jueves, 10 de enero de 2013

CABRA MONTES EN EL BARRANCO-TOROZO-GREDOS ORIENTAL


Subo a buen paso camino de la cumbre del Torozo. La nieve ya ha hecho acto de presencia en las cumbres. Elegantes crestas de granito cortan los cielos del Torozo, e invitan a recorrer sus rincones más solitarios, sus canales vertiginosas, alpinas, abruptas y sobrias como las monteses que saltan por los riscos o se pierden entre los piornos. El comienzo del año nos presentan los rigores invernales en su máximo apogeo. Sus preludios ya aparecieron en otoño, apagando el colorido otoñal y avisando de que días difíciles llegarían.

Foto realizada por mi buen amigo Santos Jimenez.

Meses atrás, con la llegada de los primeros fríos de octubre se despertó el instinto de perpetuar la especie para las cabras monteses. Es en otoño cuando se inicia el celo de las monteses y los grandes machos salen de sus recónditos refugios veraniegos ya con el pelaje negro característico del invierno, siendo los machos de más edad los que lucen un manto negro más amplio sobre su cuerpo. Al igual que en la mayoría de especies, los individuos son más cautos a medida que van cumpliendo años, pero cuando llega la hora de aparearse, dejan a un lado toda precaución en pos de que sus genes estén presentes en los futuros individuos de la especie.

En ese periodo de tiempo, en las más altas cumbres de nuestras sierras, comienza un espectáculo sin parangón. Los machos monteses segregan un almizcle con un olor tan penetrante que si están cerca casi se les podría seguir el rastro con el olfato. También se orinan cuando se acercan a galantear a las hembras receptivas, siendo esta orina muy concentrada, aumentando así el olor por todo su cuerpo. Por aquel entonces, los activos machos monteses hervían por las fiebres del celo, sobre todo en noviembre, cuando las peleas y la movilidad de estos por las hembras eran mayores. Con el paso del tiempo se fueron apagando estos ardores, siendo ya inusual que a finales de la afable Navidad encontremos aún airosos combates.


 Se rompen ahora los vínculos sociales de los machos, que se vuelven muy agresivos entre sí para conseguir los favores de los harenes de hembras. Empiezan a escucharse en lo más profundo de la sierra unos estremecedores trallazos que no son otra cosa que los combates de los machos pletóricos de fuerza por la otoñada y ardorosos por los amoríos. Estas luchas se dirimen a topetazos y si el combate se produce entre dos grandes machos muy igualados pueden durar horas y acabando ambos contendientes extenuados. Curiosamente el macho más poderoso es el que aguanta normalmente las tarascadas del macho retador que lleva la iniciativa.

Los machos jóvenes son los primeros en manifestar sus ansias de aparearse llegando a montarse unos a otros en los ardores del celo y retando reiteradamente a sus congéneres de más edad. Estas situaciones suelen acabar con una buena “paliza” para los jovencitos más atrevidos, pero en ocasiones la cosa no acaba de la forma esperada. Si un grupo de machos más o menos bien avenidos se cruza con un gran macho, quizá en el ocaso de su plenitud, las agresiones hacia el macho solitario seguro que no se hacen esperar. Cuando una hembra se encuentra receptiva, los machos la persiguen adoptando una pose característica: cabeza baja con el cuello estirado hacia delante y sacando la lengua como si estuvieran haciendo burla –“hacer el feo”, se dice–. Ante esta presión, las hembras propinan topetazos a los acosadores hasta que por fin se produce la cópula, que es extremadamente rápida y se repite en varias ocasiones.


Durante enero, mes en el que las bajas nevadas lamen los llanos, tanto la fauna como la flora parecen ya definitivamente ausentes de nuestras serranías. Sin embargo, puedo distinguir en la cima del Risco de las Monteses  la altiva y estoica estampa del macho montés, imperturbable frente a la agresividad de casi todos los agentes climáticos, se recorta encima de los riscos y nos ofrece una reconfortante nota de calor en medio del desolado pero bello paisaje invernal.

El espíritu de este macizo de Gredos podría estar representado por la cabra montés.  Impregna nuestra cultura desde tiempos prehistóricos, como se puede comprobar en múltiples pinturas rupestres y en la gran cantidad de topónimos que se reparten por todas nuestras sierras.  En la antigüedad la cabra montés llegó a utilizarse en la simbología de las ciencias ocultas y algunas partes de su cuerpo como remedios medicinales. La cabra montés es una de las especies más interesantes de la Península Ibérica, no solo desde el punto de vista biológico, pues es considerada un endemismo ibérico, sino por los avatares históricos que ha sufrido en los últimos siglos. 

  
 La cabra montés es un animal robusto, ágil, con un marcado dimorfismo sexual. En ejemplares adultos la altura en la cruz puede llegar a los 90 cm en los machos y 70 cm en las hembras. El peso corporal puede acercarse a los 100 kg en los machos.

El color básico del pelaje es el canela cervuno en el verano y ante sucio en invierno. En el vientre y parte posterior de las patas anteriores y la parte interior de los cuatro muslos el color del pelo es muy claro, casi blanco. Pero lo más característico del pelaje de la cabra montés son las manchas negras, cuya superficie varía con la edad, especialmente en los machos. Los jóvenes de ambos sexos tienen pelo negro en la parte delantera de las cuatro patas. En los machos se va extendiendo con la edad hasta ocupar permanentemente el 45% de la superficie, en el vientre, lomo, cuello, cabeza y hombros, y aumenta hasta cubrir casi todo el cuerpo de los machos viejos en invierno.


 Los cuernos son huecos, con una funda córnea que envuelve un soporte óseo que es prolongación del hueso frontal, por lo que son permanentes y crecen con la edad. En los machos pueden llegar al metro de longitud aunque los valores medios están en torno a los 80 cm. Por su parte, las hembras tienen cuernos bastante más pequeños y alcanzan en el estado adulto una longitud media que oscila entre 20 y 29 cm. La forma de los cuernos de los machos es bastante variada. Como norma general forman una espiral, que no llega a completar la primera vuelta. La mayor o menor separación y el número y posición de los puntos de inflexión determinan la forma final. Las más típicas son la forma de lira de la cabra de Gredos.

La cabra montés es un animal herbívoro que es capaz de alimentarse de una gran variedad de especies, tipos y partes de vegetales: hierba, ramas, hojas, yemas, acículas, líquenes… a pesar de que siempre se ha dicho que es una especie muy selectiva. En zonas concretas se han diferenciado más de 300 especies que intervienen en su dieta. Evidentemente la cabra selecciona el alimento en función de la calidad y la disponibilidad del mismo. Si dispone de praderas con especies con alto contenido proteico se alimentará en ellas. También está muy adaptada al ramoneo, con una boca estrecha y dientes incisivos pequeños para alcanzar las hojas más tiernas de las encinas o labiérnagos y madreselvas.


En casos de hábitats pobres con matorrales degradados también aprovecha especies poco palatables como el romero o la hiedra, mientras que en zonas pedregosas o de canchales consolidados hace muy buen uso de las plantas rupícolas. Esto implica una gran adaptación al medio, que está condicionado por otros factores diferentes a la alimentación. En Gredos es muy difícil encontrar machos mayores de doce años, ya que su longevidad está condicionada a la permanencia de su dentadura, y aquí en esta Sierra se les desgasta seriamente al ser sus terrenos de suelo arenoso o granítico.


 Los caracteres que presentan adaptación a la altura  como son el fino sentido del equilibrio, el tamaño relativo del corazón o el más característico de la pezuña, son factores que le confieren ventaja en la montaña frente a otros herbívoros y predadores, simplemente por la abundancia de áreas pedregosas que hay en las zonas más elevadas. La pezuña es el elemento más significativo de la adaptación de la cabra a este hábitat rocoso. Tiene la punta de material córneo duro. La planta y talón son más maleables y capaces de adaptarse perfectamente a la mínima rugosidad de la superficie. No presentan membrana interdigital, lo que le confiere mayor maniobrabilidad entre las rocas y la desventaja de la dificultad de andar sobre la nieve. Si además se añade la funcionalidad de los dedos segundo y cuarto, que pueden actuar como talones por su disposición, resulta que la adaptación es perfecta para moverse por zonas rocosas gracias a sus 16 puntos de apoyo independientes capaces de adaptarse a cualquier superficie.


 Cuando nacen los cabritos en plena primavera, normalmente en parto único tras cinco meses y medio de gestación, son cuidados y amamantados por su madre, cuya leche es el principal aporte alimenticio hasta los tres primeros meses de edad. Los primeros días se encuentran solos con su madre, que los defiende de predadores naturales como el zorro y el águila real y de las posibles inclemencias del tiempo.

En primavera  los machos viejos son los primeros que bajan de las alturas para comer los primeros brotes de hierba tierna. Con el calor, estos machos buscan refugio en las gargantas estrechas donde hay rincones escondidos o cuevas frescas que les protegen del sol durante el día. Suelen agruparse en grupos de sexos que pueden superar incluso los 30 individuos: los machos por un lado y las hembras junto con los jóvenes, por otro. En los rebaños de machos no hay cooperación ni jerarquía social, mientras que el grupo de las hembras  parece estar mandado por una adulta experimentada. Los individuos solitarios suelen ser raros, normalmente machos viejos que han perdido su poderío. Estas agrupaciones se desbaratan en tiempo de celo en el que se forman rebaños mixtos.

Aun cuando se trata de una especie esencialmente polígama, de modo que un solo macho es el que fecunda a un grupo de hembras, del que se hace dueño tras enfrentarse a topetazos a sus competidores en unos espectaculares combates, los casos de poliandria en los que una hembra es fecundada por más de un macho no son raros. Durante la época de celo el macho apenas come y centra sus actividades en la apetencia sexual.


 Los hábitos de la especie son fundamentalmente diurnos y crepusculares. En verano pasa las horas centrales del día descansando y refugiándose del sol. Tiene el olfato, vista y oído muy desarrollado.  Se mueve con facilidad por las paredes rocosas de increíble verticalidad, gracias a la peculiaridad de sus pezuñas, cuya superficie interna es antideslizante, lo que le evita los resbalones, mientras que las puntas de las pezuñas, que además carecen de pliegue interdigital, son muy duras y agudas, por lo que pueden agarrarse a las rocas.

 DATOS DE LA ESPECIE
- Longevidad: Puede alcanzar los 20 años, pero lo normal es que sea de unos 15 años.
- Celo: A principios del invierno (noviembre-diciembre) en el que tiene lugar duros combates entre los machos  contendientes. El celo dura unos 50 días.
- Gestación: Unos 5 meses.
- Época de parto: De abril a mayo.
- Parto: La hembra se retira a un lugar aislado y apartado, donde da a luz, permaneciendo en compañía del cabrito durante varios días. Los cabritos a las pocas horas de nacer están en condiciones de levantarse y poder seguir a la madre.
- Número de crías por camada: Una. A veces dos (un 20 % aprox.).
 - Duración de la lactancia: Se prolonga hasta que la hembra queda preñada de nuevo (a los 5 ó 6 meses) del alumbramiento, pero a los 7-10 días y el cabrito ya es capaz de ingerir alimento.
 - Madurez sexual: La hembra a los 18 o 24 meses, pudiendo parir todos los, años  hasta los 10 ó 12 años de edad. Los machos son fecundos a los 2 años aunque con difíciles posibilidades de copular.
 - Alimentación: Esencialmente fitófaga, come todo tipo de alimentos vegetales y en invierno y época de escasez incluso cortezas y ramas. Muestra gran apetencia por la sal. Normalmente no tienen necesidades de beber agua, bastándole con el de las plantas y el rocío, aun cuando se ha comprobado que tras grandes esfuerzos como huidas, se acercan al agua a abrevar.
 - Hábitats: Esencialmente rupícolas, defendiéndose bien sobretodo en media y alta montaña. En verano sube a las  partes más altas y en los sitios más escarpados, descendiendo un poco en invierno, aunque sin llegar a los valles.
 - Huellas: Debido al borde blando interno de la pezuña, las huellas aparecen impresas marcadas únicamente el borde externo, lo que la diferencia claramente de los cérvidos que también marcan el borde interno. La medida de la huella del macho es de uno 8 cms de largo por 4-5 cms. de ancho
- Excrementos: Varia ligeramente de aspecto y textura, en función de la dieta, aun cuando siempre aparecen agrupados al detener su marcha el animal para defecar, siendo cilíndricos y miden aproximadamente 1 cm. de ancho y 1,5 –1,8 de largo. Debe de tenerse presente que estos montones de excrementos a los pocos días, u horas de ser depositados pueden esparcirse por las pisadas del propio animal u otras especies, así como por la propia acción de los factores meteorológicos.
 - Otros rastros: Al carecer la cabra montes de incisivos no corta los tallos y ramas con los dientes, sino que los desgarran por el esfuerzo que produce el bocado del animal sobre la planta, la que adquiere una peculiar forma deshilachada en su corte.
 - Dimorfismo sexual: Además de diferenciarse por la cornamenta y tamaño (mayor el macho), este último luce también una ostensible barba en forma de perilla, la que falta en las hembras. La hembra puede confundirse con machos jóvenes.

 Los cuernos del macho son gruesos, rugosos y nudosos y normalmente tiene forma de semicírculo dirigido hacia atrás, pudiendo medir de 75 a 135 cm.; mientras que los cuernos en las hembras son mucho más reducidos en tamaño, no sobrepasa los 40 cm., son menos rugosos y más delgados y débiles. A diferencia del ciervo no se desprenden anualmente, sino que acompañan al animal durante toda su vida. 


La edad de los machos puede medirse por los anillos de crecimiento anuales, llamados medrones, hasta los 8 ó 10 años, en que disminuye su crecimiento, para estabilizarse a los 14 ó 15 años. Otras partes del cuerno de la cabra  montes son los llamados surcos de crecimiento y los nudos de adorno, que se desarrollan entre los nudos de crecimiento (normalmente 2, aunque también pueden ser 1 ó 3).  Fuerza física impresionante, asombrosa adaptación al medio serrano, fino oído y aguda visión son algunas de las prestaciones de este ungulado todo terreno que ha sido exitosamente diseñado por la evolución para llegar a ser, sin duda alguna, emblema de nuestra fauna de montaña.

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