domingo, 8 de junio de 2008

Beltrán de la Cueva - Señor del Barranco por obra y gracia de Enrique IV


Don Beltrán de la Cueva, primero de nombre, hijo de D. Diego Fernández de la Cueva, Señor de esta casa de Úbeda, Vizconde de Huelma, Caballero de la Orden de Santiago, Alcalde de Úbeda y de Alcalá la Real, Corregidor de Cartagena y de Dña. Maria Alonso de Mercado, fue mayordomo mayor y privado de Enrique IV, Gran Maestre de la Orden de Santiago (1462-1464), creado por aquel rey, Conde de Ledesma en 1462, Duque de Alburquerque en Badajoz, Conde de Huelma, Señor de las villas de Cuellar, Roa, Mombeltrán, La Adrada, Torre-Galindo, La Codosera, Molina, Atienza, La Peña de Alcázar, etc. Murió el 1 de noviembre de 1492, sepultado en el Monasterio de San Francisco de Cuellar. Casó primero con Dña. Mencía de Mendoza y Luna, hija de Duque del Infantado, segundo, con Dña. Mencia Enríquez de Toledo, hija del primer Duque de Alba, la cual murió sin posteridad; tercero, con Dña. Maria de Velasco, hija del Condestable, II Conde de Haro; después de viuda fue conocida con el titulo de Duquesa de Roa.

Enrique IV, un monarca inseguro y excesivamente controlado por Juan Pacheco (Marqués de Villena), se trae a la Corte a un joven hidalgo de Úbeda, y decide promocionarlo para contrarrestar la enorme influencia que aquel ejercía sobre su persona. De esta forma el rey, a fin de zafarse de la tutela de Pacheco, saca de la nada a D. Beltrán, lo hace su mayordomo y, a partir de 1462, lo eleva a puestos de responsabilidad política de la Corte para asesorarle en la toma de decisiones gubernamentales. No contento aún con estas prebendas, Enrique IV decide hacerlo señor de vasallos y le concede la villa de Ledesma con el titulo condal.
El monarca que tenia confianza absoluta en el personaje, pensaba a su vez que la lealtad del que así era favorecido le sería de gran utilidad para gobernar el reino, sin estar sometido al condicionamiento continuo que le imponía su anterior privado, Juan Pacheco. La carrera al poder tan rápida de D. Beltrán iba a suscitar envidias y grandes recelos entre aquellos que hasta el momento habían detentado el poder por su cercanía al monarca, y también entre algunos nobles descontentos. La situación llego al límite cuando en 1464 el rey consiguió para su “bien amado” D. Beltrán el maestrazgo de la Orden de Santiago que le daba un poder militar y económico de primera magnitud en Castilla.
Un maestrazgo, por otra parte, que correspondía al infante D. Alfonso, hermano del monarca, de acuerdo con la última voluntad expresada en el testamento de su padre, Juan II. D. Beltrán conocía muy bien esta orden pues en ese momento era comendador de Ucles, y no es de extrañar que pidiese en más de una ocasión al rey la concesión del maestrazgo. El rey justificaba la concesión en que carecía de tiempo para administrar y regir la orden porque estaba ocupado en la gobernación del reino. El rencor de una parte de la nobleza, aglutinada por el gran enemigo de D. Beltrán, Juan Pacheco, que no le perdonaba haberle desplazado de la confianza y el favor del monarca y, sobre todo, la concesión del maestrazgo de Santiago que Villena ambicionaba desde hacia muchos años, arruinaría la carrera política de aquel al cual el arzobispo de Toledo, Carrillo, llamaba un advenedizo. Esa aristocracia rebelde lograría que Enrique IV obligara de mala gana a D. Beltrán a renunciar al maestrazgo y a desterrarle de la Corte. Así pues, a partir de este momento, finales de 1464 y comienzos de 1465, se acabarán las expectativas políticas de D. Beltrán aunque el monarca le compensaría con creces y de manera exagerada por esa renuncia, hasta el extremo de convertirle en uno de los grandes señores del reino.


El propio D. Beltrán con su conducta y su torpeza es posible que complicara aún más su situación. En concreto su extrema ambición, al solicitar una y otra vez al monarca y de forma rápida que le concediese no solo señoríos, sino también una prebenda de tan altísimo valor como era el maestrazgo de Santiago que tantas ambiciones suscitaba. Esta ambición contribuyó a su caída, aunque también es verdad que el monarca no le abandonaría nunca y que le otorgaría mercedes y prebendas hasta seis meses antes de su muerte. Desde 1464 a 1466, años en los que fue rápidamente encumbrado, D. Beltrán concentró en su persona los odios más feroces. Se le acuso de todo, pero muy especialmente de sostener amores con la reina Dña. Juana, segunda esposa de Enrique IV, e incluso de mantener relaciones de carácter homosexual con el propio monarca. Sexualidad desbocada, arribista, advenedizo, hombre violento, ambicioso sin escrúpulos y sin limites, altanero, presuntuoso y perverso, eran los adjetivos más frecuentes con los que sus numerosos enemigos trataban de difamarlo para provocar su ruina. He aquí en pocas palabras, la opinión que sus contemporáneos tenían sobre D. Beltrán.
D. Beltrán de la Cueva pertenecía a un linaje de caballeros asentados en Úbeda desde finales del siglo VIII. En los primeros años del reinado de Juan II (padre de Enrique IV) vivía en Úbeda un oscuro campesino llamado Gil Ruiz, dedicado a la guarda de ganado y que, enriquecido en el servicio de D. Enrique de Guzmán, maestre de Calatrava, aspiro a mayor opulencia con aquellos cultivos que prometían más pingüe producto y más seguros resultados. De tal modo favoreció la fortuna sus esfuerzos, que pudo ya comprar tierras, tener colonos y dar cada día más ensanche a sus negocios, permitiéndole luego el aumento de sus riquezas adquirir un predio rústico llamado la Cueva. De aquí tomo su apellido su hijo y heredero Diego, joven valiente y de belicoso carácter que prefiriendo la milicia a las ocupaciones de su padre, puso su gloria en tener caballos excelentes, en el ejercicio de las armas y en poseer todo lo a él concernientes.

De su unión con doña Maria Alonso de Mercado nació D. Beltrán. Nada sabemos de D. Beltrán, ni como fue su educación, ni siquiera el año exacto de su nacimiento (algunas fuentes lo datan en 1443), y realmente es poco lo que se sabe acerca de sus primeros años en la Corte, salvo que era paje de lanza de Enrique IV y que le acompañaría en todos sus desplazamientos formando parte del círculo más intimo de sus servidores. Un viaje realizado por Enrique IV a Andalucía decidiría el futuro de D. Beltrán. Al parecer, el rey pernoctó en Úbeda en la primavera de 1456, y fue tan generosamente agasajado por D. Diego Fernández de la Cueva que el monarca quiso de alguna manera agradecérselo llevando consigo a su segundo hijo, Beltrán, en calidad de paje de lanza.
Es a partir de los años 1459-1460 cuando Enrique IV comienza a promocionarlo. Primero le nombró mayordomo y poso después le daría el señorío sobre la villa de Jimena de la Frontera. El rápido ascenso de D. Beltrán, estuvo mediatizado por la determinación de Enrique IV de encontrar hombres nuevos, más leales a su persona.
En 1462, el mismo año que nacía Juana la Beltraneja el rey le concedía la importante villa de Ledesma con el titulo de conde. No solo le promociona a conde, sino que además consigue del marques de Santillana la entrega de su hija Mencia de Mendoza para casarla con su favorito Beltrán. De esta manera el joven D. Beltrán consigue emparentar nada menos que los Mendoza, una de las familias más poderosas del reino. Este matrimonio se producía poco antes de recibir el condado de Ledesma, y es posible que el monarca le quisiese enaltecer con este titulo y el señorío sobre esta villa para que no desentonase demasiado con el linaje de su futura esposa Dña. Mencia. El rey en persona se presentó, en 1462, con la reina y toda la corte en Guadalajara para honrar a D. Beltrán en su casamiento. El matrimonio, sin embargo, no gusto nada a los enemigos de D. Beltrán, sobre todo al más poderoso, Juan Pacheco, al cual le preocupaba cada vez más que el joven conde de Ledesma se estaba convirtiendo a toda prisa en el favorito del rey.

En septiembre de 1461, el rey le concedía una villa situada en el abulense valle del Tiétar, el Colmenar (hoy Mombeltrán) que había sido previamente confiscada a la viuda de D. Álvaro de Luna. La donación del Colmenar a D. Beltrán, justificada por Enrique IV a causa de la revuelta de Dña. Juana Pimentel (viuda de D. Álvaro), se hacia por juro de heredad, a pesar de que el propio monarca en el documento de concesión preveía la posibilidad de que la familia de D. Álvaro, protegida por lo demás por poderosas familias nobiliarias como los Mendoza ó los Pimentel, pudiese ser perdonada en el futuro y en consecuencia ser restituida en lo que ahora se le despojaba. El monarca se reservaba para la Corona las alcabalas de la villa pero no las tercias, valoradas en 25.000 maravedíes, que también las concedía a D. Beltrán por otro documento fechado el mismo día de la donación. La Villa se vio obligada a aceptar al nuevo señor como había hecho antes con otros que le habían precedido. Ahora, sin embargo, el cambio de titularidad el señorío implico también una novedad añadida: el cambio de denominación del Colmenar por Mombeltrán.

En efecto, un año después de la concesión, el 30 de diciembre de 1462, Enrique IV, a petición del concejo de esa localidad, en un gesto supremo de consideración y afecto hacia su favorito, decide darle el propio nombre de este último a la villa, que a partir de ahora en su homenaje comenzará a llamarse Mombeltrán. Es dudoso, desde luego, que el concejo de Colmenar solicitase al rey el cambio de nombre, mas bien parece que se trata de una decisión muy personal de éste para honrar a D. Beltrán.

Con el titulo de conde de Ledesma y el matrimonio con la hija del marques, comienzan los años dorados de D. Beltrán en la corte. De paje de lanza sin fortuna a ser noble de primera fila, señor de vasallos y yerno de uno de los hombres más ricos de Castilla. D. Beltrán forma parte ya del círculo de personas que ejercían el poder en Castilla. Enrique IV confía plenamente en él. Fue entonces, cuando empezaba a saborear las mieles del éxito y comenzaba a tocar poder, cuando también comenzaron a salirle enemigos por todas partes, que al final, tras ímprobos esfuerzos, terminarían por apartarle de la corte.

La situación fue deteriorándose poco a poco. En mayo de 1464, el arzobispo Carrillo, Girón y el marques de Villena firmaron una liga a la que se sumaron bien pronto otros muchos nobles. Con el pretexto de defender al infante D. Alfonso, los firmantes de ese pacto trataban de impedir que el monarca entregase el maestrazgo de Santiago a su favorito. Incluso intentaron apoderarse de la persona del rey. En las vistas de Cabezón, aldea próxima a Cigales, la nobleza impuso al monarca el destierro de la Corte de D. Beltrán y su destitución como maestre de Santiago. El flamante maestre tuvo que renunciar a su dignidad a petición del rey, pero a cambio, se convertía por esa misma renuncia en uno de los grandes señores de Castilla, ya que recibía las siguientes villas: Roa, Molina, Atienza, Aranda, Torregalindo, Alburquerque y el castillo de Anguix con todas sus fortalezas, rentas y jurisdicciones y con el titulo de duque de Alburquerque.
En efecto, un año después de la concesión, el 30 de diciembre de 1462, Enrique IV, a petición del concejo de esa localidad, en un gesto supremo de consideración y afecto hacia su favorito, decide darle el propio nombre de este último a la villa, que a partir de ahora en su homenaje comenzará a llamarse Mombeltrán. Es dudoso, desde luego, que el concejo de Colmenar solicitase al rey el cambio de nombre, mas bien parece que se trata de una decisión muy personal de éste para honrar a D. Beltrán. Con el titulo de conde de Ledesma y el matrimonio con la hija del marques, comienzan los años dorados de D. Beltrán en la corte. De paje de lanza sin fortuna a ser noble de primera fila, señor de vasallos y yerno de uno de los hombres más ricos de Castilla. D. Beltrán forma parte ya del círculo de personas que ejercían el poder en Castilla. Enrique IV confía plenamente en él. Fue entonces, cuando empezaba a saborear las mieles del éxito y comenzaba a tocar poder, cuando también comenzaron a salirle enemigos por todas partes, que al final, tras ímprobos esfuerzos, terminarían por apartarle de la corte. La situación fue deteriorándose poco a poco. En mayo de 1464, el arzobispo Carrillo, Girón y el marques de Villena firmaron una liga a la que se sumaron bien pronto otros muchos nobles. Con el pretexto de defender al infante D. Alfonso, los firmantes de ese pacto trataban de impedir que el monarca entregase el maestrazgo de Santiago a su favorito. Incluso intentaron apoderarse de la persona del rey. En las vistas de Cabezón, aldea próxima a Cigales, la nobleza impuso al monarca el destierro de la Corte de D. Beltrán y su destitución como maestre de Santiago. El flamante maestre tuvo que renunciar a su dignidad a petición del rey, pero a cambio, se convertía por esa misma renuncia en uno de los grandes señores de Castilla, ya que recibía las siguientes villas: Roa, Molina, Atienza, Aranda, Torregalindo, Alburquerque y el castillo de Anguix con todas sus fortalezas, rentas y jurisdicciones y con el titulo de duque de Alburquerque.
Así, en este año, atendiendo a la petición de su favorito, el rey cambio el lugar en el que se realizaba el pago del servicio y montazgo de los ganados del reino, que era RamaCastañas por el de Arroyo Castaños. A partir de entonces, y por imposición regia, los derechos que a la corona deberían pagar todos los ganados que por la cañada leonesa se dirigieran a los pastos del Guadiana tendrían que hacerlo por el nuevo servicio y montazgo, que esta situado en la misma cañada pero en tierra y término de Mombeltrán, mientras que el anterior se encontraba en el término de Arenas de San Pedro. Esta decisión beneficiaba de manera extraordinaria a D. Beltrán, ya que los ingresos que recibiría a causa del traslado iban a ser considerables. Desde luego a quien iba a perjudicar era al concejo de Arenas, y de paso a la viuda de D. Alvaro de Luna y a su hija Maria. Es muy probable que por estas fechas comenzase la construcción de la fortaleza de la villa de Mombeltrán y casi con toda seguridad sobre restos de alguna torre fortificada, pues ya en tiempos de Enrique III es descrita la misma por sus cronistas en sus itinerarios.

En Diciembre de 1474, no sin antes concederle una última merced: el titulo de conde Huelma, muere Enrique IV. La muerte del monarca significaba una gran perdida para D. Beltrán de la Cueva. Desaparecía su gran patrono que a fines de los años cincuenta del siglo XV le había sacado de una ciudad jienense para convertirlo en uno de los señores más influyentes del reino de Castilla, emparentado por vía matrimonial por poderosas familias como los Mendoza ó los duques de Alba. (recordar que en 1476 D. Beltrán, después de la muerte de su esposa Dña.Mencia, contrajo matrimonio con la hija del duque de Alba). Así pues, resultaba perfectamente explicable el temor ante la posible desaparición de su patrimonio, una vez muerto el monarca.

Además, y por si fuera poco, se veía en la disyuntiva de tener que tomar partido entre aquella fracción de la nobleza que apoyaba a Juana la Beltraneja y aquella otra que seguía a Isabel y Fernando. En un principio la actitud de D. Beltrán fue un tanto ambigua; pronto sin embargo, comenzó a decantarse hacia los Reyes Católicos, probablemente por la presión que sobre él venían ejerciendo sus parientes, los Mendoza. Desde luego, nada más fallecer el rey acudió a Segovia para jurar a la princesa como reina. La pareja real, por su parte, también trató de atraerlo a su lado, pues, al fin y al cabo, D. Beltrán era uno de los grandes señores de Castilla. Decidieron por tanto incorporarle a su bando, y para ello accedieron gustosos a su petición de confirmarle en la posesión de todas sus villas y lugares que Enrique IV le había concedido. Aseguradas su vida y hacienda, el duque se sumo a la causa de Isabel y Fernando. Finalizada la guerra de Sucesión, y una vez asegurados sus dominios, D. Beltrán ya no tenía de que preocuparse. Podría ejercer plenamente la jurisdicción sobre sus villas y lugares.

Viudo, ya por dos veces, a D. Beltrán se le presentó la oportunidad de contraer matrimonio por tercera vez. Cuando D. Beltrán casa con Maria de Velasco era ya un hombre muy mayor y de escasa salud. Ahora bien la mujer con la que contraía matrimonio no era una mujer cualquiera, no ya sólo porque se trataba de una Velasco, sino también porque habia sido la viuda de su mas acérrimo enemigo, D. Juan Pacheco, marques de Villena. Paradojas de la vida. D. Beltrán iba a contraer matrimonio con la misma mujer con la misma mujer con la que había gozado Villena en los dos últimos años de su vida. Si ambos habían sido rivales desde el principio, si Pacheco había sido el causante principal de la perdida del maestrazgo de Santiago, iban a compartir en cambio la misma mujer.

D. Beltrán llego a participar en la guerra de Granada que los Reyes Católicos habían emprendido en 1482. Acompaño a D. Fernando en la expedición que este organizo para acudir en ayuda de Alhama sitiada por los granadinos. Formo parte de las huestes que poco después organizo el monarca para penetrar en la vega de Granada, y en 1485 figuró en la vanguardia del ejercito real que conquistó las villas de Coín, Cártama, y Ronda. No pudo participar en las campañas de 1486 por encontrarse muy enfermo. Llego a participar con sus tropas en la conquista de Lorca, e incluso estuvo presente en el primer asedio a la ciudad de Almería. Las fuerzas, sin embargo, le abandonaron y pronto, viejo y enfermo, tuvo que regresar a su residencia de Cuellar. Un monasterio cercano a Cuellar fue el sitio elegido por D. Beltrán de la Cueva para esperar la muerte. Se trataba del monasterio de la Armadilla, en el que se refugia finales de 1492. En sus últimas disposiciones elige como sepultura el convento franciscano de Cuellar, que el mismo había fundado, y mandan que le entierren justo a la entrada de la puerta de la iglesia para que todos los que pasasen al interior del templo pudiesen pisar sus restos. El 2 de noviembre de 1492, muere a la edad de 49 años.

A su muerte sus hijos y su viuda heredaron sus señoríos. En 1477, en reconocimiento por los servicios prestados en la guerra contra Portugal habia obtenido de los reyes la facultad para fundar un mayorazgo en Mombeltrán en los hijos e hijas que tuviera de su segunda esposa, Maria Enríquez, hija de D. García Álvarez de Toledo, primer duque de Alba, con quien se había casado en 1476. No tuvieron descendencia y Mombeltrán revertió en el primogénito, Francisco Fernández de la Cueva. Constituiría así mismo un mayorazgo en La Adrada, en su segundogénito, Antonio de la Cueva y Mendoza, que sería el iniciador de los señores de La Adrada, que de este modo quedo separada de la rama principal de los Duques de Alburquerque. Durante más de treinta años (1461-1492) fue D. Beltrán de la Cueva señor de Mombeltrán ¿Cómo le recibieron y le enjuiciaron sus vasallos? Evidentemente la notificación de un nuevo señor, tan discutido, en cierto modo representaba una liberación de D. Álvaro de Luna y le recibirían con curiosidad, lejos de aquella hostilidad manifiesta hacia el Condestable Ruy López Dávalos, “el peor señor que tuvo esta villa, que impuso en alto muchas imposiciones” según consta en documentos. Con residencia en la villa de Cuellar, villa más rica, y con un castillo-palacio, el Duque sólo se desplazaba a la villa de Mombeltran de vez en cuando para confirmar regidores, recoger las tercias y frutos y seguir de cerca la construcción de de la fortaleza.





domingo, 9 de marzo de 2008

LOS ARBOLES DEL BARRANCO (I)

“Los árboles son los reguladores de la vida. Rigen la lluvia y ordenan la distribución de agua llovida, la acción de los vientos, el calor, la composición del aire. Reducen y fijan el carbono, con que los animales humanos envenenan en daño propio la atmósfera, y restituyen a ésta el oxigeno que aquellos han quemado en el vivido hogar de sus pulmones; quitan agua a los torrentes y a las inundaciones; y la dan a los manantiales; distraen la fuerza de los huracanes, y la distribuyen en brisas refrescantes; arrebatan parte de su calor al ardiente estío, y templan con él la crudeza del invierno; mitigan el furor violento de las lluvias torrenciales y asoladoras, y multiplican los días de lluvia dulce y fecundante.” (Joaquín Costa, Madrid, 1912.)

Observando la vegetación actual del Barranco nos resultará difícil imaginar los inmensos bosques que cubrían la mayor parte de esta tierra antes de llegada del hombre. Una maraña forestal casi continua dominada de manera absoluta por bosques cerrados constituidos por árboles robustos y resistentes, con su follaje siempre verde, sombreando impenetrables marañas de matorrales, bajo los que se movían las mas variadas criaturas. Cuando el hombre se instalo en este territorio y en base a su actividad imperiosa de dominar la naturaleza para subsistir de ella comenzó el cambio progresivo del paisaje primitivo y los bosques fueron desapareciendo ante el avance de los cultivos y el ganado. De todo aquel mundo salvaje e impenetrable sólo han llegado a nuestros días pequeños retales inconexos. A pesar de todo, los soberbios restos de aquel pasado selvático siguen causando a quienes visitan estas tierras la admiración y el asombro.
Los condicionantes climatológicos, morfológicos y de orientación han determinado en el Barranco una vegetación de gran riqueza y variedad de especies. El Barranco está situado en lo que llamamos desde el aspecto bioclimatico región mediterránea. Entre los 900 y los 1800 metros de altitud encontramos aún comunidades forestales permanentes de carácter primitivo integradas fundamentalmente por enebros y carrascos. En tiempos pasados los enebrales fueron protegidos por constituir el principal abrigo que tenía el ganado cuando pastaba en estos parajes. La especie característica es el roble melojo, pero el bosque maduro de melojos en la actualidad ha desaparecido por completo y ha sido sustituido por repoblaciones de pinos resineros o de castaños.
Por debajo de los 900 metros la vegetación corresponde a los melojares que poco a poco van dando paso a las tierras bajas y a las riberas de ríos y arroyos, a bosques de alisos y fresnedas. La destrucción de los melojares fue como consecuencia de ampliar el área para pastos o cultivos. El resultado fue la progresiva reducción del espacio ocupado por los robledales. En la actualidad, ya solo se aprecian algunas motas de robles en los bordes de los caminos o en los linderos de los bancales. En las laderas de los valles el roble fue sustituido en gran parte por castaños y pinares. La existencia de grandes castañares está documentada en la Edad Media y llego a ocupar amplios espacios del valle, mucho más que en estos momentos. Es desde el siglo XV cuando comienza una decidida política de plantación y expansión del pinar que fue progresivamente aumentando su extensión. El pino se ha convertido en el elemento dominante del paisaje del Barranco.
El roble melojo (quercus pyrenaica) era el árbol más abundante en el Barranco en tiempos pasados. Es este un pequeño roble, rustico y frugal, que se extiende por casi toda la península ibérica. Raramente llega a medir 20 metros y a menudo forma matas o arbustos. Brota abundantemente de raíz por lo que a veces toma forma de matorral. O se rodeen los ejemplares mayores de abundantes retoños. Suele tener una forma muy irregular, ramificándose desde la base, aunque después pierde las ramas más bajas. Su corteza es lisa y de color verde grisáceo hasta los dos o tres años, luego cambia a un color más oscuro, y a partir de los 25 años, se empieza a resquebrajar longitudinalmente y toma una coloración pardo grisácea. Tiene hojas con un corto pecíolo y un limbo hendido por lóbulos profundos e irregulares, que al nacer están cubiertas por ambas caras de abundantes pelos estrellados que en el haz tienden a perderse, dándole un color ceniciento al envés y mas verde al haz. Son estas marcescentes, por lo que permanecen en el árbol una vez muertas hasta la aparición de las nuevas en primavera, lo que da un aspecto característico a los melojares en invierno.Su fruto, como en todos los quercus, es una bellota, en este caso, pequeña y de sabor amargo, aunque util para dar de comer al ganado. Son particularmente llamativas sus agallas o bogallas, estructuras globulares y de aspecto leñoso, que produce el arbol para defenderse del ataque de un insecto. Este pone sus huevos en estas estructuras y, cuando las larvas se convierten en insectos, practican un agujero en la agalla para salir al exterior. La corteza de este roble tiene taninos, sustancias que se utilizan como curtientes.

Haciendo honor al refrán que alude a la fuerza de los robles, el rebollo puede llegar a vivir entre 500 y 600 años. Su madera también es fuerte y resistente a la descomposición, por lo que ha sido utilizado en la construcción naval, en las traviesas de ferrocarriles o muebles. El aprovechamiento tradicional del roble melojo ha sido su leña, de muy buena calidad, así como la producción de un carbón vegetal de excelente calidad.
El roble fue un árbol sagrado para nuestros antepasados vettones. Del roble se recogía el muerdago, una de las plantas mágicas de los celtas. Entre los druidas, sacerdotes de los celtas, nada era más sagrado que el muerdago y el árbol a que este estaba adherido, especialmente si era roble, árbol que con preferencia escogían para sus bosques sagrados y no practicaban ceremonia religiosa alguna sin la presencia de sus ramas. Era el supremo símbolo de energía y conocimiento, de valor, fuerza y majestuosidad. Es el único que puede aguantar los rayos y entrar en contacto con las fuerzas de la naturaleza, sean lluvias, nieves, granizos o tormentas, sin sufrir graves consecuencias. Y es que el roble es sinónimo de resistencia, durabilidad y calidad. La vida natural se agrupa junto a los robles, desde las aves que se cobijan en ellos, hasta los insectos más variados que viven y se alimentan de diversas partes de este árbol. Incluso algunos hacen sus puestas sobre él, formando las características agallas. No creo que exista otro arbol que dedique más atención a los diminutos seres que pueblan sus cortezas, donde hay lugar y alimento para todos. Junto a los robles existen unas determinadas vegetaciones que le acompañan, pues no en balde es el árbol donde se da la mayor diversidad de hongos. Tiene un papel destacado como protector de la biodiversidad y de su entorno, favoreciendo el desarrollo de otras especies vegetales, por ello el robledal silvestre es un magnifico sotobosque.
"el hombre de estas tierras que incendia los pinares
y su despojo aguarda como botín de guerra
antaño hubo raido los negros encinares,
talando los robustos robledos de la sierra"

El pino negral, resinero o rodeno (Pinus pinaster) es un árbol que alcanza gran talla y que se distingue del resto de los pinos ibéricos por sus largas, rígidas y punzantes acicalas. Sus hojas permanecen en el árbol alrededor de 3 o 4 años hasta caerse. Los piñones son pequeños y al caer lo hacen con una pequeña alita pegada. En pocas ocasiones llega a medir más de 40 metros de altura, siendo lo normal alrededor de los 20 metros. Tiene el tronco grueso y muy derecho, la corteza es resquebrajada y de color pardo rojizo. Es una de las confieras más empleadas en las repoblaciones forestales. Florece a finales de marzo, principios de mayo. Maduran las piñas a finales del verano siguiente. No es un árbol excesivamente longevo pero puede llegar a alcanzar los 300 o 400 años. Es el más extendido de nuestros pinos, encontrándose prácticamente en todas las regiones, aunque la mitad de sus masas corresponden a repoblaciones. Es un árbol de rápido crecimiento, que se desarrolla preferentemente sobre suelos silíceos, sueltos y arenosos y que resiste bien tanto la sequía estival como las fuertes heladas. Mediante el sangrado del tronco se obtiene una resina que, al destilarse, da la esencia de trementina o aguarrás, de gran interés en la industria química, de barnices y en perfumería. Su madera es usada para la construcción, traviesas de ferrocarril o embalajes. Se usa, además, para la extracción de pasta de papel o tableros.
El paisaje del Barranco te invita a conocerlo a través de la huella de los antiguos caminos empedrados, cañadas y cordeles que recorren valles y laderas, ascendiendo a lo alto de la sierra permitiendo conocer su paisaje e emblemáticos parajes, observar animales y vegetales. La abundancia de precipitaciones determina en la comarca un clima mediterraneo subhumedo, con algunos enclaves atlanticos. Existen grandes extensiones de pino (pinus pinaster) lo que antiguamente fueron robledales y alcornocales. Una interesante vegetación cubre sus laderas. Se encuentra aqui la vegetación atlántica y la vegetación mediterránea, como lo demuestran los espesos brezales abundantes en la parte alta del valle y los jarales al sur del mismo.
Refugiado en algunas zonas, el melojo (quercus pyneraica) es una especie rara en el Barranco en la actualidad, aunque antaño fue abundante siendo el principal árbol autóctono. Es una especie que requiere de suelos ricos y de un buen grado de humedad. Por su capacidad de poder rebrotar de raiz formando grandes extensiones en forma de arbusto, conocemos hoy la presencia de esta especie en ciertos lugares del valle.

"Yo soy la tabla de tu cama, la puerta de tu casa,
la superficie de tu cuna, la madera de tu barca.
Yo soy el mango de tu herramienta,
el bastón de tu vejez."
Por todo esto, viajero que me contemplas,
o que me has contemplado tantas veces,
miramé bien, pero...
no me hagas daño.

R, Tagore

BIBLIOGRAFIA UTILIZADA

Blanco Castro, E & (1997) Los bosques ibericos. Ed. Planeta.
Martinez Parras, J.M. & Molero-Mesa(1982)Ecología y fitosociología de Quercus pyneraica. Los melojares beticos.
Rivas-Martinez, J.M. & Saenz (1991) Enumeración de los Quercus pyrenaica de la Peninsula Ibérica,
Ruiz de la Torre, J & L. Ceballos (1971) Arboles y arbustos de la España Peninsular. Madrid
Gonzalo Martín García (1997) Mombeltrán en su historia (siglo XIII-siglo XIX) - Institución Gran Duque de Alba
Antonio López Lillo & José M. Sánchez de Lorenzo (2001) Árboles en España - Manual de Identificación- Ediciones Mundi-Prensa
G. López Gonzalez (2001) Los árboles y arbustos de la Península Ibérica - Ediciones Mundi-Prensa

martes, 4 de marzo de 2008

JABALIES, TESTIGOS DE LA HISTORIA DEL BARRANCO




Cuando a finales de noviembre los días se acortan presagiando la inminencia del invierno, la espesa mancha de pinos de la Morañega aparece adormilada bajo los mantos de nubes que barren con fina lluvia los serrejones y las laderas cubiertas de espesos matorrales. El suelo musgoso parece una alfombra henchida que rezuma humedad y en los troncos de los árboles, sobre las rocas graníticas y en los mohosos tocones del bosque rejuvenecen los líquenes y las setas aparecen por doquier. La espesura siempre verde del monte se adorna con los tonos ocres y rojizos de los castaños y los amarillos de los chopos que acompañan los pequeños arroyos hasta el fondo del valle. En el ambiente reinan la humedad y la quietud.
De pronto el silencio del monte, la monótona lluvia otoñal, quedan rotos por los disparos y los ladridos de los perros que levantan a los jabalíes de sus lugares de denso matorral, de sus trincheras naturales. Ha comenzado la inevitable matanza por diversión, el acoso y la agresividad en total desigualdad de condiciones. El enorme macho, aterrado, aprieta en su desbocada carrera arremete contra un espeso matorral de zarzas y espinales, dejando como único rastro de su paso el boquete irregular de su blindado cuerpo y se pierde ladera arriba.

El jabalí o sus scrofa es un mamífero de tamaño mediano, provisto de cabeza grande y alargada, en la que destacan unos ojos muy pequeños. De cuello poderoso y patas muy cortas (mas bajas las trasera que las delanteras). Aunque de mala vista, no es capaz de distinguir los colores, tiene un importante desarrollo del olfato y del oído. El olfato es un sentido muy desarrollado, de manera que le permite detectar alimento o enemigos a más de 100 metros de distancia, localizar hongos y otros vegetales bajo tierra. Sus pelos son gruesos y su color es muy variable y va desde colores grisáceos a negro oscuro pasando por colores rojizos y marrones. Es frecuente que en los ejemplares viejos menudeen las canas.
Habitante emblemático de los bosques mediterráneos destaca por su enorme poderío físico gracias a la enorme potencia de su tren delantero y por sus extraordinarias capacidades sensoriales. Especie ancestral, el jabalí, conserva en su anatomía numerosos caracteres primitivos, entre los que cuenta su dentición, compuesta por tres incisivos, un canino, y cuatro premolares. Las muelas presentan un relieve muy acusado, con numerosas protuberancias que permiten tanto la masticación de vegetales como de carne. Especialmente llamativos son los caninos, muy desarrollados sobre todo los inferiores, que llegan a alcanzar una longitud de hasta 20 cm, denominados vulgarmente “navajas”.
Son animales marcadamente sociales, girando toda su actividad en torno al grupo o piara. Las manadas están compuestas por grupos familiares de hembras con sus crías y dirigidas por el individuo de más edad. Los machos abandonan la piara cuando alcanzan la madurez sexual para llevar una vida errante y solitaria que solamente rompen durante el periodo de celo, aun cuando los individuos mayores suelen ir acompañados por un macho más joven conocido como el escudero. Las hembras, acompañadas de sus respectivas piaras, dedican gran parte del día a actividades con fines alimenticios, pues debe esforzarse en sacar por sí sola a su camada adelante. Para las piaras existen algunos lugares por los que el grupo siente especial querencia y que son visitados con frecuencia; estos puntos son los encames y charcas para el baño. Los encames consisten en depresiones del terreno-las trincheras-largas y estrechas, que están protegidas por densas marañas de arbustos y salientes rocosos, al abrigo de la lluvia, el viento o lo predadores. Cada grupo dispone de varios de estos encames a lo largo de su territorio favorito, usándolos alternativamente. Disponen, además, de puntos específicos dedicados al baño, que serán frecuentados en todo tiempo, aunque de manera más intensa en verano. Los baños de barro desempeñan un importante papel en la ecología de la especie, considerandose que tienen varias funciones. Así: aseguran su regulación térmica, en cuanto que el jabalí no suda al tener sus glándulas sodoríparas atrofiadas. De igual manera se ha considerado que los baños de barro tienen un importante papel en las relaciones sociales de la especie, e incluso se ha descrito un papel en la selección sexual, de modo que si mientras usan las bañas de barro todos los jabalíes, sin distinciones de sexo ni edad, durante la época de celo paracen reservadas casi exclusivamente a los machos adultos, de modo que se ha considerado, que estos baños pueden estar ligados a la persistencia de los olores corporales sobre un sustrato estable como el que proporciona una capa de barro adherida al pelo, sin olvidar las funciones de marca territorialista o incluso sanitarias para librarse de la multitud de parásitos y proporcionar a su epidermis un baño terapéutico. Tras una de estas sesiones higiénicas el jabalí se dirige al tronco de un árbol donde se refregara con fruición. Para estos menesteres los cochinos parecen sentir especial atracción por los pinos, probablemente por en intenso olor a resina que producen.

El jabalí es un animal de hábitos mas bien nocturnos que pasa el día en los encames anteriormente descritos. Según algunos especialistas, los jabalíes de mueven de forma muy metódica, siguiendo sendas y trochas habituales que ellos mismos practican hasta en la más intrincada vegetación.
A punto de entrar el invierno se desprenden las ultimas hojas muertas en las umbrías de los castañares y los viejos y solitarios verracos, atiborrados de bellotas, comienzan a abandonar las profundas espesuras en busca de las piaras matriarcales. Cuando localizan alguna, y si en el grupo no gobierna ningún otro macho, el recién llegado tomará posesión de las hembras fértiles, expulsando de la piara a los inmaduros. Si por el contrario los pretendientes son dos grandes ejemplares, es muy probable que la cuestión se dirima mediante encarnizados combates. Una vez establecida la jerarquía, los machos vencedores toman posesión de las hembras del grupo. Cuando todas las hembras de la piara han sido cubiertas, el verraco abandona el grupo y retoma su vida montaraz y solitaria.
La gestación dura alrededor de cuatro meses, produciéndose generalmente los partos a primeros de primavera donde tendrán lugar los alumbramientos de las cuatro o cinco crías. A veces pueden producirse hasta diez crías. En sus primeros días, los rayones rara vez abandonan el lecho de hojarasca en el que los deposito su madre, quien permanece largos periodos con ellos. En esta época la hembra se muestra especialmente agresiva y responde violentamente ante cualquier peligro.
El jabalí es un omnívoro que se alimenta de todo cuanto encuentra. Sería imposible pormenorizar en que consiste su dieta porque, sencillamente, toda cosa comestible lo es. Desde conejos a insectos, desde frutos a carroñas, pasando por grano, setas, reptiles, pollos o huevos, etc…Para acceder a estos alimentos, el cochino se vale de la sensibilidad de su jeta, con la que hoza prospectando sobre grandes superficies de suelo, levantando tierra y piedras en busca de alimento. Esta es una de las razones de su adaptabilidad a todo tipo de lugares siempre que disponga de una mínima cobertura de alimento, aunque prefiere los sitios con vegetación alta donde poder camuflarse y abunde el agua.

Exterminados por el hombre sus depredadores naturales ha motivado que la especie haya proliferado en exceso. Por otra parte el abandono generalizado del medio rural han permitido el desarrollo de densos matorrales y bosquecillos que, naturalmente, el jabalí ha a aprovechado como paridera y refugio. En ausencia de depredadores, las poblaciones de cochinos se disparan en todos los rincones para recordarnos que algo empieza a no marchar bien en nuestros bosques.


Quizá en épocas más remotas nuestros antepasados vettones encontraron en el jabalí una fuente inagotable de alimentación, aunque también hay una realidad mitológica, el jabalí es el emblema del guerrero celta. El jabalí efectivamente es el animal salvaje y arremetedor por excelencia y traduce bien la fogosidad, la tenacidad y la independencia característica de los pueblos celtas. En plan religioso, puede llegar a ser el emblema de un dios activo y creador, al mismo tiempo que el de un dios destructor. La ambigüedad del jabalí es patente debido a que es un animal útil, puesto que es la presa de caza, pero igualmente el destructor de cultivos y un temible salvaje, en sentido etimológico de la palabra. Era entonces normal que se hiciese de él un animal divino, o mejor dicho, una función divina representada simbólica y alegóricamente por dicho animal. Ese dios o mito recupera siempre las realidades que pueden ser cotidianas sin por eso perder su valor religioso, sobre todo en épocas en que nadie intentaría diferenciar lo sagrado de lo profano. Comer jabalí es, en cierta medida, apoderarse de una parte del poder divino, ya que necesariamente somos lo que comemos, y la calidad atribuida al animal del que nos alimentamos pasa de manera obligada al cuerpo de la persona que lo come. Una de las manifestaciones artísticas de los vettones son los verracos, esculturas de toros y cerdos, e incluso en algunas ocasiones jabalies, que se hallan esparcidas por todo el territorio que se supone la Vettonia.
Existen hipótesis que atribuyen a los verracos un significado relacionado con la ganadería y la división de las tierras, frente a quienes los consideran animales totémicos o monumentos sepulcrales. ¿Qué sabemos de los vettones que habitaron en nuestro valle? ¿Qué conocemos de su cultura? Apenas unas vagas referencias, unas ruinas perdidas aquí y allá. Y, sin embargo, a poco que indaguemos en el tema, descubriremos que existe al alcance de nuestros ojos un abundante e insustituible muestrario del arte escultórico vettón: los llamados 'verracos', esos animales de piedra que desde hace más de dos mil años aguardan nuestra visita en remotos parajes de la meseta castellana, obras únicas que, debido a su estado actual de dispersión, se hallan insuficientemente valoradas por parte del gran público. La verdad es que cada vez caben más serias dudas sobre el carácter sacro o sepulcral de los verracos, sin descartar que alguna talla en concreto hubiese podido representar algún numen o divinidad. La teoría de demarcación de zonas de pastos encaja con las esculturas de jabalíes con posibles zonas de caza y cabe suponer que alguna otra podría señalar zonas de cría y cebo para ganado porcino; sin contar con las puramente ornamentales o realmente sacras situadas en las entradas o en el interior de los poblados.
Pese al olvido parcial de animal tan noble como símbolo durante nuestra Edad Media, se representó frecuentemente su caza, siendo esta considerada de gran riesgo, valor y coraje junto con inteligencia, virtudes propias que debían poseer los guerreros. Quizás dentro de los animales salvajes cazados en nuestros montes europeos, la cacería del oso y del jabalí destacaría por ser de elevado peligro, frente a otras especies.

Los reyes de Castilla, desde Alfonso XI, gustan de recorrer los pinares y riscos de estos parajes, con sus jaurías y monteros, a la caza del puerco y del oso. Alfonso XI conoce palmo a palmo estas tierras del Barranco y de Arenas y de ellas nos habla con fruición de buen cazador en su Libro de la Montería. Curiosamente muchos de los topónimos reseñados se conservan intactos en la región y han pasado a los mapas oficiales: Almoclón, Mesegar, La Figuera (La Higuera), Las Mocellas (Morcillas), Puerto del Pico, Puerto del Arenal, El Peón, La Cabrilla, Centenera, etc... El padre del que un día fue el Condestable Dávalos acompañó en muchas ocasiones al rey Alfonso XI, y es muy probable que su hijo, Ruy López, quedara entusiasmado con la bondad y riqueza cinegética del Barranco, sobre el que más tarde ejercería señorío con Enrique III. Don Alvaro de Luna, en multiples ocasiones, recorrió el Barranco en ruidosas y multitudinarías monterias junto a Juan II.


BIBLIOGRAFIA UTILIZADA
Borja Cardelús - La España Salvaje- 1996- Editorial Planeta-Barcelona
Juan Carlos Blanco- Mamiferos de España - 1998- Editorial Planeta- Barcelona
Francois Mountu / Christian Bouchardy -Los mamiferos en su medio -1992- Plural de Ediciones S.A. -Barcelona
Mombeltrán- Historia de una Villa Señorial (1973) Eduardo Tejero Robledo - Ediciones S.M. - Madrid


lunes, 4 de febrero de 2008

VETTONES EN EL BARRANCO


Hacia el siglo VI a.C., la península Ibérica era un inmenso territorio poblado por comunidades de diferente grado de evolución social y económica. A la llegada de la tribu vettona, el Barranco y sus contornos estaba ocupado por gentes de muy diversa cultura y herencias étnicas. Miembros de antiguas inmigraciones de carácter indoeuropeo de finales del Bronce o principios de la Edad del Hierro procedentes del centro de Europa, eran los moradores de sus parajes. Los vettones llegaron a esta parte de la península formando parte de las inmigraciones que sobre estas fechas se sucedieron a través de los Pirineos, juntamente con otras tribus celtas. El territorio vetton en principio, debía ocupar las actuales provincias de Salamanca, Ávila, Cáceres, parte de la de Valladolid, Segovia y Zamora. Una nueva inmigración, la de los vacceos y arévacos, obligó a los vettones a replegarse por la periferia de la Meseta.

En torno al 500-400 a.C. se produjo un cambio profundo en el interior de la península. La puesta en práctica de nuevas formas agrícolas, (proceso de deforestación, conversión de zonas de bosque en pastos y campos para el cultivo), provocó que los asentamientos fuesen más grandes y de ocupación más prolongada (sedentarización), un crecimiento demográfico y jerarquización social. Se empiezan a construir murallas, torres, fosos y los poblados fortificados se denominan genéricamente castros. Cambia la actitud hacia los muertos, se incineran y guardan en urnas, las que depositan en necrópolis fuera del recinto urbano. Se da el desarrollo generalizado de la metalurgia del hierro y adopción del torno industrial de alfarero, para producir cerámica.

En el territorio comprendido entre la cuenca del Tajo y la línea del Tormes-Duero se desarrolla a partir de la II Edad del Hierro la cultura "Cogotas II", que podemos identificar históricamente con el pueblo céltico de los Vettones, y que se caracteriza por un proceso de creciente organización territorial, ya iniciado a finales del Bronce, que conducirá a la creación de grandes oppida. Estos se enclavan en lugares elevados, de fácil defensa, controlando estratégicamente el espacio circundante y orientado hacia el aprovechamiento de los recursos ganaderos. El modelo de ocupación de estos poblados fortificados revela una jerarquía de los asentamientos en relación con el control de los pastos, dentro de una economía en la que predomina la trashumancia local, y en la que la agricultura es meramente subsistencial.

El Barranco de las Cinco Villas no fue ajeno a estas circunstancias y en el habitaron durante mucho tiempo gentes de tribus vettonas que se asentaron en estas tierras en donde encontraron recursos para su subsistencia y desarrollo.
Vivian en pequeñas aldeas agrícolas y apacentando sus rebaños. De economía marcadamente pastoril en las que las cabañas ovicaprina y bovina desempeñaron un papel esencial. No hay que desestimar actividades complementarias como el trabajo metalúrgico, la explotación de canteras y las relaciones comerciales con otros pueblos. Los lugares que fueron habitados en aquella época ofrecían en líneas generales las siguientes características:

Poblados que podrían albergar una población que oscilara entre varias decenas de habitantes a unos pocos centenares, sobre penillanuras y lugares elevados con amplia visibilidad que permiten controlar los territorios circundantes y las vías de comunicación. Una organización interna simple con viviendas junto a la muralla, o bien grupos de casas con paredes medianiles comunes formando pequeñas manzanas. En otros casos simples cabañas circulares de adobe o tapial, sobre cimentación de piedras de granito que se distribuyan sin ordenamiento aparente.
Los castros mas antiguos estaban defendidos con troncos y empalizadas de madera, otros construyeron murallas de piedras, fosos y estacas hincadas para dificultar los ataques de poblaciones hostiles. Pero la inmensa mayoría vivía básicamente en pequeños poblados sin ninguna intención defensiva.

En el área del Barranco los estudios arqueológicos son prácticamente nulos y, por lo tanto, conocemos bastante mal la anatomía interna de aquellos lugares en donde pudo haber asentamientos aunque hay evidencias muy notables.



Los poblamientos se concentran generalmente en valles fluviales y junto a estribaciones montañosas, controlando las vías de pasos naturales y buscando tanto las tierras fértiles de fondo de valle y los pastos de los paramos. La topografía de los poblados vettones pone de manifiesto que los sitios elegidos suelen ser puntos elevados y de difícil acceso, erizados en rocas graníticas que constituia un elemento de defensa. Esta preocupación por la defensa natural se completaba con obras artificiales de fortificación: murallas, torres, fosos y campos de piedras hincadas. Estos campos de piedras hincadas eran amplios espacios literalmente sembrados de piedras, frecuentemente puntiagudas y de aristas cortantes, dejando pequeños espacios entre unas y otras, y colocadas siempre en las zonas más vulnerables de los poblados, es decir, en las inmediaciones de las puertas. De esta manera se entorpecía la arribada en tromba de los atacantes a pie.

La agricultura vettona fue básicamente cerealista, con distintas variedades de trigo y cebada resistentes al clima frió y seco. Recolectaban bellotas y miel para endulzar los alimentos. El grano de cereal se transformaba en harina para consumo domestico. También fabricaban harinas a partir de las bellotas. No cabe duda que el paisaje actual del Barranco, fundamentalmente formado por pinares, tenía poco que ver con las grandes extensiones existentes entonces de robles y encinas y en las zonas montañosas como la que nos ocupa debió significar un consumo importante como sustituto del pan de cereal. La época de maduración de la bellota oscila entre los meses de octubre y enero, lo que haría necesario desarrollar sistemas de almacenaje para conservar y aprovechar este valioso recurso a lo largo del año.

En el entorno vegetal del Barranco existieron bosques densos de encinas, enebros, quejigos, nogales, castaños, acebos, bosques de ribera y entornos empradizados muy aptos para la caza y el pastoreo, lo que conlleva, además, implicaciones extraordinariamente positivas desde el punto de vista faunistico. Masas forestales extensas con la vegetación propia del sotobosque dio paso a mamíferos salvajes como el ciervo, el uro, el caballo salvaje, el oso, el lobo, el jabalí, el lince, el corzo, el gato montes o el castor algunos de los cuales aun sobreviven en sectores marginales del valle.

Hay que destacar el papel preponderante que jugaron los caballos dentro de la sociedad vettona, como un elemento de ayuda en el pastoreo del ganado, y como arma de preponderancia militar. Plinio, escritor romano, da noticias de que entre los lusitanos se criaba una raza de caballos tan veloces que origino la leyenda de que las yeguas las fecundaba el viento. Los caballos vettones podemos suponer que competirían con los lusitanos en rapidez y operatividad.

Lana, lino, esparto, cáñamo, pieles y cuero de destinaban a la realización de prendas, adornos y variados tipos de recipientes. El atuendo masculino se componía de una túnica corta, sujeta con cinturón, y de un pantalón o bracae. Encima, como ropa de invierno para protegerse de los fríos de Gredos, se cubrían con el sagum o capa con capucha, pieza gruesa de lana oscura o negra, prendida por fábulas de bronce o hierro. El atuendo femenino, además del sagum, constaba de una túnica larga con mangas, cubriéndose la cabeza con un tocado o mantilla.


Cuando fallecían los vettones inicialmente inhumaban a sus muertos en túmulos, es decir los depositaban en tierra y los cubrían con montones de piedra; en una época posterior, los incineraron. Nunca se dio entre ellos el enterramiento en fosa, y menos aún, en sepulcro excavado en la roca.

Los cementerios vettones constituyen una fuente esencial de información. La cremación de los cuerpos era el ritual característico y se llevaba acabo quemando en una pira el cadáver vestido con sus mejores galas, armas y adornos. Las cenizas y demás restos eran recogidos y depositados en una vasija de barro y llevados al cementerio.

Característico de los cementerios vettones es su localización frente a las puertas de los poblados, no más de 300 metros de distancia y su proximidad a las corrientes de agua. La erección de pequeños túmulos encima de los restos incinerados, como una especie de hito bien visible, sugiere, tal vez, que el muerto debía ser recordado por las generaciones venideras.

Aunque el rito de la incineración fue el más extendido entre los pueblos prerromanos en la Meseta, existen evidencias que determinan que no fue el único utilizado. Me refiero sobre todo a la exposición de los cadáveres para que fuesen devorados por los buitres, pues existía la creencia de que si se moría en combate noble y valiente, al ser devorados por los buitres serian retornados al cielo, junto a los dioses de lo alto. Mientras que siguiendo la misma lógica, a los enemigos vencidos se les corta la cabeza, residencia del alma, para que no puedan ascender a los cielos.

La costumbre de comer en círculo en torno a un recipiente y por riguroso orden, dando el primer asiento a la edad y al honor, ha sido característico de los pueblos del interior peninsular. Parece obvio que estas comunidades tenían una fuerte jerarquización interna y que los líderes verían reforzado su poder en función del apoyo social a sus propuestas.

Sus casas eran de tipo rectangular, de una sola planta y con varias habitaciones, con muros de piedra y techos de madera y paja. El suelo era de piedra apisonada o simplemente de tierra arcillosa y las paredes interiores estaban recubiertas por una especie de estuco. Parece ser que para preservar de humedades el suelo de la vivienda, éste solía estar un poco más elevado que el nivel del terreno exterior de la misma. El ganado era encerrado en el exterior del poblado en recintos construidos para este efecto. La habitación principal, destinada a la reunión familiar, estaba presidida por un hogar central en medio de la estancia, en se reunían y cocinaban, una abertura en el techo facilitaba la salida de humos. La familia sentada en bancos corridos, largos se pasaba el guiso por orden de antigüedad entre sus miembros, siendo los ancianos de la familia los primeros en ser alimentados, con lo que demuestran que su cultura veneraba y respetaba la imagen de sus mayores, poseedores del conocimiento que se transmitía de generación en generación. Era un pueblo hospitalario y amaban la danza y la música. Su cultura fue adsorbida por la cultura romana y con posterioridad por el cristianismo. No obstante han quedado algunas costumbres o tradiciones de aquella época en el Barranco.

La guerra formaba parte de la estructura socioeconómica de estas gentes. En este contexto puede resultar útil la cita de Estrabon, según la cual los vettones sólo concebían que los hombres guerrearan o descansaran. La traducción del término vetones o vettones tiene el significado de hombres de guerra, luchadores o guerreros. En cierto modo la sociedad vettona era muy similar a otras sociedades europeas, donde el sistema de prestigio descansaba en la perpetuación de los conflictos a través del duelo o combate singular, en el que representantes de cada parte resolvían las diferencias enfrentándose entre si.

Adoraban a dioses protectores asociados a la naturaleza. Montes sagrados, fuentes, árboles, ríos, etc… El lobo tenía carácter protector. Estas gentes celebraban sus cultos al aire libre. Estos sitios relacionados con el culto a la divinidad presentan modalidades muy diversas, podía tratarse de la cima de una montaña o un lugar elevado, un claro en el bosque, una peña, una cueva las fuentes, los ríos o los manantiales. Existen indicios arqueológicos de santuarios a cielo abierto, distinguiéndose sobre todo por la presencia de grandes canchos de granito vinculadas a complejos rituales de sangre, fuego y agua. Sabemos que uno de los mitos más antiguos del hombre es la adoración al árbol. El misterio del árbol que da flores y frutos, que protege con su sombra y proporciona leña para el fuego del hogar, es una constante del pasado Eran pues, los bosques de encinas, junto a los de roble, los lugares elegidos por los sacerdotes vettones (los druidas) para celebrar sus reuniones de culto. En determinados lugares rodeados de estos árboles se intercambiaban sus conocimientos, y eran estos parajes de espesura arbórea sus únicos templos, no habiendo llegado a nuestros días restos de construcciones vettonas utilizadas con fines religiosas. La celebre fortaleza del árbol de roble es en verdad mítica. El muerdazo, de verdor perenne, planta parasitaria de algunas especies arbóreas, fue junto a la encina y el roble los vegetales más venerados por los vettones, debiéndose sin lugar a dudas tal respeto al alimento natural que, en el caso de la encina y el roble, las bellotas, les reportaban.

La emigración como mercenario a los ejércitos era una forma habitual de adquirir riqueza y prestigio. En las guerras civiles habidas entre Cesar y Pompeyo los vettones aparecen enrolados en el ejercito pompeyano. El robo de ganado y los ataques por sorpresa contra comunidades vecinas era práctica habitual. La movilidad y la necesidad de acceder y controlar grandes extensiones de pastos y agua los hacia muy agresivos. Por Diodoro y Estrabon sabemos que los vettones y los lusitanos practicaban saqueos y pillajes estacionales y luego volvían a casa con el botín. Una de las formas más simples en la resolución de los conflictos era el duelo. En la clásica guerra celta, los héroes se adelantaban lanzando insultos al enemigo. Entonces se iniciaba un combate individual a la vista de ambos ejércitos.

No presentan batalla campal en ningún momento, saben de la superioridad de las legiones romanas cuando están en formación, son difíciles de atacar, se cierran bien y se despliegan con disciplina. Era necesario llevarles al terreno escarpado para efectuar ataques rápidos y efectivos, utilizando dardos y hondas, para más tarde, retroceder hacia mejores posiciones de defensa, a la misma velocidad, esto hacia que las legiones se abrieran más, se estirasen, facilitando el ataque. Para ello disimulaban ataques con parte de la caballería, para más tarde efectuar una retirada que llevaba a las tropas romanas, a caer en la emboscada, que les aguardaba entre las montañas, donde les llovían guerreros enfurecidos que gritaban y disparaban todo tipo de proyectiles. Comentan los historiadores que la costumbre de estos pueblos, al igual que lo hacían los más puros celtas del norte, era la de exhibirse ante el enemigo, con el pene erecto, en prueba de virilidad, a modo de desafió y provocación. Un pequeño escudo de madera con protecciones de hierro “la caetra”, se deslizaba por delante de su pecho, con gran destreza para evitar los dardos y parar los golpes de espada. El terrible solliferreum ó azagaya que consistía en una jabalina hecha totalmente de hierro, se utilizaba en el ataque a corta distancia, estas, lanzadas con fuerza atravesaban los escudos y armaduras de los legionarios romanos. Las espadas que encontramos en todos los yacimientos de las tierras de lusitanos y vettones son de clara semejanza a las de los pueblos etruscos y greco-fenicios con los que mantenían una clara relación en la época pre-romana. Una rica decoración en las mismas, en su empuñadura y funda metálica. El temple dado a estas armas de hierro, hacían de ellas un peligroso enemigo, cortante por ambas caras, manejadas con fuerza, podían dividir en dos a un hombre de un solo tajo, como nos relatan los antiguos historiadores romanos.

La conquista del territorio vettón por parte de Roma se produjo durante las guerras del 154-133 a.C. , a consecuencia de las cuales Roma, después de vencer a Viriato y a los celtiberos, extendió su dominio a la Meseta septentrional. Fue en el año 61 a.C. cuando Julio Cesar fue nombrado gobernador de la España Ulterior, y con el pretexto de erradicar las rapiñas de vettones y lusitanos, hizo con actuaciones militares entre el Duero y el Tajo que la población abandonase los poblados fortificados y bajar al llano.

Los principales restos de los vettones se conservan en sus “castros”, auténticas pequeñas ciudades fortificadas, con murallas y fosos, en las que vivían entre 500 y 2000 personas como máximo. Entre los castros más famosos y mejor conservados están los abulenses de Las Cogotas, La Mesa de Miranda, Ulaca y El Raso de Candeleda, situados en lugares que conservan prácticamente el paisaje originario.
BIBLIOGRAFIA UTILIZADA

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“Los Vettones” Real Academia de la Historia. Madrid 1999
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Caro Baroja, Julio
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Martín Carramolino, Juan
“Historia de Ávila, su provincia y obispado”. Madrid 1946
Salinas de Frías, Manuel
“Los Vettones – Indigenismo y romanización en el Occidente de la Meseta” U. Salamanca 2001
“La organización tribal de los vettones” Salamanca 1952
Sánchez de la Cruz, Ángel
“Los Celtas Vettones en las tierras abulenses” Ávila 2001
Aguiar, Joao
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Pastor Muñoz, Mauricio
“Viriato- El héroe hispano que lucho por la libertad de su pueblo. La Esfera de los Libros – 2004
Martín García, Gonzalo
“Mombeltrán en su historia” Diputación Provincial de Ávila – Ávila 1997
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“Mombeltrán – Historia de una villa señorial” Ediciones SM – 1973
Maria Mariné – Coordinadora -
“Historia de Avila I – Prehistoria e Historia Antigua. Diputación Provincial de Avila – Avila 1995

sábado, 2 de febrero de 2008

EL POZO DE NIEVE DE LA MORAÑEGA



En medio del paraje de la Morañega, en un paisaje umbroso, abandonado a la impiedad de los elementos que baten esta parte de la sierra podemos contemplar los restos de lo que fuera en otros tiempos la nevera de una buena parte del Barranco. La contemplación de sus restos medio ocultos por la maleza despierta un sentimiento nostálgico. Hace ya casi cien años que dejo de ser útil y comenzó su declive ante la llegada del frió industrial. El proceso para almacenar, conservar la nieve y transformarla en hielo, consistía en aprovechar las nevadas y acumular estas nieves en recintos convenientemente preparados, para vender el hielo durante el resto del año.

Los pozos de la nieve como se le conoce tradicionalmente fueron construidos con diversos fines: para conservar alimentos y medicinas, enfriar bebidas, elaborar helados, etc… Su consumo llego a ser muy popular sobre todo en las grandes capitales en donde la venta de hielo estaba reglamentada hasta en sus más mínimos detalles. Tanto es así que en muchos documentos de la época se reconoce por las autoridades que la nieve era un artículo tan importante como el pan.

Los trabajos de almacenamiento y comercialización de la nieve están documentados desde el segundo milenio antes de Cristo. Para la península Ibérica, existen referencias escritas de ello desde la época romana. En libros de cuentas medievales se registra la explotación de los pozos de nieve. Tuvo una gran importancia entre los árabes y su uso se popularizo en la península Ibérica a partir del siglo XVI. Los árabes comenzaron a construir pozos alrededor del año 1100.

Los pozos eran construidos de piedra, los muros suelen ser de gran espesor para lograr un eficaz aislamiento. Para construirlos se excavaba en el terreno un hueco de cuatro a seis metros de ancho y de seis a diez de largo, realizándose la pared con bloque de granito. Para permitir el descenso a su interior se formaba una escalera con bloque sobresalientes o se construía una manual de madera. El entorno del pozo tenia la función de facilitar la recogida de la nieve, para ello se limpiaba de vegetación y se aplanaba si era necesario. Los pozos contaban con un sistema de drenaje habilitado bajo el pozo a fin de no aguar el hielo, ya que poseían un desagüe con una salida subterránea para evitar la humedad, ya que la nieve, no apoyaba sobre la tierra, sino en una cámara confeccionada con troncos para la filtración del goteo al derretirse. Esta sencilla construcción formaba una cámara de aislamiento protegiendo de la lluvia, del viento y del sol la nieve almacenada en su interior.

En los sitios donde la nieve y el hielo no resisten todo el año y se funden, había que almacenarlos durante el invierno en cavas, pozos de nieve o ventisqueros, o en simas naturales, generalmente ubicados en las montañas de las latitudes medias. El procedimiento mas frecuente para llenar la nevera consistía en hacer rodar grandes bolas de nieve desde las inmediaciones arrojándolas al interior del pozo. Los trabajos de los neveros comenzaban en primavera después de las últimas nevadas. Dicen que las nieves de marzo eran las mejores porque su textura y el ser tardías les permitía llegar mejor hasta el verano. Durante el año y, especialmente en verano, se bajaba el preciado producto a los pueblos, donde se consumía, aprovechando las horas en las que el sol menos daño causaba a esta delicada mercancía. Normalmente se hacia en la noche para eludir las altas temperaturas y evitar la licuación de la carga.

Las construcciones suelen ubicarse en pequeñas cuencas que de manera natural aprovechaban las laderas del monte para facilitar la recogida de la nieve, que se hacia arrastrándola generalmente con rastrillos de madera. En el interior del pozo la nieve era compactada bien golpeándola con mazos de madera llamados pisones o bien pisándola, hasta convertirla en hielo. Al alcanzar una capa de nieve u determinado grosor (metro o metro y medio), se aislaba con una capa de paja, helechos, retamas o cualquier otro material herbáceo.

Estos trabajos eran muy duros y para evitar congelaciones los encargados de realizarlo se debían turnar cada cierto tiempo. Cuando el pozo estaba lleno, lo cubrían con ramas de aulaga, o de bálago, que actuaban como aislantes y permitía que la nieve se conservara hasta el verano. Para el transporte, los bloques de nieve compactada se introducían en serones de esparto, abrigados y protegidos con paja. Se bajaba por dificultosos senderos a lomos de recuas de burros o mulas convenientemente protegidas por pieles de cabra.

La nieve ha sido utilizada por el hombre desde la antigüedad aplicándola fundamentalmente con fines terapéuticos y domésticos. Desde el punto de vista terapéutico no cabe duda de la importancia de la nieve como agente productor de frió. Existían y existen multitud de enfermedades en las que el frió es la indicación adecuada. La nieve adquirió gran importancia en la conservación de los alimentos pues uno de los principales focos de enfermedad en el mundo antiguo y medieval era la ingestión de alimentos en mal estado de salubridad. La conquista de mayores cotas de comodidad entre la clase burguesa hizo también que aumentara la demanda de nieve.



El paseo desde La villa de Mombeltrán o desde Las Cuevas del Valle hasta el pozo de la nieve es una pura delicia para los que gustan de andar por el campo, ya que los senderos que nos conducen hasta allí no entrañan dificultades de tipo físico y la recompensa merece el pequeño esfuerzo. Cerca del pozo podemos contemplar, posiblemente, el único ejemplar de acebo que existe en la jurisdicción de La villa de Mombeltrán.

sábado, 19 de enero de 2008

EL BARRANCO, CAMINO DE LA CAÑADA REAL LEONESA OCCIDENTAL



La actividad trashumante es probablemente tan antigua como los propios pueblos montañeses y ha llegado casi sin modificaciones apreciables hasta los albores de nuestros días. Su larga persistencia se ha basado en dos hechos fundamentales: la existencia de extensos pastizales y de un colectivo humano que pronto se especializaría en el pastoreo cíclico. La resolución neolítica del VII a.C. pasa por ser la causante directa de la sedentarización del hombre primitivo, cuya economía pasaría a basarla en la agricultura y la ganadería y la sociedad tribal a estratificarse en clases y jerarquías. Desaparecieron así buena parte de los nómadas y cazadores y con ello la inseguridad en la búsqueda del sustento material y la incertidumbre de la vida.
Los grandes contrastes existentes dentro de la Península Ibérica en altitud, clima y suelo unidos a la disponibilidad de amplias superficies de pastos propiciaron desde tiempos remotos, el aprovechamiento de los recursos complementarios, a veces muy distantes entre si, mediante la ganadería trashumante.
Las cañadas nacieron para canalizar los movimientos de ganado entre las zonas montañosas (agostaderos) y las más bajas o extremos (invernaderos). Su primera referencia escrita se remonta a los siglos VI y VII aunque con toda seguridad ya existían antes. Su importancia fue en aumento acorde con el desarrollo de la ganadería.
En el siglo XIII, Alfonso X el Sabio creó el Honrado Concejo de la Mesta, que protegía y regulaba la actividad ganadera. El papel que jugo la Mesta en la sociedad medieval fue sin duda de primer orden. La asociación velaba por los intereses de todos los trashumantes y mediaba ante la Monarquía en los conflictos que se planteaban. El papel de la Hermandad se vio reforzada por el impulso que los sucesivos monarcas dieron al comercio lanar. Con los Reyes Católicos se abolieron los arbitrios y peajes que encarecían los desplazamientos de las reses y se reglamentó el cobro del servicio y montazgo en los puertos reales.
Las rutas de la trashumancia aprovechaban los mejores pasos naturales (puertos de montaña, vados, puentes, etc…) Para atravesarlos debían tributar peajes de portazgos, pontazgos, barcas, al igual que hacían otros sectores con quienes mantuvieron a veces ciertas tensiones, como los arrieros y carreteros, acogidos a la institución de la Cabaña Real de Carreteros, que gozó también de exenciones y privilegios reales.
La Cañada Leonesa Occidental, en sus inicios, recoge principalmente los ganados de los puertos situados en la cuenca alta de los ríos Bernesga y Torio en la montaña central. Los diferentes cordeles y veredas que la forman se dirigen hacia la ciudad de León, la bordean y se unen en Puente Castro antes de cruzar el Torio. Continúa por el puente Villarente, donde se le une una importante cañada procedente de Valdelugueros y Puebla de Lillo que desciende por La Vecilla. Continúa por Mayorga de Campos, donde se une otro cordel procedente de las montañas de Riaño, Medina de Rioseco, Tordesillas, donde cruza el Duero, Medina del Campo y Arévalo.
Cruza, a continuación, la sierra de Gredos por los puertos de Menga y El Pico y desciende hacia el valle del Tietar y Navalmoral de la Mata, por El Barranco de las Cinco Villas, para cruzar el Tajo por el puente de Almaraz. Atraviesa el puerto de Miravete y, ya en Trujillo, se le incorpora la cañada Vizana. Después de cruzar el río Guadiana en Medellín, muere en las proximidades de Segura de León en la provincia de Badajoz.
Brevemente detallaremos su paso por El Barranco:
Desde lo alto del puerto del Pico, donde existe un amplio descansadero y fuentes, los pastores tienen una excepcional visión sobre El Barranco de las cinco Villas, el valle del Tietar y las extensas llanuras abulenses y toledanas. Los rebaños de ovejas y las vacas avileñas que en gran número utilizan anualmente esta ruta, desciende por la antigua calzada romana, bien conservada, con un trazado único por su belleza y singularidad. Fue un camino romano de segundo orden, diseñado probablemente sobre una ruta ibérica. Debieron utilizarla las legiones romanas en sus luchas contra las tribus celtas – vetonas y lusas- que habitaron estos lugares. En el descenso cruza por dos veces la carretera que hace amplias curvas y, la segunda vez, deja a la derecha la Venta Granizo o Gorronal, hoy convertida en vivienda, donde existe un descansadero que las vacas avileñas aun utilizan para hacer noche o coger fuerzas para la brusca subida.
La Cañada Leonesa Occidental, en su descenso, bordea el pueblo de Cuevas del Valle, pasa junto al rollo o picota y al lado de las ermitas de San Antonio y de Nuestra Señora de las Angustias. Gira a la derecha, cruza el Pontón sobre el arroyo y desciende hacia el cementerio para enlazar con la carretera. Continua un tramo por ella y se desvía a la izquierda para bordear la Villa de Mombeltrán, esta vez por el este, por la parte baja, en las proximidades del río, entre huertos y prados. Por encima del cordel destaca la estampa vigilante de la fortaleza medieval de los duques de Alburquerque. Pasa el puente Sequeros y sale de nuevo a la carretera junto a la desviación a Santa Cruz del Valle. Sigue un tramo por ella, pasando junto a las ruinas de la parroquia del despoblado de Arroyo-castano, el cual tuvo una gran relevancia cuando en 1465 el rey Enrique IV traslado los derechos de montazgo a este lugar procedente de Ramacastañas para beneficiar a su valido D. Beltrán de la Cueva. Arroyo-castaño llego a contar con una población de 31 vecinos. Seguidamente se desvía a la izquierda para descender hacia Ramacastañas por la margen derecha del río Ramacastañas o Prado Latorre que no es otro que la garganta del puerto. Los trashumantes suelen pernoctar en el lugar llamado Prados Abiertos. En Ramacastañas los rebaños suelen abrevar y descansan en las amplias praderas de sus márgenes. En este brusco descenso, desde el puerto del Pico hasta Ramacastañas (desde el puerto del Pico hasta Cuevas del Valle se descienden 800 m.) los pastores observan el cambio radical que se produce en el clima y vegetación respecto al otro lado de la sierra. Atrás quedan las sierras, el frío y los terrenos pobres. Después prosiguen su camino hacia tierras toledanas y extremeñas
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jueves, 17 de enero de 2008

EL VIGIA DEL BARRANCO: CASTILLO DE MOMBELTRÁN

Para comprender, tanto en una primera época, el emplazamiento de la villa, como posteriormente la idoneidad y el acierto de la ubicación de la fortaleza quizás sea necesario un breve recordatorio acerca de donde nos encontramos y las connotaciones que conllevaba. La colosal espina montañosa que atraviesa el sur de la provincia de Ávila de Este a Oeste, con alturas superiores a los 2000 metros constituye una muralla natural entre ambas submesetas, haciendo muy complicado su paso, salvo por los puertos de montaña, no exentos de dificultades en épocas invernales.
Esta realidad marca la importancia natural e histórica de lo que conocemos como “El Barranco”. En una extensión de más de 100 Km., entre el Valle del Jerte y el Valle del Alberche, el Puerto del Pico es el paso natural que mejor sirve para poner en comunicación las altas tierras de Castilla con las tierras de Toledo y Extremadura. Mombeltran, que debe su nombre a D. Beltrán de la Cueva, se llamaba anteriormente Colmenar de las Ferrerías ó de Arenas y parece ser que en el lugar donde hoy se levanta el castillo hubo anteriormente una torre fortaleza ó especie de atalaya fortificada, ya que en la obra de Francisco de Asís Veas Arteseros editada por la Universidad de Murcia “Itinerarios de Enrique III”, hace referencia de un viaje del citado monarca fechado en 1393 y ya cita que habia una fortaleza en El Colmenar de Arenas. Puestos a hacer conjeturas podría pensarse que pudiera haber existido alguna torre defensiva, y que posteriormente hubiese formado parte del castillo que hoy conocemos y cuya propiedad podría atribuirse a Ruy Lopéz Dávalos.
En 1422 la villa es entregada al infante don Juan de Aragón, rey de Navarra, a quien se la confiscan en 1431 para entregársela a Álvaro de Luna. A la muerte de este, en 1453, Juan II de Castilla otorga la villa a la viuda de Álvaro de Luna, Juana de Pimentel (La triste condesa). Sin embargo en 1461 Enrique IV se la quita y la dona a don Beltrán de la Cueva. Los estados de los Duques de Alburquerque tienen su origen en las donaciones que el primer duque don Beltrán de la Cueva, valido de Enrique IV, obtiene de este rey en los años 60´del siglo XIV. La capital de su señorio estaba en Cuellar, y dentro de Castilla León, tenia también fortalezas en Roa, Ledesma, Peñalcazar, Torregalindo, Mombeltrán y La Adrada, estas dos últimas de vital importancia para el control de comunicación de la meseta norte con Toledo.
El castillo se alza en un otero y junto al río Vita, afluente del Ramacastañas, desde el cual se divisa todo el valle. Se construye en las afueras del pueblo separado por lo que entonces se llamaba el sitio de La Cebada, hoy conocido por el jardín de la Soledad. Para las obras del castillo se destinaron las rentas del montazgo obtenidas en Arroyo Castaño. Beltrán de la Cueva lo manda construir y se realiza entre 1462 y 1474, aunque parece probable que no fue habitado hasta 1480.
Se valió para ello de las rentas del montazgo que se cobraba a los ganados que atravesaban el Puerto del Pico. Con estos ingresos D. Beltrán pudo pagar la mano de obra especializada que se hallaba realizando la cantería en la obra de su construcción. También fue necesaria la aportación obligada de los vasallos del hasta hacia poco Colmenar y que paso a llamarse Mombeltrán: los vecinos del pueblo tuvieron que trabajar en el transporte y acarreo de piedras y los diversos materiales utilizando para ello sus carretas, lo que generó no pocos conflictos entre el Duque y sus vasallos a los cuales no les hacia ninguna gracia trabajar gratis.
Las obras de la Iglesia tuvieron que paralizarse a fin de dar prioridad al castillo. Posteriormente se realizaron obras en el siglo XVI, lo que transformo de manera ostensible la rustica fortaleza original en un palacio acondicionado para poder servir como residencia de los duques.
Su estructura se vio afectada en los primeros años del siglo XVI, cuando el II Duque de Alburquerque, don Francisco Fernández de la Cueva elimino el puente levadizo, abrió con toda probabilidad los balcones y relleno el foso con un talud. Además, algunos autores apuntan a que la construcción de la portada renacentista, en donde el Duque puso el escudo y la corona ducal, obedecieron a que la nobleza castellana se vio en la necesidad de reforzar sus fortalezas contra los posibles levantamientos populares en época de las Comunidades. Precisamente el lugar donde se construyó la citada portada era el frente más vulnerable del castillo.
En la segunda etapa constructiva (realizada por el II Duque don Federico de la Cueva) corresponde la antepuerta curva adosada al lienzo norte de la barrera, cuyo acceso esta flaqueado por dos borjes dotados de las mismas troneras de palo y orbe que ya aparecen en los merlones y antepechos de los adarves y terrados.
Precisamente a esa barrera ó falsabraga se le adosó exteriormente un alambor de corto releje (60º) que alcanza las tres quintas partes de su altura, supuestamente para reforzarla contra los efectos de la pirobalística, pero que sorprendentemente está ahuecado por el recorrido de una manga perimetral, aparentemente inútil, y que en cualquier caso debió debilitar considerablemente al mencionado alambor.

La obra principal del castillo, el actual recinto interior, presenta en su entrada un grupo de tres escudos idénticos a los que aparecen en la puerta del castillo de Cuellar. Los escudos representan las armas reales de Castilla León, las de Beltran de la Cueva y las que tuvo su primera mujer, Mencia de Mendoza, con la que estuvo casado entre 1462 y 1476, fechas mas que probable en que debió construirse este recinto principal.
Algunos especialistas hablan de la falta de remate de la torre del homenaje e indican que la obra no llego a terminarse, pues bien, hay testimonios de que el tejado que cubría la torre del homenaje se desescombro durante la segunda mitad del siglo pasado y los restos de escombro de ese trabajo pueden apreciarse al pie de la Torre del Homenaje en el paseo de la liza, junto a la entrada del castillo citada anteriormente. En 1462 el rey expide una cédula en la que ordena que la villa de Colmenar de las Arenas se llame en adelante Mombeltrán.
El castillo de Mombeltrán se ha atribuido al arquitecto Juan Guas, especialmente por el parecido de los canecillos del almenaje con los del castillo de Manzanares el Real. La muerte de Enrique IV, en 1974, provocó que Juana Pimentel reclamase a la nueva reina , Isabel la Católica, sus derechos sobre Mombeltran, alegando la injusticia de la confiscación sufrida por orden del monarca anterior.
Pese a que en 1475 Beltrán llega a un acuerdo con Juana de Pimentel y con Juan II de Aragón, que también había reclamado sus derechos, y pese a que, en 1476, Isabel la Católica confirma el señorío a Beltrán de la Cueva, la incertidumbre sobre su dominio pudo acelerar la terminación de las obras, especialmente la barrera artillera en la que aparecen ya los escudos de su segunda mujer, Mencia Enríquez de Toledo. La muerte de esta, en 1479, marca claramente la cronología posible de la barrera que, sin embargo, pudo haberse comenzado antes de 1476. A la conservación de los estados de Beltrán de la Cueva al llegar al trono la princesa Isabel, con la que el duque de Alba había mantenido cierto enfrentamiento, no fue ajena la política matrimonial de este, al casar con una hija del duque de Alba.
En este sentido cabe interpretar que la dote que otorga Beltrán a su esposa incluya la hipoteca de Mombeltran y que en 1477 obtuviera privilegio de Fernando el Católico para fundar nuevo mayorazgo con la villa de Mombeltran a favor de los hijos que pudiera tener con la hija del duque de Alba (Dñª. Mencia Enríquez de Toledo), en contra de los derechos de su primogénito. La muerte de su segunda esposa sin hijos no impide al duque seguir utilizando Mombeltran como pago de su política matrimonial y casa de nuevo con Dñª. Maria de Castilla, hija de los influyentes Condestables de Castilla. En 1482 otorga mayorazgo con los hijos pudiera tener con su tercera esposa. Sin embargo, en 1483, Beltrán declara que este nuevo mayorazgo, en contra de los derechos de su primogénito, no había sido hecho por “su voluntad”. A la muerte de don Beltrán en 1492, el castillo de Mombeltran es ocupado por la viuda, que pretende defender así los derechos de su hijo, Cristóbal de la Cueva. El primogénito Francisco de la Cueva, II duque de Alburquerque, se ve forzado entonces a permutar su villa de Roa por Mombeltran, en un acuerdo que provocará grandes recelos entre el nuevo duque y su madrastra.
El refuerzo de la barrera (alambor) con un nuevo chapado en cuyo interior se aloja una galería perimetral, podría atribuirse a este II duque y coincide con las obras de refuerzo ejecutadas en el castillo de Cuéllar, también propiedad del Duque. Durante la revuelta de la Comunidades ”los de la villa de Mombeltrán e su tierra comenzaron a hacer las alteraciones” hasta que en 1521, “se asosego la cidad de Toledo” . Estos disturbios obligaron al duque a gastar mientras duró la contienda 448.588 maravedies en abastecer y pertrechar la fortaleza, desplazando incluso tropas desde Cuellar. En 1526, a la muerte de Francisco de la Cueva, habia en el castillo diversa artilleria, entre las que destacan “veinte y seis escopetas con un par de moldes para las pelotas y con veinte y tres bolsas para la polvora, dos espingardones antiguos, una lombarda mediana con su servidor, cinco tiros (cuatro medias lombarderas y un pasamuros), sos mosquetes de metal, mas diez y seis libras de pelotas de plomo para escopetas”
Don Beltrán de la Cueva levanta la fortaleza no solo como baluarte de contención para los que pasaran el puerto del Pico ó subían de Toledo y Extremadura en plan bélico, sino como mansión aseguradora de sus dominios. Don Beltrán contó con la forzada colaboración de sus vasallos que fueron obligados al acarreo y transporte de materiales, llevando sus carretas a requerimiento del Duque. El castillo nunca conoció acciones guerreras y en este sentido es una empresa frustrada. Durante siglos fue habitado esporádicamente por los Duques de Alburquerque. La cosecha de vino que se recolectaba en la dehesa anexa se almacenaba en las cuevas, aun hoy existentes, adjuntas al castillo. Algunas fuentes nos hablan de que en el paseo de la liza ó ronda hubo naranjos, hoy desaparecidos. Entre las obligaciones del alcaide de la fortaleza estaba la de enviar al señor el fruto de los mismos.
El castillo de Mombeltran se ha atribuido al arquitecto Juan Guas, especialmente por el parecido de los canecillos del almenaje con los que se atribuyen a este arquitecto en el castillo de Manzanares el Real. La disposición en planta de la obra y especialmente la barrera, sin torres, y adaptándose perfectamente al perímetro del cuerpo central, recuerda a la planta del castillo madrileño y a los restos aparecidos en Alba de Tormes. La presencia de diferentes escudos, correspondientes a la primera y segunda mujer de don Beltrán de la Cueva, podría indicar que el cuerpo principal y la barrera son dos fases constructivas independientes.
Las últimas obras hechas ya con el II duque, Francisco de la Cueva, podrían corresponder al chapado de la barrera, con su galería intramuros (sotierra), heredera de las galerías del castillo de la Mota, aunque de proporciones mucho menores. Este reforzamiento de las defensas debió incluir también una barbacana semicircular delante de la puerta de la barrera con acceso desenfilado respecto a ésta, para evitar que pudiera ser alcanzada por la artillería.
La puerta de esta barbacana, con las torrecillas ó garitones sobre lampeas, hoy semienterradas, debió ser reformada no ejecutada de nuevo, a partir de 1734 por Francisco de la Cueva, XI duque de Alburquerque, casado en ese año con Dña. Agustina Ramona de Siva, por cuanto el escudo que campea en la puerta corresponde a este matrimonio. El patio palacial, donde también aparece el mismo escudo, debió de hacerse en esta época y las causas de una reforma tan tardía en una fortificación medieval pueden estar relacionadas con la enfermedad que obligo al duque a vivir retirado en el campo hasta el día de su muerte en 1757.
El castillo de Mombeltrán es un edificio histórico del siglo XV con detalles artisticos propios de la época medieval, del esplendor de los de la Cueva, la familia que decidió construirlo para su uso y disfrute. Los villanos ha observado con indiferencia el progresivo deterioro de la fortaleza que ellos mismos construyeron soportando impuestos leoninos y acarreando piedras y otros materiales durante años sin recibir nada a cambio. Sus dueños actuales "pasan" del castillo y de su historia (ni comen ni dejan comer, como dicen en mi pueblo) con lo que posiblemente la única salida al respecto sea la expropiación, proceso largo, complicado y costoso para un ayuntamiento carente de sensibilidad, presupuesto e ideas y sobrado de ambiciones personales, pero que devolvería el edificio a los verdaderos dueños morales: los vecinos de la Villa de Mombeltrán.



EL BARRANCO


El Barranco es un profundo valle situado en la vertiente meridional de la Sierra de Gredos. Su altitud, de 500 metros en la parte más baja, en el surco por donde la garganta de Ramacastañas se abre camino hasta el Tietar, alcanza los casi 1400 metros en el Puerto del Pico y los 2028 en el pico del Torozo. Un desnivel de 1500 metros en apenas 15 Kilómetros de distancia.


Las líneas de cumbres dispuestas en forma de cuadrilátero irregular, cierran el valle y lo definen y delimitan. Al norte queda la cadena principal de Gredos en el tramo que va desde el risco de las Morrillas, pasando por el Puerto del Pico hasta el Puerto de Serranillos. Al Oeste, y desde el ya citado Risco de las Morrillas se desprende, en dirección norte-sur, un cordal que separa el valle del Barranco de la cuenca del río Arenal y cutas alturas más importantes son el Cerro de las Campañas, el collado de la Centenera, el cerro de Las Cabezas y la Penca, a partir de la cual pierde rápidamente altura hasta el cerro de las Morcillas y la cuerda del Brezo.

Al Este, cierra el valle un cordal que, con dirección noroeste-suroeste, se desprende de la cadena principal del macizo oriental de Gredos y se denomina Sierra de Cabeza Aguda. Actúa como divisoria de aguas con la garganta Elisa, y va perdiendo progresivamente altura hacia el Sur, por la Sierra de la Abantera y el cerro del Almoclón.

Así, el valle queda perfectamente delimitado por la línea de cumbres de las sierras que lo rodean. Es un valle cerrado, abrigado, orientado al Sur lo cual le confiere unas características geológicas, morfológicas y climáticas ideales, que han contribuido a definir un medio natural cuyas posibilidades de aprovechamiento han ido condicionando las formas de vida, usos y costumbres de los hombres y mujeres que lo han habitado a lo largo de la historia. La morfología del valle y su orientación, los condicionamientos del clima y de los suelos, han propiciado la existencia en el Barranco de una vegetación de extraordinaria riqueza caracterizada tanto por la variedad de especies como por su cantidad y densidad.

Su clima, templado y suave en invierno y fresco y aireado de dulce brisa en verano. Su primavera es pluviosa, cual corresponde a la zona húmeda y templada de la depresión del Tajo. Su otoño, para mí la mejor estación, aúna la deliciosa temperatura media a los melancólicos tonos verdes pálidos y ocres-rojizos, amarillentos, de los pinares, olivares, castaños y robles que en abundancia pueblan montes y praderas de nuestro pueblo. Son excelentes y muy numerosos los arroyos, y sus aguas cantan y riegan por doquier lánchales y pequeños huertos. Componen su paisaje toda la variedad de la flora y fauna, no sólo mediterránea, sino subtropical de la Península. Su orografía es áspera, pero no agria; prueba de ello es la adaptación de árboles como el limonero, naranjo, níspero, etc. Su clima, templado y suave en invierno y fresco y aireado de dulce brisa en verano, bien podemos agradecérselo a la Naturaleza. Su primavera es pluviosa, cual corresponde a la zona húmeda y templada de la depresión del Tajo. Son excelentes y muy numerosos los arroyos, y sus aguas cantan y riegan por doquier lánchales y pequeños huertos. Componen su paisaje toda la variedad de la flora y fauna, no sólo mediterránea, sino subtropical de la Península. Su orografía es áspera, pero no agria; prueba de ello es la adaptación de árboles como el limonero, naranjo, níspero, etc.