En medio del paraje de la Morañega, en un paisaje umbroso, abandonado a la impiedad de los elementos que baten esta parte de la sierra podemos contemplar los restos de lo que fuera en otros tiempos la nevera de una buena parte del Barranco. La contemplación de sus restos medio ocultos por la maleza despierta un sentimiento nostálgico. Hace ya casi cien años que dejo de ser útil y comenzó su declive ante la llegada del frió industrial. El proceso para almacenar, conservar la nieve y transformarla en hielo, consistía en aprovechar las nevadas y acumular estas nieves en recintos convenientemente preparados, para vender el hielo durante el resto del año.
Los pozos de la nieve como se le conoce tradicionalmente fueron construidos con diversos fines: para conservar alimentos y medicinas, enfriar bebidas, elaborar helados, etc… Su consumo llego a ser muy popular sobre todo en las grandes capitales en donde la venta de hielo estaba reglamentada hasta en sus más mínimos detalles. Tanto es así que en muchos documentos de la época se reconoce por las autoridades que la nieve era un artículo tan importante como el pan.
Los trabajos de almacenamiento y comercialización de la nieve están documentados desde el segundo milenio antes de Cristo. Para la península Ibérica, existen referencias escritas de ello desde la época romana. En libros de cuentas medievales se registra la explotación de los pozos de nieve. Tuvo una gran importancia entre los árabes y su uso se popularizo en la península Ibérica a partir del siglo XVI. Los árabes comenzaron a construir pozos alrededor del año 1100.
Los pozos eran construidos de piedra, los muros suelen ser de gran espesor para lograr un eficaz aislamiento. Para construirlos se excavaba en el terreno un hueco de cuatro a seis metros de ancho y de seis a diez de largo, realizándose la pared con bloque de granito. Para permitir el descenso a su interior se formaba una escalera con bloque sobresalientes o se construía una manual de madera. El entorno del pozo tenia la función de facilitar la recogida de la nieve, para ello se limpiaba de vegetación y se aplanaba si era necesario. Los pozos contaban con un sistema de drenaje habilitado bajo el pozo a fin de no aguar el hielo, ya que poseían un desagüe con una salida subterránea para evitar la humedad, ya que la nieve, no apoyaba sobre la tierra, sino en una cámara confeccionada con troncos para la filtración del goteo al derretirse. Esta sencilla construcción formaba una cámara de aislamiento protegiendo de la lluvia, del viento y del sol la nieve almacenada en su interior.
En los sitios donde la nieve y el hielo no resisten todo el año y se funden, había que almacenarlos durante el invierno en cavas, pozos de nieve o ventisqueros, o en simas naturales, generalmente ubicados en las montañas de las latitudes medias. El procedimiento mas frecuente para llenar la nevera consistía en hacer rodar grandes bolas de nieve desde las inmediaciones arrojándolas al interior del pozo. Los trabajos de los neveros comenzaban en primavera después de las últimas nevadas. Dicen que las nieves de marzo eran las mejores porque su textura y el ser tardías les permitía llegar mejor hasta el verano. Durante el año y, especialmente en verano, se bajaba el preciado producto a los pueblos, donde se consumía, aprovechando las horas en las que el sol menos daño causaba a esta delicada mercancía. Normalmente se hacia en la noche para eludir las altas temperaturas y evitar la licuación de la carga.
Las construcciones suelen ubicarse en pequeñas cuencas que de manera natural aprovechaban las laderas del monte para facilitar la recogida de la nieve, que se hacia arrastrándola generalmente con rastrillos de madera. En el interior del pozo la nieve era compactada bien golpeándola con mazos de madera llamados pisones o bien pisándola, hasta convertirla en hielo. Al alcanzar una capa de nieve u determinado grosor (metro o metro y medio), se aislaba con una capa de paja, helechos, retamas o cualquier otro material herbáceo.
Estos trabajos eran muy duros y para evitar congelaciones los encargados de realizarlo se debían turnar cada cierto tiempo. Cuando el pozo estaba lleno, lo cubrían con ramas de aulaga, o de bálago, que actuaban como aislantes y permitía que la nieve se conservara hasta el verano. Para el transporte, los bloques de nieve compactada se introducían en serones de esparto, abrigados y protegidos con paja. Se bajaba por dificultosos senderos a lomos de recuas de burros o mulas convenientemente protegidas por pieles de cabra.
La nieve ha sido utilizada por el hombre desde la antigüedad aplicándola fundamentalmente con fines terapéuticos y domésticos. Desde el punto de vista terapéutico no cabe duda de la importancia de la nieve como agente productor de frió. Existían y existen multitud de enfermedades en las que el frió es la indicación adecuada. La nieve adquirió gran importancia en la conservación de los alimentos pues uno de los principales focos de enfermedad en el mundo antiguo y medieval era la ingestión de alimentos en mal estado de salubridad. La conquista de mayores cotas de comodidad entre la clase burguesa hizo también que aumentara la demanda de nieve.
Los pozos de la nieve como se le conoce tradicionalmente fueron construidos con diversos fines: para conservar alimentos y medicinas, enfriar bebidas, elaborar helados, etc… Su consumo llego a ser muy popular sobre todo en las grandes capitales en donde la venta de hielo estaba reglamentada hasta en sus más mínimos detalles. Tanto es así que en muchos documentos de la época se reconoce por las autoridades que la nieve era un artículo tan importante como el pan.
Los trabajos de almacenamiento y comercialización de la nieve están documentados desde el segundo milenio antes de Cristo. Para la península Ibérica, existen referencias escritas de ello desde la época romana. En libros de cuentas medievales se registra la explotación de los pozos de nieve. Tuvo una gran importancia entre los árabes y su uso se popularizo en la península Ibérica a partir del siglo XVI. Los árabes comenzaron a construir pozos alrededor del año 1100.
Los pozos eran construidos de piedra, los muros suelen ser de gran espesor para lograr un eficaz aislamiento. Para construirlos se excavaba en el terreno un hueco de cuatro a seis metros de ancho y de seis a diez de largo, realizándose la pared con bloque de granito. Para permitir el descenso a su interior se formaba una escalera con bloque sobresalientes o se construía una manual de madera. El entorno del pozo tenia la función de facilitar la recogida de la nieve, para ello se limpiaba de vegetación y se aplanaba si era necesario. Los pozos contaban con un sistema de drenaje habilitado bajo el pozo a fin de no aguar el hielo, ya que poseían un desagüe con una salida subterránea para evitar la humedad, ya que la nieve, no apoyaba sobre la tierra, sino en una cámara confeccionada con troncos para la filtración del goteo al derretirse. Esta sencilla construcción formaba una cámara de aislamiento protegiendo de la lluvia, del viento y del sol la nieve almacenada en su interior.
En los sitios donde la nieve y el hielo no resisten todo el año y se funden, había que almacenarlos durante el invierno en cavas, pozos de nieve o ventisqueros, o en simas naturales, generalmente ubicados en las montañas de las latitudes medias. El procedimiento mas frecuente para llenar la nevera consistía en hacer rodar grandes bolas de nieve desde las inmediaciones arrojándolas al interior del pozo. Los trabajos de los neveros comenzaban en primavera después de las últimas nevadas. Dicen que las nieves de marzo eran las mejores porque su textura y el ser tardías les permitía llegar mejor hasta el verano. Durante el año y, especialmente en verano, se bajaba el preciado producto a los pueblos, donde se consumía, aprovechando las horas en las que el sol menos daño causaba a esta delicada mercancía. Normalmente se hacia en la noche para eludir las altas temperaturas y evitar la licuación de la carga.
Las construcciones suelen ubicarse en pequeñas cuencas que de manera natural aprovechaban las laderas del monte para facilitar la recogida de la nieve, que se hacia arrastrándola generalmente con rastrillos de madera. En el interior del pozo la nieve era compactada bien golpeándola con mazos de madera llamados pisones o bien pisándola, hasta convertirla en hielo. Al alcanzar una capa de nieve u determinado grosor (metro o metro y medio), se aislaba con una capa de paja, helechos, retamas o cualquier otro material herbáceo.
Estos trabajos eran muy duros y para evitar congelaciones los encargados de realizarlo se debían turnar cada cierto tiempo. Cuando el pozo estaba lleno, lo cubrían con ramas de aulaga, o de bálago, que actuaban como aislantes y permitía que la nieve se conservara hasta el verano. Para el transporte, los bloques de nieve compactada se introducían en serones de esparto, abrigados y protegidos con paja. Se bajaba por dificultosos senderos a lomos de recuas de burros o mulas convenientemente protegidas por pieles de cabra.
La nieve ha sido utilizada por el hombre desde la antigüedad aplicándola fundamentalmente con fines terapéuticos y domésticos. Desde el punto de vista terapéutico no cabe duda de la importancia de la nieve como agente productor de frió. Existían y existen multitud de enfermedades en las que el frió es la indicación adecuada. La nieve adquirió gran importancia en la conservación de los alimentos pues uno de los principales focos de enfermedad en el mundo antiguo y medieval era la ingestión de alimentos en mal estado de salubridad. La conquista de mayores cotas de comodidad entre la clase burguesa hizo también que aumentara la demanda de nieve.
El paseo desde La villa de Mombeltrán o desde Las Cuevas del Valle hasta el pozo de la nieve es una pura delicia para los que gustan de andar por el campo, ya que los senderos que nos conducen hasta allí no entrañan dificultades de tipo físico y la recompensa merece el pequeño esfuerzo. Cerca del pozo podemos contemplar, posiblemente, el único ejemplar de acebo que existe en la jurisdicción de La villa de Mombeltrán.
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