entre las rocas y la desventaja de la dificultad de andar sobre la nieve. Si además se añade la funcionalidad de los dedos segundo y cuarto, que pueden actuar como talones por su disposición, resulta que la adaptación es perfecta para moverse por zonas rocosas gracias a sus 16 puntos de apoyo independientes capaces de adaptarse a cualquier superficie.


 Cuando nacen los cabritos en plena primavera, normalmente en parto único tras cinco meses y medio de gestación, son cuidados y amamantados por su madre, cuya leche es el principal aporte alimenticio hasta los tres primeros meses de edad. Los primeros días se encuentran solos con su madre, que los defiende de predadores naturales como el zorro y el águila real y de las posibles inclemencias del tiempo.

En primavera  los machos viejos son los primeros que bajan de las alturas para comer los primeros brotes de hierba tierna. Con el calor, estos machos buscan refugio en las gargantas estrechas donde hay rincones escondidos o cuevas frescas que les protegen del sol durante el día. Suelen agruparse en grupos de sexos que pueden superar incluso los 30 individuos: los machos por un lado y las hembras junto con los jóvenes, por otro. En los rebaños de machos no hay cooperación ni jerarquía social, mientras que el grupo de las hembras  parece estar mandado por una adulta experimentada. Los individuos solitarios suelen ser raros, normalmente machos viejos que han perdido su poderío. Estas agrupaciones se desbaratan en tiempo de celo en el que se forman rebaños mixtos.

Aun cuando se trata de una especie esencialmente polígama, de modo que un solo macho es el que fecunda a un grupo de hembras, del que se hace dueño tras enfrentarse a topetazos a sus competidores en unos espectaculares combates, los casos de poliandria en los que una hembra es fecundada por más de un macho no son raros. Durante la época de celo el macho apenas come y centra sus actividades en la apetencia sexual.


 Los hábitos de la especie son fundamentalmente diurnos y crepusculares. En verano pasa las horas centrales del día descansando y refugiándose del sol. Tiene el olfato, vista y oído muy desarrollado.  Se mueve con facilidad por las paredes rocosas de increíble verticalidad, gracias a la peculiaridad de sus pezuñas, cuya superficie interna es antideslizante, lo que le evita los resbalones, mientras que las puntas de las pezuñas, que además carecen de pliegue interdigital, son muy duras y agudas, por lo que pueden agarrarse a las rocas.

 DATOS DE LA ESPECIE
- Longevidad: Puede alcanzar los 20 años, pero lo normal es que sea de unos 15 años.
- Celo: A principios del invierno (noviembre-diciembre) en el que tiene lugar duros combates entre los machos  contendientes. El celo dura unos 50 días.
- Gestación: Unos 5 meses.
- Época de parto: De abril a mayo.
- Parto: La hembra se retira a un lugar aislado y apartado, donde da a luz, permaneciendo en compañía del cabrito durante varios días. Los cabritos a las pocas horas de nacer están en condiciones de levantarse y poder seguir a la madre.
- Número de crías por camada: Una. A veces dos (un 20 % aprox.).
 - Duración de la lactancia: Se prolonga hasta que la hembra queda preñada de nuevo (a los 5 ó 6 meses) del alumbramiento, pero a los 7-10 días y el cabrito ya es capaz de ingerir alimento.
 - Madurez sexual: La hembra a los 18 o 24 meses, pudiendo parir todos los, años  hasta los 10 ó 12 años de edad. Los machos son fecundos a los 2 años aunque con difíciles posibilidades de copular.
 - Alimentación: Esencialmente fitófaga, come todo tipo de alimentos vegetales y en invierno y época de escasez incluso cortezas y ramas. Muestra gran apetencia por la sal. Normalmente no tienen necesidades de beber agua, bastándole con el de las plantas y el rocío, aun cuando se ha comprobado que tras grandes esfuerzos como huidas, se acercan al agua a abrevar.
 - Hábitats: Esencialmente rupícolas, defendiéndose bien sobretodo en media y alta montaña. En verano sube a las  partes más altas y en los sitios más escarpados, descendiendo un poco en invierno, aunque sin llegar a los valles.
 - Huellas: Debido al borde blando interno de la pezuña, las huellas aparecen impresas marcadas únicamente el borde externo, lo que la diferencia claramente de los cérvidos que también marcan el borde interno. La medida de la huella del macho es de uno 8 cms de largo por 4-5 cms. de ancho
- Excrementos: Varia ligeramente de aspecto y textura, en función de la dieta, aun cuando siempre aparecen agrupados al detener su marcha el animal para defecar, siendo cilíndricos y miden aproximadamente 1 cm. de ancho y 1,5 –1,8 de largo. Debe de tenerse presente que estos montones de excrementos a los pocos días, u horas de ser depositados pueden esparcirse por las pisadas del propio animal u otras especies, así como por la propia acción de los factores meteorológicos.
 - Otros rastros: Al carecer la cabra montes de incisivos no corta los tallos y ramas con los dientes, sino que los desgarran por el esfuerzo que produce el bocado del animal sobre la planta, la que adquiere una peculiar forma deshilachada en su corte.
 - Dimorfismo sexual: Además de diferenciarse por la cornamenta y tamaño (mayor el macho), este último luce también una ostensible barba en forma de perilla, la que falta en las hembras. La hembra puede confundirse con machos jóvenes.

 Los cuernos del macho son gruesos, rugosos y nudosos y normalmente tiene forma de semicírculo dirigido hacia atrás, pudiendo medir de 75 a 135 cm.; mientras que los cuernos en las hembras son mucho más reducidos en tamaño, no sobrepasa los 40 cm., son menos rugosos y más delgados y débiles. A diferencia del ciervo no se desprenden anualmente, sino que acompañan al animal durante toda su vida. 


La edad de los machos puede medirse por los anillos de crecimiento anuales, llamados medrones, hasta los 8 ó 10 años, en que disminuye su crecimiento, para estabilizarse a los 14 ó 15 años. Otras partes del cuerno de la cabra  montes son los llamados surcos de crecimiento y los nudos de adorno, que se desarrollan entre los nudos de crecimiento (normalmente 2, aunque también pueden ser 1 ó 3).  Fuerza física impresionante, asombrosa adaptación al medio serrano, fino oído y aguda visión son algunas de las prestaciones de este ungulado todo terreno que ha sido exitosamente diseñado por la evolución para llegar a ser, sin duda alguna, emblema de nuestra fauna de montaña.

martes, 8 de enero de 2013

EL EFECTO FOEHN EN EL BARRANCO


Las nubes gustan de amontonarse alrededor de los riscos más altos. Se elevan y envuelven todos los salientes y el Torozo acaba por coronarse con un turbante de nubes. Cuando las gentes del Barranco ven desaparecer el Torozo bajo un monton de nubes ya saben la fiesta que se les avecina. Es el efecto Foehn.

Si hay un fenómeno curioso, conocido en todo el mundo pero de carácter local es el efecto Foehn. Un mecanismo atmosférico que puede tener consecuencias importantes en el confort térmico del valle. Las condiciones de temperatura en el fondo de los valles suelen ser muy caprichosas, depende de la orientación del valle, de su profundidad, de su morfología, etc… Además las situaciones metereológicas estables pueden hacer aparecer inversiones de temperatura que rompen los esquemas del comportamiento térmico normal de la atmosfera. Así el fenómeno Foehn puede provocar peligrosamente en muy pocas horas caídas bruscas de la humedad de los valles.

Esta situación meteorológica muy sorprendente para cualquiera que las haya experimentado consiste en un ascenso súbito y anormal de las temperaturas y una caída en picado hasta niveles bajísimos de la humedad relativa en el fondo del valle.

El efecto Foehn va siempre asociado a un flujo de viento que se dirige hacia la ladera de barlovento (Sotavento:Laderas resguardadas del viento que tienen menos precipitaciones.Barlovento: Laderas expuestas al viento que tienen mayores precipitaciones) de una montaña. Tras llegar a esta ladera, dicho flujo se ve forzado a ascender lo cual produce la condensación del agua que contiene la masa de aire húmedo. Se forma entonces una nube que da lugar a precipitaciones. El viento foehn o föhn (nombre alemán tomado de un característico viento del norte de los Alpes) se produce en relieves montañosos cuando una masa de aire cálido y húmedo es forzada a ascender para salvar ese obstáculo.


Esto hace que el vapor de agua se enfríe y sufra un proceso de condensación o sublimación o inversa  precipitándose en las laderas de barlovento donde se forman nubes y lluvias orográficas. Cuando esto ocurre existe un fuerte contraste climático entre dichas laderas, con una gran humedad y lluvias en las de barlovento, y las de sotavento en las que el tiempo está despejado y la temperatura aumenta por el proceso de compresión adiabática. Este proceso está motivado porque el aire ya seco y cálido desciende rápidamente por la ladera, calentándose a medida que aumenta la presión al descender y con una humedad sumamente escasa. El efecto foehn es el proceso descrito en las laderas de sotavento y resulta ser un viento "secante" y muy caliente.


Con mucha frecuencia, toda la humedad procedente de las laderas de barlovento no se convierten en nubes y lluvia sino que gran parte de esas nubes pasan hacia el lado de sotavento, donde se “desparraman” en un proceso totalmente inverso al que ocurrió en barlovento. En efecto, las nubes orográficas que descienden por el lado de sotavento se calientan y desaparecen al llegar a cierta altura cuando se supera la temperatura del punto de rocío.

Se forma así un tipo de nubes estables que forman una especie de “techo” en el que los contrastes de temperatura pueden ser muy fuertes con una variación de altura muy escasa. Este efecto climático se puede apreciar claramente en la Cordillera Cantábrica así como en la sierra de Gredos, en los Pirineos, en alguna de las Islas Canarias y algunos riscos.




Los vientos foehn son célebres entre los montañeros en los Alpes, especialmente entre aquellos que asciende a la cara norte del Eiger, para quienes los vientos de este tipo añaden más dificultad al ascenso a una cumbre que ya de por si es complicada. En los pueblos del Barranco, situados en una ladera de la sierra de Gredos (Sector oriental-Torozo) se da este fenómeno aunque allí los lugareños lo denominan simplemente "vela" o "veleta".

Estos fenómenos dan lugar, en ocasiones, a una acumulación de precipitaciones importantes, como suele ocurrir en el área geográfica del Barranco, en donde el indice de pluviosidad se situa entre las más altas de la peninsula. Así la especial orientación del macizo del Torozo junto con las sierras que conforman el valle hacen que los vientos del oeste y suroeste, cargados de humedad, se vean obligados a ascender por la ladera de barlovento. Al verse obligados a ascender todo el vapor de agua contenido en la masa de aire en ascenso se transforma en copiosas precipitaciones que dan como resultado un valle fértil, con un microclima especial en donde proliferaran los cultivos y las masa forestales. De todos los contrastes de vegetación el más importante en su conjunto es el que produce la diferencia de exposición a los rayos solares. Estas diferencias pueden apreciarse de manera total en las dos vertientes del macizo del Torozo y de toda la sierra.   En los valles los arboles frutales, los cultivos, las praderas opulentas; al otro lado solo se ven bosques y pastos.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

TOROZO- LA PIEDRA MÁGICA DEL BARRANCO



Es primavera avanzada. Cae la tarde y a través de la niebla emerge la mole del Torozo con su inagotable poder de seducción. Entre luces y penumbras, los bosque abrazan el mito vettón. Baja en torrentes el agua por las diversas gargantas del macizo y ya se pueden escuchar los cantos de los mirlos, las grullas, las golondrinas dando lugar a orquestaciones naturales que evocan a los dioses, a los robles, al cielo y las sombras.

Pronto llegara el solsticio de verano. La noche mas corta del año está a punto de producirse. Noche en que el poblado vetton de Fuente Blanca, alla oculto en una cuerda montañosa del Barranco se dispone a rendir culto a la divinidad solar, el astro indispensable para el desarrollo de la vida, representado por el fuego. El resplandor de las hogueras ilumina la danza salvaje de las  vírgenes vettonas secundadas por vigorosos jóvenes guerreros. Es la fiesta pagana, que a la vera del Torozo se repite una vez más. Es la danza que se remonta a muchos miles de años atrás, es el culto a la naturaleza, a la fuente de la vida.




Aún recuerdo la primera vez que pisé lo que identifique como el castro vetton de Fuente Blanca y aún hoy cada vez que vuelvo a pisarlo, y eso que van unas cuantas, siento la misma sensación que entonces, es como si un trozo de historia impactara contra ti y te vinculara de un modo tal, que pasaras a formar parte de todo lo que el tiempo y la naturaleza han conservado en este mágico lugar a pesar de que el 28 de Julio de 2009 fue arrasado duramente por un nefasto incendio que hace practicamente irreconocible el lugar. 


Es uno más de los muchos vestigios que salpican la geografía castellano-extremeña y que se resisten a desaparecer en una batalla desigual contra el tiempo y el olvido después de mas de 2000 años.Su ubicación cerca del manantial que le da nombre al castro, sobre un cerro a más de 1.200 metros y su estratégica situación dominando el Barranco y teniendo hacia el norte la mitica mole del Torozo y al oeste facilmente distinguible el monumental Cervunal y la cuerda del Amealito.





Seguramente durante el rito de la danza evocarian a la divinidad de IIurbeda divinidad de origen vetton bien conocida y relacionada directamente con la montaña y fundamentalmente con los pasos o caminos de montaña, una divinidad a la que se invocaría para ser protegidos en sus tránsistos ganaderos por los puertos de montaña.

domingo, 19 de abril de 2009

SEÑORIO Y VASALLAJE - ROLLOS DEL BARRANCO

Testigos de un pasado, fríos y altivos, e indestructibles a pesar del decreto del 26 de mayo de 1813 por el cual “se debían demoler todos los signos de vasallaje”, ahí siguen. Aparecen normalmente en un punto elevado o elevados en unas gradas de piedra, a un lado del camino, arrogantes y desafiantes. Elementos disuasorios para vagamundos, mercaderes, malhechores, falsificadores, etc…, signos de advertencia del señor que mandaba en las tierras que pisabas. Aviso a los visitantes de que hay en la villa una autoridad que vela por el común. Símbolos de una sociedad que se sustentaba en las relaciones de señorío y vasallaje.

Símbolos de jurisdicción, hoy son monumentos desde el plano histórico y estético siempre de primer rango que los pueblos del Barranco tienen ineludiblemente que conservar ya que los ejemplares que hoy todavía existen son símbolos de las exenciones y libertades conseguidas esforzadamente por los moradores de los lugares hace dos, tres, …cinco siglos, y su destrucción, activa o pasiva, a nadie, ni a ninguna causa beneficia.

Se solían ubicar a las entradas de las villas y generalmente en la vía mas concurrida. El levantamiento del rollo, previa autorización real, se daba bajo tres circunstancias: la creación de villas, la concesión de villazgo y el cambio de jurisdicción. Aparecen vinculados a la aparición de los señoríos. La falta de consolidación del poder real en los siglos XIV y XV propicia la titulación de nuevas villas y el crecimiento por consiguiente de los señoríos.
Ya desde los primeros tiempos de la Reconquista, en la zona comprendida entre el Duero y la cordillera Central y mas tarde la línea del Tajo, surgen multitud de aldeas para repoblar lugares yermos, ocupados precariamente. Según avanzaba la Reconquista también lo hacia la población de nuevos lugares o la repoblación de antiguos asentamientos, a los que se les dotaba de fueros, prerrogativas de organizar mercados. El pago que el Rey daba en tierras y poblaciones a nobles, obispos y señores por contribuir a la causa, conllevaba el derecho de hacer justicia en nombre del Rey, explotar montes, madera, caza, pastos, molinos, pesquerías, roturar tierras, pagar menos impuestos y organizar ferias y mercados.

Cuando una de estas poblaciones crecía más que las de alrededor pasaba a obtener el titulo de villa y con ello el derecho de ejercer justicia en la comarca. El caso de la Villa de Mombeltrán en el Barranco es un ejemplo claro de este fenómeno. Lo primero que hacia una nueva villa era levantar horca, picota y cuchilla, así como nombrar jueces y autoridades locales. Otro tema era el hecho de que la justicia administrada en ese rollo era sólo para los villanos, nunca para la nobleza o los eclesiásticos, por lo que con el paso del tiempo el rollo comenzó a convertirse en un símbolo de opresión del pueblo.

Estamos hablando de tiempos en que la justicia residía en el pueblo, al tener este derecho a gobernarse por intermedio de sus elegidos, el municipio tenía sus propios tribunales, que se encargaban de asuntos en materia de daños contra las personas, la moral, el consumo y la propiedad, tales como la integridad física la prostitución, el adulterio, los derechos de paso, las aguas, los arrendamientos, los salarios, los comunales, los ganados, los pesos, los precios, las medidas, la calidad y conservación de los alimentos.

En esta época prolifera la construcción de rollos, esmerándose los canteros, por mandato del señor, en la vistosidad, opulencia y arrogancia de la obra terminada. La tipología de los rollos es muy variada, a partir de unos elementos básicos: una columna cilíndrica o poliédrica, plantada directamente en el suelo o sobre gradas, coronada por un capitel del cual nacen varios salientes a modos de brazos. En esta época (siglos XIV, XV) predomina el gótico en todo su esplendor y de ahí que los capiteles se adornen con cabezas de animales, más o menos fantásticos, a semejanza de las gárgolas de las grandes catedrales. En ellas se manifiestan los tremendos contrastes medievales: la fe y el oscuro mundo de los terrores, de la ignorancia y de la superstición. El predominio de las cuatro cabezas en los capiteles es ya latente en el ámbito litúrgico de la Biblia.

El grado de cumplimiento del decreto de las Cortes de Cádiz fue escaso siendo reiterado en 1837 por la reina gobernadora, Maria Cristina, en nombre de Isabel II. Es de suponer que, a tenor de lo legislado, de destruyeran bastantes ejemplares. Algunas villas, las menos cumplieron el decreto derribando los rollos, las demás los conservaron, como es el caso de las Cinco Villas del Barranco. En fecha 14 de Marzo de 1963 se promulgó un decreto todavía hoy en vigor, por el que se protegía a los rollos y picotas como monumentos menores, haciendo responsables de su conservación y restauración a los ayuntamientos que los tuvieran en sus términos.

La picota es más antigua que el rollo, y considerada la índole de su función penal antiquísima. El origen de esta palabra procede de la pica, porque como nadie ignora y la tradición nos informa, antes de que existiera la picota, se situaban al borde de los caminos las cabezas de los ajusticiados, cortadas a golpe de hacha por el verdugo y clavadas al extremo superior de unas picas cuya extremidad inferior se afianzaba en la tierra, costumbre cuya finalidad era la ejemplaridad.

Desde que hubo justicia humana, mucho antes del feudalismo, para aplicar ciertos castigos corporales a los malhechores, era muy útil algún poste y se utilizaba para ello un poste o tronco seco. La picota era el poste en el que se exponían los malhechores a la vergüenza pública o se les castigaba. Ya en el Libro de las Partidas de Alfonso X aparece legislada y es una de las penas leves aplicadas a los delincuentes para su vergüenza y castigo. Su función era la de servir para la exposición a la vergüenza publica de los reos, para azotarlos, e incluso para mutilar o ejecutar a los sentenciados y mostrar allí sus miembros amputados o sus cadáveres. Generalmente se puede afirmar que las picotas tenían una relación muy directa con la justicia municipal y con la vida de los mercados que periódicamente se celebraban, con lo que la mayoría de los castigos podían considerarse como menores. Siendo el rollo y la picota cosas en su origen distintas, por la fuerza de las circunstancias y los hechos, la fusión de ambas en un solo monumento visible se realiza probablemente durante el siglo XV. El primitivo madero o poste, después convertido en picota, dejó paso al rollo, el cual adsorbió las funciones de aquella; y como consecuencia, los conceptos y significados de rollo y picota se confundieron no sólo para el vulgo, sino también para los literatos y para los modernos tratadistas de materia jurídica.

El rollo y/o picota, “árbol de justicia” es símbolo de erección de ciudad y por tanto de jurisdicción penal. La picota, realizada en madera, tiene su origen a finales del siglo XIII, mientras que el rollo aparece a finales del siglo XIV. Convivieron juntos cada uno con su función hasta que las picotas fueron desapareciendo. La horca fue durante siglos la manifestación por antonomasia de jurisdicción penal alta y por eso suele mencionarse expresamente en los títulos de villazgo que se otorgaban a los pueblos. Levantar horcas significaba que en lugar se imponían penas de muerte. Morir ahorcado, cualquiera que fuese el instrumento penal utilizado, fue siempre considerado una de las mayores afrentas, pues la pena de horca ha sido tradicionalmente considerada una pena capital infamante para el delincuente y, por derivación para su familia. Por ello cuando esta pena fue incorporada a los distintos ordenamientos y fueros, el ahorcamiento tuvo siempre el carácter de una forma de muerte afrentosa e indecorosa y así no se imponía a los nobles, que recibían pena por decapitación en el cadalso, como en el caso del ilustrísimo don Álvaro de Luna, a quien el verdugo “paso el puñal por su garganta, e cortóle la cabeza e púsola en el garabato”.
En la actualidad llamamos rollo o picota a un mismo monumento si bien parece ser que existe una diferencia conceptual. El rollo solo se levantaba en las villas, mientras que la picota se erigía en todos los lugares. En el caso de las villas un mismo monumento manifestaba las dos funciones: penal y jurisdiccional. En los lugares que no tenían la categoría de villazgo, sólo la penal. Las villas podían ser de realengo, es decir dependiendo jurídicamente del rey directamente o de señorío cuando por decreto el monarca delegaba el poder jurisdiccional en un noble, que lo ejercía en su nombre.

Los rollos de los pueblos del Barranco son todas de un material tan abundante, bello y sólido como lo es el granito. Pasemos a continuación a efectuar una breve descripción de los distintos rollos jurisdiccionales de cada una de las villas del Barranco.

La Villa de Mombeltrán:

Al entonces El Colmenar le fue otorgada la categoría de villa y señorío por el Rey Enrique III en el año 1393. Señorío del Condestable Ruy López Dávalos con la denominación de Colmenar de las Ferrerias de Ávila. Mas tarde y por parte de Juan II recibió la villa dos confirmaciones, la primera fechada en Burgos, el 9 de Agosto de 1417 y la segunda desde Palencia, el 17 de Agosto de 1427. De Dávalos pasará por diversas manos: Infante D. Juan de Aragón, Orden de Calatrava, Álvaro de Luna, hasta quedar en 1461 en D. Beltrán de la Cueva el cual cambio el nombre por el actual de Mombeltrán. Mombeltrán fue el estado más extenso y rico en población pero ya en la segunda mitad del siglo del siglo XVII se emanciparon San Esteban, Las Cuevas y Villarejo. Un siglo más tarde lo haría tambien Santa Cruz.
Su picota, popularmente conocida como “la cruz del Rollo” se encuentra a las afueras del pueblo junto al camino de la Mesta o cordel. Se alza sobre una pequeña roca, de aspecto potente y bien conservada. El plinto es poligonal unido a la base por puntas de diamante. El fuste se compone de once medios tambores de grosor algo distinto y alcanza una altura de 2,80 metros. Dos cornisas sostienen un remate a manera de campana o piña rematada en una pequeña cruz. En su centro sobresalen cuatro canes que recuerdan a las gárgolas goticas.

Cuevas del Valle:

La carta de villazgo extendida por Carlos II en Cortes de Madrid, el 27 de Julio de 1695, bajo la inspiración del Duque de Alburquerque, D. francisco Fernández de la Cueva, marca el momento de su independencia de la villa de Mombeltrán. Desde es misma fecha tenía la facultad de poseer el símbolo material de levantar el rollo-picota. Su rollo se encuentra junto a la ermita de San Antonio, al inicio de la calzada del Puerto del Pico. Aislado sobre un roquero. Es de granito. Un plinto sostiene un fuste de nueve medios tambores de diferente espesor. Arriba sobresalen cuatro cabezas de un animal indeterminado. Estuvo coronada por una bola colocada encima de una pirámide. Hoy el remate se ha efectuado con un cono. Tanto por la época de su erección como por su arquitectura podemos considerarlo “rollo de decadencia” puesto que las libertades municipales van decayendo así como la calidad arquitectónica.

San Esteban del Valle:

A finales del siglo XVII los vecinos de San Esteban decidieron que había llegado el momento de independizarse de la villa de Mombeltrán, aprovechando la precaria situación de la Hacienda real, que trataba de recaudar dinero de la venta de todo tipo de jurisdicciones y cargos. De tal manera el 17 de Agosto de 1693 San Esteban consiguió el consentimiento del duque de Alburquerque que era un paso previo para convertirse en villa. Una vez realizado el pago a la Tesorería real de 1.400.000 maravedíes por el total de los vecinos fue posible obtener el Privilegio de Villazgo, expedido por el rey Carlos II el 30 de Agosto de 1693. Testigo de su independencia aun podemos observar el rollo-picota en el camino de San Andrés y carretera a Santa Cruz del Valle. Se alza sobre un basamento de tres gradas. El fuste es monolítico, columna pétrea ligeramente ahusada de 2,50 metros de altura. Tiene doble capitel dorico sobre el que se asienta un conjunto de piedra con cuatro cabezas salientes como de dragones y queda coronada en su centro con una piedra plana circular, carente de remate. Fue tallada en el año 1696.

Villarejo del Valle:

El 21 de Febrero de 1694 el rey Juan II firmó la carta de villazgo por la cual Villarejo, y después de haber depositado la cantidad de 560.000 maravedíes en la Tesorería real obtenía su independencia de la villa de Mombeltrán. A continuación el juez ordeno levantar una horca de madera en el sitio denominado “El Llano” que se halla por encima de la ermita de Nuestra Sra. de Gracia. Hoy el rollo-picota se alza en la cuesta del Rollo junto a la fuente. Posee un plinto cuadrado y fuste de cinco tambores. Tiene 2,40 metros de altura. Del sexto tambor sobresalen tres conos. Está rematada por pirámide con bola.

Santa Cruz del Valle:

El 24 de Diciembre de 1791 el rey Carlos IV concede a Santa Cruz la carta de villazgo que le otorgaba el derecho de constituirse como villa independiente de la villa de Mombeltrán. Se levanta el rollo-picota en 1792 y fue el último pueblo que consiguió la autonomia de Mombeltrán, no sin antes haber tenido grandes dificultades para la fijación de términos. Consta de basamento piligonal, fuste de dos diferentes cuerpos y capitel dorico. El remate piramidal es desproporcionado.



Bibliografía utilizada:

· José Mª. Ferrer , “El poder y sus símbolos” Guadalajara 2005
· Alfonso X el Sabio, “Las Siete Partidas”. Ed. De la Real Academia de la Historia. Madrid 1807
· Bernardo de Quiros, Constancio, “La Picota. Crímenes y castigos en el país castellano, en los tiempos medios. Madrid 1907.
· Bernardo de Quiroz, Constancio, “Rollos juridisccionales de Castilla, Madrid 1909.
· Conde de Cedillo, “Rollos y Picotas en la provincia de Toledo” Conferencia pronunciada en el Ateneo de Madrid el 22 de Marzo de 1917.
· Herrera, M, “Rollos y Picotas, símbolos de nuestra historia” – Nueva Alcarria, Guadalajara 2001.
· Oliver, Felipe, “Rollos y Picotas de Guadalajara”
· Marino Barbero Santos, “Rollos y Picotas en la provincia de Caceres” Trujillo 1983

miércoles, 21 de enero de 2009

Escorias en el Valle- El Martinete del Barranco.

Los "martinetes de cobre" eran industrias destinadas a la fundición y transformación del mineral de cobre utilizando la energía hidráulica. En estas fábricas de fundición se podían distinguirse dos secciones: el área de fundición del mineral en hornos y el forjado y elaboración de los calderos de cobre. Ambas funcionaban con energía hidráulica. Son varios los factores que explican la localización de estas industrias siderúrgica: la presencia de mineral de cobre, la corriente de un río para proporcionar energía y bosques abundantes que suministrasen carbón vegetal. Tanto el mineral como el combustible podían ser transportados desde lugares cercanos, cuanto más próximos mejor, sin embargo el agua no podía desplazarse.

El cobre es uno de los metales que más pronto se conocieron y utilizaron por el hombre, pues se encuentra en la naturaleza en estado nativo, es decir, mostrando sus características metálicas más relevantes. Es dúctil, maleable y suelda fácilmente, lo que permite fabricar muchos objetos de chapa e hilos muy finos. El punto de fusión es relativamente bajo (1.200 ºC) y presenta gran facilidad para formar aleaciones con muchos metales, como el estaño, cinc, plomo, plata, níquel, etc. El proceso de fundición del mineral de cobre era conocido desde la antigüedad. Se utilizaban pequeños hornos y la aireación se conseguía de forma natural (mediante oberturas en las paredes del horno) o forzándolo mediante tubos de soplado o fuelles manuales. Los sistemas de aireación eran fundamentales, ya que a mayor presión el carbón se quemaba rápidamente y se obtenían temperaturas más altas. Durante la Edad Media se consiguió mecanizar la alimentación del aire a través de unos fuelles o barquines movidos de forma hidráulica, aportando una cantidad constante y suficiente de aire a la fragua. A partir del siglo XVII encontramos otra importante innovación técnica con las trompas de soplado. Ambos sistemas fueron utilizados en las fábricas de cobre de la Cordillera Ibérica. . De hecho, hasta el siglo XVIII las energías básicas utilizadas por el hombre fueron el aire y el agua. Los medios naturales y maquinarias sencillas como los molinos, los batanes y los martinetes aplicados a diferentes producciones era la única tecnología que el hombre tenía a su alcance. Los ingenios de aire y agua.

Una vez triturado y limpio el mineral de cobre se mezclaba con carbón vegetal, se introducía en el horno y se encendía. El horno era una pequeña cavidad con cuatro paredes, normalmente con forma piramidal invertida. Solían ayudarse de fundentes para facilitar la tarea, espolvoreando polvo de cuarzo en las paredes del horno. Cuando el metal empezaba a volverse líquido, las escorias se depositaban en el fondo por su mayor densidad y el metal limpio quedaba en la superficie. De este modo podía ser extraído mediante unas cucharas de hierro y volcado en los correspondientes moldes. Una vez solidificado, el metal era calentado de nuevo y forjado con los martillos para eliminar todos los restos de impurezas.

Los fuelles o barquines era el sistema más difundido para inyectar aire al horno. Fueron utilizados en casi todos los martinetes de la Cordillera Ibérica. Consistían en unos grandes fuelles de cuero y madera movidos por un eje que estaba conectado a la rueda hidráulica. Hacían falta dos barquines para proporcionar aire de forma continua, alternado sucesivamente las tareas de aspiración y expulsión. Exigían un fuerte mantenimiento, ya que necesitaban ser engrasados para evitar los rozamientos y había que reparar continuamente los cueros para evitar pérdidas de aire. Una vez fundido el cobre había que forjarlo, eliminando a golpe de martillo las impurezas. También había que darle forma, moldeando el metal para conseguir los productos deseados. Para ambas funciones era fundamental el uso de los martillos y yunques. El martinete movido por energía hidráulica es un invento medieval que se difundió rápidamente por toda Europa. Agilizaba las tareas del forjado y aumentaba los rendimientos, consiguiendo un incremento de la capacidad de producción de las fábricas. Esto provocó un abaratamiento de los costes de elaboración de las calderas de cobre, lo que facilitó en último término la difusión doméstica del producto. Casi todos los hogares se pudieron permitir la compra de calderos de cobre para cocinar, cosa impensable varios siglos antes.

El martinete era un enorme martillo, que podía pesar más de 100 kilogramos, instalado sobre un ingenio mecánico. La energía que movía el gran mazo era transmitida desde una rueda hidráulica a través de un cigüeñal que tenía en su extremo unas levas o cuñas que giraban y que conectaban regularmente con el extremo de una viga de madera o mancha. En el otro extremo estaba fijado el martinete. Cuando giraba el eje, las levas tiraban hacia abajo de la viga, con lo que el martillo se elevaba. Por efecto del giro, la leva soltaba la viga y el martillo caía por su propio peso sobre el yunque. Para facilitar este movimiento, las manchas estaban fijadas al suelo mediante unas bogas. Las vigas de madera de las manchas se desgastaban con bastante facilidad, por lo era preciso protegerlas utilizando badanas de piel cosidas. También era frecuente adobarlas con aceite para disminuir los rozamientos. Debajo del martillo se situaba un enorme tronco de madera, preferiblemente haya, llamado a veces ruejo por su parecido con este utensilio agrícola. Estaba reforzado con hierro en el extremo que recibía el golpe del martillo. En los martinetes se elaboraban las grandes calderas domésticas que encontramos en algunas casas. Era conveniente que todas estas calderas no llevasen soldaduras para garantizar la estanqueidad, por lo que su elaboración exigía un proceso técnico que sólo podía realizarse en los propios martinetes. Se fundía el metal hasta hacerse líquido y se volcaba en un molde semicircular, creando una copa maciza. Una vez enfriado, se extraía la pieza, se calentaba hasta quedar al rojo vivo y se martilleaba el interior con mazos apropiados hasta que adquiría la forma de plato sopero con las paredes muy gruesas. Se enfriaba en agua para templar el cobre. Se volvían a calentar en la fragua y a golpear, repitiendo varias veces la operación hasta que se conseguía la forma adecuada. Cuantos más golpes recibían y más se estrechaban las paredes, más grande se hacía el utensilio. Si el molde donde se volcaba el metal fundido era plano y los golpes del martillo se repartían de forma homogénea por toda la superficie, el resultado final era una plancha metálica. Estas planchas eran posteriormente vendidas a los artesanos caldereros, quienes las recortaban mediante plantillas, las doblaban y soldaban, elaborando pequeños utensilios. Los calderos han sido recipientes metálicos preferentemente de cobre, grandes y redondos utilizados para calentar o cocer alimentos depositados en su interior y de uso generalizado en los hogares o fuegos bajos de las viviendas. Fueron imprescindibles en todas las cocinas que precisaban al menos de un caldero principal, además de otros complementarios de diversos tamaños y usos. Comenzaba el proceso fundiendo trozos de chatarra, de cobre de todo tipo, en un crisol cerámico en el que se mezclaban en capas alternas el carbón vegetal y el metal. Una vez conseguida la fusión del cobre y a una temperatura que por experiencia el calderero sabe que es la adecuada, lo que conoce por el color, se sacaba el líquido a mano con un cazo provisto de un largo mango y se vertía en unos moldes de barro refractario dispuesto en el fogón y en los que solidificaba tomando su forma de casquete cuyo tamaño variaba (siendo los menores de 10 o 12 centímetros de diámetro) en función del peso de los calderos a obtener. Cuando aún los trozos de cobre se encontraban calientes, se los cogía con unas tenazas y se los llevaba al martillo hidráulico que dispone de un yunque o chabota con su superficie ligeramente cóncava, donde el calderero martillador sentado sobre un taburete junto al mazo y sujetando con sus manos la pieza de cobre caliente por medio de sendas tenazas cerca de sus pies bajo el martillo, la iba sometiendo a continuos y repetidos golpes mientras la desplazaba ligeramente entre uno y otro. Como consecuencia, la pieza se iba adelgazando y aumentaba su extensión al mismo tiempo que iba tomando, golpe tras golpe, la forma cóncava característica de los calderos. Cuando la lámina alcanzaba un determinado espesor mínimo y para evitar su rotura por efecto de los golpes, se introducía en el primer caldero otro de iguales dimensiones y el martillador iba adelgazando las dos piezas y conformándolas simultáneamente. Esta operación era repetida sucesivamente a medida que el espesor conjunto de las piezas se iba reduciendo llegando a manipular hasta 9 calderos a la vez agrupados en forma de paquete, de forma que quedaban finalmente por efecto de los numerosos golpes, con un espesor de pared de 1,5 milímetros cada uno de ellos. El trabajo de martillador requería habilidad y experiencia para ir moviendo el cuenco con las tenazas. La postura en que debía trabajar y el esfuerzo necesario unido al ambiente, hacían que su tarea fuera especialmente penosa. Por efecto de las deformaciones a que era sometido, el cobre se iba endureciendo por lo que era preciso recocerlo, calentándolo en la fragua para reducir su resistencia y poder trabajarlo adecuadamente. Una vez limpios se pasaba a darle la forma definitiva, golpeándolos con martillos de mano (rebatido), que corregían las deformaciones no deseadas producidas por la maquina hidráulica y que así mismo dejaban sobre toda su superficie las características y numerosas marcas de sus golpes. Terminaban su fabricación rodeándolo con un aro de hierro también forjado a mano y colocándole una o más asas del mismo material. La existencia de energía barata, agua y carbón vegetal, explica la existencia de un Martinete de cobre en El Barranco y concretamente dentro de la jurisdicción de la Villa de Mombeltrán. Si a estos factores le sumamos el conocimiento de la mano de obra materializada en aquellas migraciones, circunstancia que se produce durante la repoblación de las tierras del Tietar durante el proceso de la Reconquista de las tierras al sur del Duero, y que como sabemos aquellos pobladores procedente del norte de la península conocían desde tiempo esta industria de transformación del cobre. Las ruinas de lo que fue el primitivo Martinete se encuentran como a unos dos kilómetros de Mombeltrán, aguas abajo del río Ramacastañas y en su margen derecho en un espacio comprendido entre el cauce del río y la Cañada Real Leonesa Occidental. A corta distancia de lo que fue el Martinete se encuentra el despoblado de Arroyo Castaño, hoy reducido a las ruinas de su antigua parroquia, algunos restos de antiguas edificaciones y un puente, así como una antigua posada de arrieros y pastores que se conserva en un aparente buen estado de conservación. No olvidemos la importancia que durante el siglo XV tenía Arroyo Castaño, cuya existencia se halla documentada en 1462. Arroyo Castaño tuvo una gran relevancia cuando el rey Enrique IV traslado los derechos de portazgo a este sitio procedentes de Ramacastañas a fin de beneficiar a su valido D. Beltrán de la Cueva. Allá por el año 1845 contaba con 20 casas habitables, taberna, parroquia, y una fabrica de tinajas. Además existían dos martinetes y un molino harinero. El martinete que nos ocupa estaba techado, tenía dos fraguas y junto a él había una casa con dos plantas destinada a la vivienda del martinetero. Disponía de dos pares de fuelles grandes con tobera de cobre, de dos “machos” de hierro con las bocas de acero y dos bocas grandes de hierro en las que daba el macho, un yunque, varias tenazas para calentar y encopar, varios martillos, balanzas, tijeras para cercenar, muchos moldes…Los machos se movían por la fuerza del agua que una acequia sacaba de la pesquera del río y que un caz (canal para coger el agua y conducirla hasta el lugar donde será utilizada) hecho de piedra hacía llegar al martinete. Las fraguas se calentaban con carbón vegetal hecho de madera de pino, roble o brezo que se adquiría al concejo de la villa.
Una profesión profundamente ligada a la industria del hierro fue la de carbonero. Quedan aun algunos vestigios que nos hablan de aquella actividad. Bajo el puerto del Arenal y en Las Morañegas existieron frondosos bosques de robles y castaños con los que se hacía el cisco y carbón para las fraguas y martinetes. El camino llamado de Carboneros aun conserva a duras penas su enlosado de piedra y existe un pago llamado La Peguera que determina el lugar en donde se fabricaba el carbón vegetal. El carbonero desarrollaba un trabajo muy duro bajo situaciones meteorológicas de todo tipo. Durante la elaboración del carbón no había tiempo para el descanso ni el sueño. Tanto de día como de noche el carbonero debía controlar varios hornos que se encontraban en diferentes fases del proceso, lo que exigía una vigilancia continua. La preparación de la leña dependía de su tipo y del lugar dónde ésta se encontrara. Si se trataba de leña de árboles trasmochos (alcornoque, castaño, quejigo, encina) se cortaba el árbol por el tronco y una vez en el suelo se podaban las ramas y se troceaba el tronco. En el caso de que utilizara leña de rama (jaras, enebros), se procedía a eliminar las puntas y ramas delgadas inservibles para la obtención del carbón.

Ahora había que elegir y preparar el suelo destinado a la elaboración del carbón, siendo su forma, más o menos, circular. El suelo del horno había que compactarlo mediante el apisonado de la tierra para imposibilitar la entrada de aire a través del mismo, ya que si existieran corrientes sería muy difícil controlar el fuego durante la carbonización. Una vez limpio el suelo y colocada la leña en los alrededores comenzaba la fase de armado del horno. En primer lugar, se clavaba un palo verticalmente en el centro del ruedo. En segundo lugar, se colocaba la leña alrededor del palo formando un cono y procurando que quedara uniformemente distribuida para que de este modo se redujera el número de grietas durante la cocción. Sobre el horno se colocaba una capa de helechos, hierba, musgo u hojarasca. En este momento se procedía a la extracción del palo que se había colocado en el centro y se taponaba el agujero (futura chimenea) para impedir la entrada de tierra de la última capa. La cubierta es la que aísla la madera del exterior para que el oxígeno del aire no la incendie. La correcta carbonización no es más que la combustión lenta e incompleta de la madera por falta de oxígeno.Cerca del horno se encendía una pequeña hoguera y las brasas obtenidas se iban introduciendo a través de la boca del horno. Una vez que el fuego alcanzaba la fuerza suficiente para no extinguirse se tapaba la chimenea. En este punto se procedía al tapado de la chimenea, primero con helechos y más tarde con tierra. A partir de ahora la vigilancia debía ser exhaustiva, sobre todo, durante las primeras diez horas, momento en que comenzaba la carbonización de la corona. Durante la carbonización la leña iba perdiendo volumen por lo que había que golpearla y de esta forma compactar el carbón ya hecho y reducir los huecos que se producían. Si la cocción era demasiado rápida, el carbón se quemaba, obteniéndose carbonilla. Si la cocción era demasiado lenta, el carbón tendrá zonas mal cocidas, consiguiendo tizos (leña de carbonización incompleta). Por estas razones, el carbonero tenía que abrir agujeros de ventilación en aquellas partes con menor temperatura y taponar las zonas con mayor temperatura, procurando alcanzar una intensidad homogénea del fuego en las diferentes alturas del horno. La carbonización se desarrollaba de arriba a abajo y del centro hacia la superficie. El tiempo de duración de este proceso variaba en función del tamaño del horno, rondando la semana. Una vez terminada la cocción se procedía a apagar y enfriar el horno para lo cual se removía la tierra quemada con el fin de cerrar los poros de ventilación y así apagar los pequeños focos de fuego que todavía quedaran en el interior. Tan sólo resta el envasado y transporte del carbón. El envasado era realizado por los propios carboneros, para tal fin se hacía pasar una cuerda a modo de pespunte por el perímetro de la boca del saco. Para terminar portaban los sacos a hombros y los llevaban hasta el cargadero. El transporte más utilizado eran las bestias de carga que conducidas por arrieros llevaban el carbón a sus lugares de destino. El martinete aparece en la documentación en la segunda mitad del siglo XVII. Perteneció primero a D. Pedro Jacinto de Vega Loaysa (Caballero de la Orden de Santiago) y después, ya en el siglo XVIII, al monasterio de religiosas de San Bernardo de la Villa de Talavera. (Convento de San Bernardo. Convento de clausura de las madres bernardas, de estilo barroco fundado en 1610 por doña Teresa Saavedra). Siempre se explotó en arrendamiento. El propietario cedía, a cambio de la renta contratada, la vivienda, las fincas de alrededor, el martinete, las herramientas, etc… Los renteros eran por lo general varios vecinos de Arroyo Castaño de Mombeltrán, que se comprometían a reponer lo que se gastaba o destruía y que trabajaban generalmente sirviéndose de un martinetero asalariado, algunos encopadores y otros mozos jornaleros. Trabajaban mil ochocientos quintales de cobre al año y producía más de cuatro mil reales. Fabricaban calderos y calderas de distintos tipos y tamaños, a veces por encargo, que se comercializaban ordinariamente en las comarcas y pueblos cercanos. En 1669 fabricaron una caldera destinada a un tinte de la villa de Bejar, lo que demuestra su prestigio en otros lugares más lejanos. Su actividad se mantendría hasta el siglo XIX. Un día los viejos calderos de cobre fueron arrinconados para dar paso a otros artilugios. Hoy lo que queda del viejo Martinete permanece a la orilla del río Ramacastañas y cada día que pasa es engullido un poco más por la vegetación de ribera. Algunas noches el rumor del agua nos trae las notas lejanas del martinete al golpear sobre el yunque. Lastima que no sepamos, mas bien no queramos, encontrarle una utilidad que bien podría ser convertirlo en aula de Naturaleza a fin de que los niños de la comarca puedan entender un poco mejor el pasado de su tierra. Documentación utilizada: Mombeltrán "Historía de una villa señorial" - Eduardo Tejero Robledo Mombeltrán y su historía - Gonzalo Martín Garcia -www.sierranieves.com -www-sasua.net