miércoles, 5 de diciembre de 2012

TOROZO- LA PIEDRA MÁGICA DEL BARRANCO



Es primavera avanzada. Cae la tarde y a través de la niebla emerge la mole del Torozo con su inagotable poder de seducción. Entre luces y penumbras, los bosque abrazan el mito vettón. Baja en torrentes el agua por las diversas gargantas del macizo y ya se pueden escuchar los cantos de los mirlos, las grullas, las golondrinas dando lugar a orquestaciones naturales que evocan a los dioses, a los robles, al cielo y las sombras.

Pronto llegara el solsticio de verano. La noche mas corta del año está a punto de producirse. Noche en que el poblado vetton de Fuente Blanca, alla oculto en una cuerda montañosa del Barranco se dispone a rendir culto a la divinidad solar, el astro indispensable para el desarrollo de la vida, representado por el fuego. El resplandor de las hogueras ilumina la danza salvaje de las  vírgenes vettonas secundadas por vigorosos jóvenes guerreros. Es la fiesta pagana, que a la vera del Torozo se repite una vez más. Es la danza que se remonta a muchos miles de años atrás, es el culto a la naturaleza, a la fuente de la vida.




Aún recuerdo la primera vez que pisé lo que identifique como el castro vetton de Fuente Blanca y aún hoy cada vez que vuelvo a pisarlo, y eso que van unas cuantas, siento la misma sensación que entonces, es como si un trozo de historia impactara contra ti y te vinculara de un modo tal, que pasaras a formar parte de todo lo que el tiempo y la naturaleza han conservado en este mágico lugar a pesar de que el 28 de Julio de 2009 fue arrasado duramente por un nefasto incendio que hace practicamente irreconocible el lugar. 


Es uno más de los muchos vestigios que salpican la geografía castellano-extremeña y que se resisten a desaparecer en una batalla desigual contra el tiempo y el olvido después de mas de 2000 años.Su ubicación cerca del manantial que le da nombre al castro, sobre un cerro a más de 1.200 metros y su estratégica situación dominando el Barranco y teniendo hacia el norte la mitica mole del Torozo y al oeste facilmente distinguible el monumental Cervunal y la cuerda del Amealito.





Seguramente durante el rito de la danza evocarian a la divinidad de IIurbeda divinidad de origen vetton bien conocida y relacionada directamente con la montaña y fundamentalmente con los pasos o caminos de montaña, una divinidad a la que se invocaría para ser protegidos en sus tránsistos ganaderos por los puertos de montaña.

domingo, 19 de abril de 2009

SEÑORIO Y VASALLAJE - ROLLOS DEL BARRANCO

Testigos de un pasado, fríos y altivos, e indestructibles a pesar del decreto del 26 de mayo de 1813 por el cual “se debían demoler todos los signos de vasallaje”, ahí siguen. Aparecen normalmente en un punto elevado o elevados en unas gradas de piedra, a un lado del camino, arrogantes y desafiantes. Elementos disuasorios para vagamundos, mercaderes, malhechores, falsificadores, etc…, signos de advertencia del señor que mandaba en las tierras que pisabas. Aviso a los visitantes de que hay en la villa una autoridad que vela por el común. Símbolos de una sociedad que se sustentaba en las relaciones de señorío y vasallaje.

Símbolos de jurisdicción, hoy son monumentos desde el plano histórico y estético siempre de primer rango que los pueblos del Barranco tienen ineludiblemente que conservar ya que los ejemplares que hoy todavía existen son símbolos de las exenciones y libertades conseguidas esforzadamente por los moradores de los lugares hace dos, tres, …cinco siglos, y su destrucción, activa o pasiva, a nadie, ni a ninguna causa beneficia.

Se solían ubicar a las entradas de las villas y generalmente en la vía mas concurrida. El levantamiento del rollo, previa autorización real, se daba bajo tres circunstancias: la creación de villas, la concesión de villazgo y el cambio de jurisdicción. Aparecen vinculados a la aparición de los señoríos. La falta de consolidación del poder real en los siglos XIV y XV propicia la titulación de nuevas villas y el crecimiento por consiguiente de los señoríos.
Ya desde los primeros tiempos de la Reconquista, en la zona comprendida entre el Duero y la cordillera Central y mas tarde la línea del Tajo, surgen multitud de aldeas para repoblar lugares yermos, ocupados precariamente. Según avanzaba la Reconquista también lo hacia la población de nuevos lugares o la repoblación de antiguos asentamientos, a los que se les dotaba de fueros, prerrogativas de organizar mercados. El pago que el Rey daba en tierras y poblaciones a nobles, obispos y señores por contribuir a la causa, conllevaba el derecho de hacer justicia en nombre del Rey, explotar montes, madera, caza, pastos, molinos, pesquerías, roturar tierras, pagar menos impuestos y organizar ferias y mercados.

Cuando una de estas poblaciones crecía más que las de alrededor pasaba a obtener el titulo de villa y con ello el derecho de ejercer justicia en la comarca. El caso de la Villa de Mombeltrán en el Barranco es un ejemplo claro de este fenómeno. Lo primero que hacia una nueva villa era levantar horca, picota y cuchilla, así como nombrar jueces y autoridades locales. Otro tema era el hecho de que la justicia administrada en ese rollo era sólo para los villanos, nunca para la nobleza o los eclesiásticos, por lo que con el paso del tiempo el rollo comenzó a convertirse en un símbolo de opresión del pueblo.

Estamos hablando de tiempos en que la justicia residía en el pueblo, al tener este derecho a gobernarse por intermedio de sus elegidos, el municipio tenía sus propios tribunales, que se encargaban de asuntos en materia de daños contra las personas, la moral, el consumo y la propiedad, tales como la integridad física la prostitución, el adulterio, los derechos de paso, las aguas, los arrendamientos, los salarios, los comunales, los ganados, los pesos, los precios, las medidas, la calidad y conservación de los alimentos.

En esta época prolifera la construcción de rollos, esmerándose los canteros, por mandato del señor, en la vistosidad, opulencia y arrogancia de la obra terminada. La tipología de los rollos es muy variada, a partir de unos elementos básicos: una columna cilíndrica o poliédrica, plantada directamente en el suelo o sobre gradas, coronada por un capitel del cual nacen varios salientes a modos de brazos. En esta época (siglos XIV, XV) predomina el gótico en todo su esplendor y de ahí que los capiteles se adornen con cabezas de animales, más o menos fantásticos, a semejanza de las gárgolas de las grandes catedrales. En ellas se manifiestan los tremendos contrastes medievales: la fe y el oscuro mundo de los terrores, de la ignorancia y de la superstición. El predominio de las cuatro cabezas en los capiteles es ya latente en el ámbito litúrgico de la Biblia.

El grado de cumplimiento del decreto de las Cortes de Cádiz fue escaso siendo reiterado en 1837 por la reina gobernadora, Maria Cristina, en nombre de Isabel II. Es de suponer que, a tenor de lo legislado, de destruyeran bastantes ejemplares. Algunas villas, las menos cumplieron el decreto derribando los rollos, las demás los conservaron, como es el caso de las Cinco Villas del Barranco. En fecha 14 de Marzo de 1963 se promulgó un decreto todavía hoy en vigor, por el que se protegía a los rollos y picotas como monumentos menores, haciendo responsables de su conservación y restauración a los ayuntamientos que los tuvieran en sus términos.

La picota es más antigua que el rollo, y considerada la índole de su función penal antiquísima. El origen de esta palabra procede de la pica, porque como nadie ignora y la tradición nos informa, antes de que existiera la picota, se situaban al borde de los caminos las cabezas de los ajusticiados, cortadas a golpe de hacha por el verdugo y clavadas al extremo superior de unas picas cuya extremidad inferior se afianzaba en la tierra, costumbre cuya finalidad era la ejemplaridad.

Desde que hubo justicia humana, mucho antes del feudalismo, para aplicar ciertos castigos corporales a los malhechores, era muy útil algún poste y se utilizaba para ello un poste o tronco seco. La picota era el poste en el que se exponían los malhechores a la vergüenza pública o se les castigaba. Ya en el Libro de las Partidas de Alfonso X aparece legislada y es una de las penas leves aplicadas a los delincuentes para su vergüenza y castigo. Su función era la de servir para la exposición a la vergüenza publica de los reos, para azotarlos, e incluso para mutilar o ejecutar a los sentenciados y mostrar allí sus miembros amputados o sus cadáveres. Generalmente se puede afirmar que las picotas tenían una relación muy directa con la justicia municipal y con la vida de los mercados que periódicamente se celebraban, con lo que la mayoría de los castigos podían considerarse como menores. Siendo el rollo y la picota cosas en su origen distintas, por la fuerza de las circunstancias y los hechos, la fusión de ambas en un solo monumento visible se realiza probablemente durante el siglo XV. El primitivo madero o poste, después convertido en picota, dejó paso al rollo, el cual adsorbió las funciones de aquella; y como consecuencia, los conceptos y significados de rollo y picota se confundieron no sólo para el vulgo, sino también para los literatos y para los modernos tratadistas de materia jurídica.

El rollo y/o picota, “árbol de justicia” es símbolo de erección de ciudad y por tanto de jurisdicción penal. La picota, realizada en madera, tiene su origen a finales del siglo XIII, mientras que el rollo aparece a finales del siglo XIV. Convivieron juntos cada uno con su función hasta que las picotas fueron desapareciendo. La horca fue durante siglos la manifestación por antonomasia de jurisdicción penal alta y por eso suele mencionarse expresamente en los títulos de villazgo que se otorgaban a los pueblos. Levantar horcas significaba que en lugar se imponían penas de muerte. Morir ahorcado, cualquiera que fuese el instrumento penal utilizado, fue siempre considerado una de las mayores afrentas, pues la pena de horca ha sido tradicionalmente considerada una pena capital infamante para el delincuente y, por derivación para su familia. Por ello cuando esta pena fue incorporada a los distintos ordenamientos y fueros, el ahorcamiento tuvo siempre el carácter de una forma de muerte afrentosa e indecorosa y así no se imponía a los nobles, que recibían pena por decapitación en el cadalso, como en el caso del ilustrísimo don Álvaro de Luna, a quien el verdugo “paso el puñal por su garganta, e cortóle la cabeza e púsola en el garabato”.
En la actualidad llamamos rollo o picota a un mismo monumento si bien parece ser que existe una diferencia conceptual. El rollo solo se levantaba en las villas, mientras que la picota se erigía en todos los lugares. En el caso de las villas un mismo monumento manifestaba las dos funciones: penal y jurisdiccional. En los lugares que no tenían la categoría de villazgo, sólo la penal. Las villas podían ser de realengo, es decir dependiendo jurídicamente del rey directamente o de señorío cuando por decreto el monarca delegaba el poder jurisdiccional en un noble, que lo ejercía en su nombre.

Los rollos de los pueblos del Barranco son todas de un material tan abundante, bello y sólido como lo es el granito. Pasemos a continuación a efectuar una breve descripción de los distintos rollos jurisdiccionales de cada una de las villas del Barranco.

La Villa de Mombeltrán:

Al entonces El Colmenar le fue otorgada la categoría de villa y señorío por el Rey Enrique III en el año 1393. Señorío del Condestable Ruy López Dávalos con la denominación de Colmenar de las Ferrerias de Ávila. Mas tarde y por parte de Juan II recibió la villa dos confirmaciones, la primera fechada en Burgos, el 9 de Agosto de 1417 y la segunda desde Palencia, el 17 de Agosto de 1427. De Dávalos pasará por diversas manos: Infante D. Juan de Aragón, Orden de Calatrava, Álvaro de Luna, hasta quedar en 1461 en D. Beltrán de la Cueva el cual cambio el nombre por el actual de Mombeltrán. Mombeltrán fue el estado más extenso y rico en población pero ya en la segunda mitad del siglo del siglo XVII se emanciparon San Esteban, Las Cuevas y Villarejo. Un siglo más tarde lo haría tambien Santa Cruz.
Su picota, popularmente conocida como “la cruz del Rollo” se encuentra a las afueras del pueblo junto al camino de la Mesta o cordel. Se alza sobre una pequeña roca, de aspecto potente y bien conservada. El plinto es poligonal unido a la base por puntas de diamante. El fuste se compone de once medios tambores de grosor algo distinto y alcanza una altura de 2,80 metros. Dos cornisas sostienen un remate a manera de campana o piña rematada en una pequeña cruz. En su centro sobresalen cuatro canes que recuerdan a las gárgolas goticas.

Cuevas del Valle:

La carta de villazgo extendida por Carlos II en Cortes de Madrid, el 27 de Julio de 1695, bajo la inspiración del Duque de Alburquerque, D. francisco Fernández de la Cueva, marca el momento de su independencia de la villa de Mombeltrán. Desde es misma fecha tenía la facultad de poseer el símbolo material de levantar el rollo-picota. Su rollo se encuentra junto a la ermita de San Antonio, al inicio de la calzada del Puerto del Pico. Aislado sobre un roquero. Es de granito. Un plinto sostiene un fuste de nueve medios tambores de diferente espesor. Arriba sobresalen cuatro cabezas de un animal indeterminado. Estuvo coronada por una bola colocada encima de una pirámide. Hoy el remate se ha efectuado con un cono. Tanto por la época de su erección como por su arquitectura podemos considerarlo “rollo de decadencia” puesto que las libertades municipales van decayendo así como la calidad arquitectónica.

San Esteban del Valle:

A finales del siglo XVII los vecinos de San Esteban decidieron que había llegado el momento de independizarse de la villa de Mombeltrán, aprovechando la precaria situación de la Hacienda real, que trataba de recaudar dinero de la venta de todo tipo de jurisdicciones y cargos. De tal manera el 17 de Agosto de 1693 San Esteban consiguió el consentimiento del duque de Alburquerque que era un paso previo para convertirse en villa. Una vez realizado el pago a la Tesorería real de 1.400.000 maravedíes por el total de los vecinos fue posible obtener el Privilegio de Villazgo, expedido por el rey Carlos II el 30 de Agosto de 1693. Testigo de su independencia aun podemos observar el rollo-picota en el camino de San Andrés y carretera a Santa Cruz del Valle. Se alza sobre un basamento de tres gradas. El fuste es monolítico, columna pétrea ligeramente ahusada de 2,50 metros de altura. Tiene doble capitel dorico sobre el que se asienta un conjunto de piedra con cuatro cabezas salientes como de dragones y queda coronada en su centro con una piedra plana circular, carente de remate. Fue tallada en el año 1696.

Villarejo del Valle:

El 21 de Febrero de 1694 el rey Juan II firmó la carta de villazgo por la cual Villarejo, y después de haber depositado la cantidad de 560.000 maravedíes en la Tesorería real obtenía su independencia de la villa de Mombeltrán. A continuación el juez ordeno levantar una horca de madera en el sitio denominado “El Llano” que se halla por encima de la ermita de Nuestra Sra. de Gracia. Hoy el rollo-picota se alza en la cuesta del Rollo junto a la fuente. Posee un plinto cuadrado y fuste de cinco tambores. Tiene 2,40 metros de altura. Del sexto tambor sobresalen tres conos. Está rematada por pirámide con bola.

Santa Cruz del Valle:

El 24 de Diciembre de 1791 el rey Carlos IV concede a Santa Cruz la carta de villazgo que le otorgaba el derecho de constituirse como villa independiente de la villa de Mombeltrán. Se levanta el rollo-picota en 1792 y fue el último pueblo que consiguió la autonomia de Mombeltrán, no sin antes haber tenido grandes dificultades para la fijación de términos. Consta de basamento piligonal, fuste de dos diferentes cuerpos y capitel dorico. El remate piramidal es desproporcionado.



Bibliografía utilizada:

· José Mª. Ferrer , “El poder y sus símbolos” Guadalajara 2005
· Alfonso X el Sabio, “Las Siete Partidas”. Ed. De la Real Academia de la Historia. Madrid 1807
· Bernardo de Quiros, Constancio, “La Picota. Crímenes y castigos en el país castellano, en los tiempos medios. Madrid 1907.
· Bernardo de Quiroz, Constancio, “Rollos juridisccionales de Castilla, Madrid 1909.
· Conde de Cedillo, “Rollos y Picotas en la provincia de Toledo” Conferencia pronunciada en el Ateneo de Madrid el 22 de Marzo de 1917.
· Herrera, M, “Rollos y Picotas, símbolos de nuestra historia” – Nueva Alcarria, Guadalajara 2001.
· Oliver, Felipe, “Rollos y Picotas de Guadalajara”
· Marino Barbero Santos, “Rollos y Picotas en la provincia de Caceres” Trujillo 1983

miércoles, 21 de enero de 2009

Escorias en el Valle- El Martinete del Barranco.

Los "martinetes de cobre" eran industrias destinadas a la fundición y transformación del mineral de cobre utilizando la energía hidráulica. En estas fábricas de fundición se podían distinguirse dos secciones: el área de fundición del mineral en hornos y el forjado y elaboración de los calderos de cobre. Ambas funcionaban con energía hidráulica. Son varios los factores que explican la localización de estas industrias siderúrgica: la presencia de mineral de cobre, la corriente de un río para proporcionar energía y bosques abundantes que suministrasen carbón vegetal. Tanto el mineral como el combustible podían ser transportados desde lugares cercanos, cuanto más próximos mejor, sin embargo el agua no podía desplazarse.

El cobre es uno de los metales que más pronto se conocieron y utilizaron por el hombre, pues se encuentra en la naturaleza en estado nativo, es decir, mostrando sus características metálicas más relevantes. Es dúctil, maleable y suelda fácilmente, lo que permite fabricar muchos objetos de chapa e hilos muy finos. El punto de fusión es relativamente bajo (1.200 ºC) y presenta gran facilidad para formar aleaciones con muchos metales, como el estaño, cinc, plomo, plata, níquel, etc. El proceso de fundición del mineral de cobre era conocido desde la antigüedad. Se utilizaban pequeños hornos y la aireación se conseguía de forma natural (mediante oberturas en las paredes del horno) o forzándolo mediante tubos de soplado o fuelles manuales. Los sistemas de aireación eran fundamentales, ya que a mayor presión el carbón se quemaba rápidamente y se obtenían temperaturas más altas. Durante la Edad Media se consiguió mecanizar la alimentación del aire a través de unos fuelles o barquines movidos de forma hidráulica, aportando una cantidad constante y suficiente de aire a la fragua. A partir del siglo XVII encontramos otra importante innovación técnica con las trompas de soplado. Ambos sistemas fueron utilizados en las fábricas de cobre de la Cordillera Ibérica. . De hecho, hasta el siglo XVIII las energías básicas utilizadas por el hombre fueron el aire y el agua. Los medios naturales y maquinarias sencillas como los molinos, los batanes y los martinetes aplicados a diferentes producciones era la única tecnología que el hombre tenía a su alcance. Los ingenios de aire y agua.

Una vez triturado y limpio el mineral de cobre se mezclaba con carbón vegetal, se introducía en el horno y se encendía. El horno era una pequeña cavidad con cuatro paredes, normalmente con forma piramidal invertida. Solían ayudarse de fundentes para facilitar la tarea, espolvoreando polvo de cuarzo en las paredes del horno. Cuando el metal empezaba a volverse líquido, las escorias se depositaban en el fondo por su mayor densidad y el metal limpio quedaba en la superficie. De este modo podía ser extraído mediante unas cucharas de hierro y volcado en los correspondientes moldes. Una vez solidificado, el metal era calentado de nuevo y forjado con los martillos para eliminar todos los restos de impurezas.

Los fuelles o barquines era el sistema más difundido para inyectar aire al horno. Fueron utilizados en casi todos los martinetes de la Cordillera Ibérica. Consistían en unos grandes fuelles de cuero y madera movidos por un eje que estaba conectado a la rueda hidráulica. Hacían falta dos barquines para proporcionar aire de forma continua, alternado sucesivamente las tareas de aspiración y expulsión. Exigían un fuerte mantenimiento, ya que necesitaban ser engrasados para evitar los rozamientos y había que reparar continuamente los cueros para evitar pérdidas de aire. Una vez fundido el cobre había que forjarlo, eliminando a golpe de martillo las impurezas. También había que darle forma, moldeando el metal para conseguir los productos deseados. Para ambas funciones era fundamental el uso de los martillos y yunques. El martinete movido por energía hidráulica es un invento medieval que se difundió rápidamente por toda Europa. Agilizaba las tareas del forjado y aumentaba los rendimientos, consiguiendo un incremento de la capacidad de producción de las fábricas. Esto provocó un abaratamiento de los costes de elaboración de las calderas de cobre, lo que facilitó en último término la difusión doméstica del producto. Casi todos los hogares se pudieron permitir la compra de calderos de cobre para cocinar, cosa impensable varios siglos antes.

El martinete era un enorme martillo, que podía pesar más de 100 kilogramos, instalado sobre un ingenio mecánico. La energía que movía el gran mazo era transmitida desde una rueda hidráulica a través de un cigüeñal que tenía en su extremo unas levas o cuñas que giraban y que conectaban regularmente con el extremo de una viga de madera o mancha. En el otro extremo estaba fijado el martinete. Cuando giraba el eje, las levas tiraban hacia abajo de la viga, con lo que el martillo se elevaba. Por efecto del giro, la leva soltaba la viga y el martillo caía por su propio peso sobre el yunque. Para facilitar este movimiento, las manchas estaban fijadas al suelo mediante unas bogas. Las vigas de madera de las manchas se desgastaban con bastante facilidad, por lo era preciso protegerlas utilizando badanas de piel cosidas. También era frecuente adobarlas con aceite para disminuir los rozamientos. Debajo del martillo se situaba un enorme tronco de madera, preferiblemente haya, llamado a veces ruejo por su parecido con este utensilio agrícola. Estaba reforzado con hierro en el extremo que recibía el golpe del martillo. En los martinetes se elaboraban las grandes calderas domésticas que encontramos en algunas casas. Era conveniente que todas estas calderas no llevasen soldaduras para garantizar la estanqueidad, por lo que su elaboración exigía un proceso técnico que sólo podía realizarse en los propios martinetes. Se fundía el metal hasta hacerse líquido y se volcaba en un molde semicircular, creando una copa maciza. Una vez enfriado, se extraía la pieza, se calentaba hasta quedar al rojo vivo y se martilleaba el interior con mazos apropiados hasta que adquiría la forma de plato sopero con las paredes muy gruesas. Se enfriaba en agua para templar el cobre. Se volvían a calentar en la fragua y a golpear, repitiendo varias veces la operación hasta que se conseguía la forma adecuada. Cuantos más golpes recibían y más se estrechaban las paredes, más grande se hacía el utensilio. Si el molde donde se volcaba el metal fundido era plano y los golpes del martillo se repartían de forma homogénea por toda la superficie, el resultado final era una plancha metálica. Estas planchas eran posteriormente vendidas a los artesanos caldereros, quienes las recortaban mediante plantillas, las doblaban y soldaban, elaborando pequeños utensilios. Los calderos han sido recipientes metálicos preferentemente de cobre, grandes y redondos utilizados para calentar o cocer alimentos depositados en su interior y de uso generalizado en los hogares o fuegos bajos de las viviendas. Fueron imprescindibles en todas las cocinas que precisaban al menos de un caldero principal, además de otros complementarios de diversos tamaños y usos. Comenzaba el proceso fundiendo trozos de chatarra, de cobre de todo tipo, en un crisol cerámico en el que se mezclaban en capas alternas el carbón vegetal y el metal. Una vez conseguida la fusión del cobre y a una temperatura que por experiencia el calderero sabe que es la adecuada, lo que conoce por el color, se sacaba el líquido a mano con un cazo provisto de un largo mango y se vertía en unos moldes de barro refractario dispuesto en el fogón y en los que solidificaba tomando su forma de casquete cuyo tamaño variaba (siendo los menores de 10 o 12 centímetros de diámetro) en función del peso de los calderos a obtener. Cuando aún los trozos de cobre se encontraban calientes, se los cogía con unas tenazas y se los llevaba al martillo hidráulico que dispone de un yunque o chabota con su superficie ligeramente cóncava, donde el calderero martillador sentado sobre un taburete junto al mazo y sujetando con sus manos la pieza de cobre caliente por medio de sendas tenazas cerca de sus pies bajo el martillo, la iba sometiendo a continuos y repetidos golpes mientras la desplazaba ligeramente entre uno y otro. Como consecuencia, la pieza se iba adelgazando y aumentaba su extensión al mismo tiempo que iba tomando, golpe tras golpe, la forma cóncava característica de los calderos. Cuando la lámina alcanzaba un determinado espesor mínimo y para evitar su rotura por efecto de los golpes, se introducía en el primer caldero otro de iguales dimensiones y el martillador iba adelgazando las dos piezas y conformándolas simultáneamente. Esta operación era repetida sucesivamente a medida que el espesor conjunto de las piezas se iba reduciendo llegando a manipular hasta 9 calderos a la vez agrupados en forma de paquete, de forma que quedaban finalmente por efecto de los numerosos golpes, con un espesor de pared de 1,5 milímetros cada uno de ellos. El trabajo de martillador requería habilidad y experiencia para ir moviendo el cuenco con las tenazas. La postura en que debía trabajar y el esfuerzo necesario unido al ambiente, hacían que su tarea fuera especialmente penosa. Por efecto de las deformaciones a que era sometido, el cobre se iba endureciendo por lo que era preciso recocerlo, calentándolo en la fragua para reducir su resistencia y poder trabajarlo adecuadamente. Una vez limpios se pasaba a darle la forma definitiva, golpeándolos con martillos de mano (rebatido), que corregían las deformaciones no deseadas producidas por la maquina hidráulica y que así mismo dejaban sobre toda su superficie las características y numerosas marcas de sus golpes. Terminaban su fabricación rodeándolo con un aro de hierro también forjado a mano y colocándole una o más asas del mismo material. La existencia de energía barata, agua y carbón vegetal, explica la existencia de un Martinete de cobre en El Barranco y concretamente dentro de la jurisdicción de la Villa de Mombeltrán. Si a estos factores le sumamos el conocimiento de la mano de obra materializada en aquellas migraciones, circunstancia que se produce durante la repoblación de las tierras del Tietar durante el proceso de la Reconquista de las tierras al sur del Duero, y que como sabemos aquellos pobladores procedente del norte de la península conocían desde tiempo esta industria de transformación del cobre. Las ruinas de lo que fue el primitivo Martinete se encuentran como a unos dos kilómetros de Mombeltrán, aguas abajo del río Ramacastañas y en su margen derecho en un espacio comprendido entre el cauce del río y la Cañada Real Leonesa Occidental. A corta distancia de lo que fue el Martinete se encuentra el despoblado de Arroyo Castaño, hoy reducido a las ruinas de su antigua parroquia, algunos restos de antiguas edificaciones y un puente, así como una antigua posada de arrieros y pastores que se conserva en un aparente buen estado de conservación. No olvidemos la importancia que durante el siglo XV tenía Arroyo Castaño, cuya existencia se halla documentada en 1462. Arroyo Castaño tuvo una gran relevancia cuando el rey Enrique IV traslado los derechos de portazgo a este sitio procedentes de Ramacastañas a fin de beneficiar a su valido D. Beltrán de la Cueva. Allá por el año 1845 contaba con 20 casas habitables, taberna, parroquia, y una fabrica de tinajas. Además existían dos martinetes y un molino harinero. El martinete que nos ocupa estaba techado, tenía dos fraguas y junto a él había una casa con dos plantas destinada a la vivienda del martinetero. Disponía de dos pares de fuelles grandes con tobera de cobre, de dos “machos” de hierro con las bocas de acero y dos bocas grandes de hierro en las que daba el macho, un yunque, varias tenazas para calentar y encopar, varios martillos, balanzas, tijeras para cercenar, muchos moldes…Los machos se movían por la fuerza del agua que una acequia sacaba de la pesquera del río y que un caz (canal para coger el agua y conducirla hasta el lugar donde será utilizada) hecho de piedra hacía llegar al martinete. Las fraguas se calentaban con carbón vegetal hecho de madera de pino, roble o brezo que se adquiría al concejo de la villa.
Una profesión profundamente ligada a la industria del hierro fue la de carbonero. Quedan aun algunos vestigios que nos hablan de aquella actividad. Bajo el puerto del Arenal y en Las Morañegas existieron frondosos bosques de robles y castaños con los que se hacía el cisco y carbón para las fraguas y martinetes. El camino llamado de Carboneros aun conserva a duras penas su enlosado de piedra y existe un pago llamado La Peguera que determina el lugar en donde se fabricaba el carbón vegetal. El carbonero desarrollaba un trabajo muy duro bajo situaciones meteorológicas de todo tipo. Durante la elaboración del carbón no había tiempo para el descanso ni el sueño. Tanto de día como de noche el carbonero debía controlar varios hornos que se encontraban en diferentes fases del proceso, lo que exigía una vigilancia continua. La preparación de la leña dependía de su tipo y del lugar dónde ésta se encontrara. Si se trataba de leña de árboles trasmochos (alcornoque, castaño, quejigo, encina) se cortaba el árbol por el tronco y una vez en el suelo se podaban las ramas y se troceaba el tronco. En el caso de que utilizara leña de rama (jaras, enebros), se procedía a eliminar las puntas y ramas delgadas inservibles para la obtención del carbón.

Ahora había que elegir y preparar el suelo destinado a la elaboración del carbón, siendo su forma, más o menos, circular. El suelo del horno había que compactarlo mediante el apisonado de la tierra para imposibilitar la entrada de aire a través del mismo, ya que si existieran corrientes sería muy difícil controlar el fuego durante la carbonización. Una vez limpio el suelo y colocada la leña en los alrededores comenzaba la fase de armado del horno. En primer lugar, se clavaba un palo verticalmente en el centro del ruedo. En segundo lugar, se colocaba la leña alrededor del palo formando un cono y procurando que quedara uniformemente distribuida para que de este modo se redujera el número de grietas durante la cocción. Sobre el horno se colocaba una capa de helechos, hierba, musgo u hojarasca. En este momento se procedía a la extracción del palo que se había colocado en el centro y se taponaba el agujero (futura chimenea) para impedir la entrada de tierra de la última capa. La cubierta es la que aísla la madera del exterior para que el oxígeno del aire no la incendie. La correcta carbonización no es más que la combustión lenta e incompleta de la madera por falta de oxígeno.Cerca del horno se encendía una pequeña hoguera y las brasas obtenidas se iban introduciendo a través de la boca del horno. Una vez que el fuego alcanzaba la fuerza suficiente para no extinguirse se tapaba la chimenea. En este punto se procedía al tapado de la chimenea, primero con helechos y más tarde con tierra. A partir de ahora la vigilancia debía ser exhaustiva, sobre todo, durante las primeras diez horas, momento en que comenzaba la carbonización de la corona. Durante la carbonización la leña iba perdiendo volumen por lo que había que golpearla y de esta forma compactar el carbón ya hecho y reducir los huecos que se producían. Si la cocción era demasiado rápida, el carbón se quemaba, obteniéndose carbonilla. Si la cocción era demasiado lenta, el carbón tendrá zonas mal cocidas, consiguiendo tizos (leña de carbonización incompleta). Por estas razones, el carbonero tenía que abrir agujeros de ventilación en aquellas partes con menor temperatura y taponar las zonas con mayor temperatura, procurando alcanzar una intensidad homogénea del fuego en las diferentes alturas del horno. La carbonización se desarrollaba de arriba a abajo y del centro hacia la superficie. El tiempo de duración de este proceso variaba en función del tamaño del horno, rondando la semana. Una vez terminada la cocción se procedía a apagar y enfriar el horno para lo cual se removía la tierra quemada con el fin de cerrar los poros de ventilación y así apagar los pequeños focos de fuego que todavía quedaran en el interior. Tan sólo resta el envasado y transporte del carbón. El envasado era realizado por los propios carboneros, para tal fin se hacía pasar una cuerda a modo de pespunte por el perímetro de la boca del saco. Para terminar portaban los sacos a hombros y los llevaban hasta el cargadero. El transporte más utilizado eran las bestias de carga que conducidas por arrieros llevaban el carbón a sus lugares de destino. El martinete aparece en la documentación en la segunda mitad del siglo XVII. Perteneció primero a D. Pedro Jacinto de Vega Loaysa (Caballero de la Orden de Santiago) y después, ya en el siglo XVIII, al monasterio de religiosas de San Bernardo de la Villa de Talavera. (Convento de San Bernardo. Convento de clausura de las madres bernardas, de estilo barroco fundado en 1610 por doña Teresa Saavedra). Siempre se explotó en arrendamiento. El propietario cedía, a cambio de la renta contratada, la vivienda, las fincas de alrededor, el martinete, las herramientas, etc… Los renteros eran por lo general varios vecinos de Arroyo Castaño de Mombeltrán, que se comprometían a reponer lo que se gastaba o destruía y que trabajaban generalmente sirviéndose de un martinetero asalariado, algunos encopadores y otros mozos jornaleros. Trabajaban mil ochocientos quintales de cobre al año y producía más de cuatro mil reales. Fabricaban calderos y calderas de distintos tipos y tamaños, a veces por encargo, que se comercializaban ordinariamente en las comarcas y pueblos cercanos. En 1669 fabricaron una caldera destinada a un tinte de la villa de Bejar, lo que demuestra su prestigio en otros lugares más lejanos. Su actividad se mantendría hasta el siglo XIX. Un día los viejos calderos de cobre fueron arrinconados para dar paso a otros artilugios. Hoy lo que queda del viejo Martinete permanece a la orilla del río Ramacastañas y cada día que pasa es engullido un poco más por la vegetación de ribera. Algunas noches el rumor del agua nos trae las notas lejanas del martinete al golpear sobre el yunque. Lastima que no sepamos, mas bien no queramos, encontrarle una utilidad que bien podría ser convertirlo en aula de Naturaleza a fin de que los niños de la comarca puedan entender un poco mejor el pasado de su tierra. Documentación utilizada: Mombeltrán "Historía de una villa señorial" - Eduardo Tejero Robledo Mombeltrán y su historía - Gonzalo Martín Garcia -www.sierranieves.com -www-sasua.net

domingo, 8 de junio de 2008

Beltrán de la Cueva - Señor del Barranco por obra y gracia de Enrique IV


Don Beltrán de la Cueva, primero de nombre, hijo de D. Diego Fernández de la Cueva, Señor de esta casa de Úbeda, Vizconde de Huelma, Caballero de la Orden de Santiago, Alcalde de Úbeda y de Alcalá la Real, Corregidor de Cartagena y de Dña. Maria Alonso de Mercado, fue mayordomo mayor y privado de Enrique IV, Gran Maestre de la Orden de Santiago (1462-1464), creado por aquel rey, Conde de Ledesma en 1462, Duque de Alburquerque en Badajoz, Conde de Huelma, Señor de las villas de Cuellar, Roa, Mombeltrán, La Adrada, Torre-Galindo, La Codosera, Molina, Atienza, La Peña de Alcázar, etc. Murió el 1 de noviembre de 1492, sepultado en el Monasterio de San Francisco de Cuellar. Casó primero con Dña. Mencía de Mendoza y Luna, hija de Duque del Infantado, segundo, con Dña. Mencia Enríquez de Toledo, hija del primer Duque de Alba, la cual murió sin posteridad; tercero, con Dña. Maria de Velasco, hija del Condestable, II Conde de Haro; después de viuda fue conocida con el titulo de Duquesa de Roa.

Enrique IV, un monarca inseguro y excesivamente controlado por Juan Pacheco (Marqués de Villena), se trae a la Corte a un joven hidalgo de Úbeda, y decide promocionarlo para contrarrestar la enorme influencia que aquel ejercía sobre su persona. De esta forma el rey, a fin de zafarse de la tutela de Pacheco, saca de la nada a D. Beltrán, lo hace su mayordomo y, a partir de 1462, lo eleva a puestos de responsabilidad política de la Corte para asesorarle en la toma de decisiones gubernamentales. No contento aún con estas prebendas, Enrique IV decide hacerlo señor de vasallos y le concede la villa de Ledesma con el titulo condal.
El monarca que tenia confianza absoluta en el personaje, pensaba a su vez que la lealtad del que así era favorecido le sería de gran utilidad para gobernar el reino, sin estar sometido al condicionamiento continuo que le imponía su anterior privado, Juan Pacheco. La carrera al poder tan rápida de D. Beltrán iba a suscitar envidias y grandes recelos entre aquellos que hasta el momento habían detentado el poder por su cercanía al monarca, y también entre algunos nobles descontentos. La situación llego al límite cuando en 1464 el rey consiguió para su “bien amado” D. Beltrán el maestrazgo de la Orden de Santiago que le daba un poder militar y económico de primera magnitud en Castilla.
Un maestrazgo, por otra parte, que correspondía al infante D. Alfonso, hermano del monarca, de acuerdo con la última voluntad expresada en el testamento de su padre, Juan II. D. Beltrán conocía muy bien esta orden pues en ese momento era comendador de Ucles, y no es de extrañar que pidiese en más de una ocasión al rey la concesión del maestrazgo. El rey justificaba la concesión en que carecía de tiempo para administrar y regir la orden porque estaba ocupado en la gobernación del reino. El rencor de una parte de la nobleza, aglutinada por el gran enemigo de D. Beltrán, Juan Pacheco, que no le perdonaba haberle desplazado de la confianza y el favor del monarca y, sobre todo, la concesión del maestrazgo de Santiago que Villena ambicionaba desde hacia muchos años, arruinaría la carrera política de aquel al cual el arzobispo de Toledo, Carrillo, llamaba un advenedizo. Esa aristocracia rebelde lograría que Enrique IV obligara de mala gana a D. Beltrán a renunciar al maestrazgo y a desterrarle de la Corte. Así pues, a partir de este momento, finales de 1464 y comienzos de 1465, se acabarán las expectativas políticas de D. Beltrán aunque el monarca le compensaría con creces y de manera exagerada por esa renuncia, hasta el extremo de convertirle en uno de los grandes señores del reino.


El propio D. Beltrán con su conducta y su torpeza es posible que complicara aún más su situación. En concreto su extrema ambición, al solicitar una y otra vez al monarca y de forma rápida que le concediese no solo señoríos, sino también una prebenda de tan altísimo valor como era el maestrazgo de Santiago que tantas ambiciones suscitaba. Esta ambición contribuyó a su caída, aunque también es verdad que el monarca no le abandonaría nunca y que le otorgaría mercedes y prebendas hasta seis meses antes de su muerte. Desde 1464 a 1466, años en los que fue rápidamente encumbrado, D. Beltrán concentró en su persona los odios más feroces. Se le acuso de todo, pero muy especialmente de sostener amores con la reina Dña. Juana, segunda esposa de Enrique IV, e incluso de mantener relaciones de carácter homosexual con el propio monarca. Sexualidad desbocada, arribista, advenedizo, hombre violento, ambicioso sin escrúpulos y sin limites, altanero, presuntuoso y perverso, eran los adjetivos más frecuentes con los que sus numerosos enemigos trataban de difamarlo para provocar su ruina. He aquí en pocas palabras, la opinión que sus contemporáneos tenían sobre D. Beltrán.
D. Beltrán de la Cueva pertenecía a un linaje de caballeros asentados en Úbeda desde finales del siglo VIII. En los primeros años del reinado de Juan II (padre de Enrique IV) vivía en Úbeda un oscuro campesino llamado Gil Ruiz, dedicado a la guarda de ganado y que, enriquecido en el servicio de D. Enrique de Guzmán, maestre de Calatrava, aspiro a mayor opulencia con aquellos cultivos que prometían más pingüe producto y más seguros resultados. De tal modo favoreció la fortuna sus esfuerzos, que pudo ya comprar tierras, tener colonos y dar cada día más ensanche a sus negocios, permitiéndole luego el aumento de sus riquezas adquirir un predio rústico llamado la Cueva. De aquí tomo su apellido su hijo y heredero Diego, joven valiente y de belicoso carácter que prefiriendo la milicia a las ocupaciones de su padre, puso su gloria en tener caballos excelentes, en el ejercicio de las armas y en poseer todo lo a él concernientes.

De su unión con doña Maria Alonso de Mercado nació D. Beltrán. Nada sabemos de D. Beltrán, ni como fue su educación, ni siquiera el año exacto de su nacimiento (algunas fuentes lo datan en 1443), y realmente es poco lo que se sabe acerca de sus primeros años en la Corte, salvo que era paje de lanza de Enrique IV y que le acompañaría en todos sus desplazamientos formando parte del círculo más intimo de sus servidores. Un viaje realizado por Enrique IV a Andalucía decidiría el futuro de D. Beltrán. Al parecer, el rey pernoctó en Úbeda en la primavera de 1456, y fue tan generosamente agasajado por D. Diego Fernández de la Cueva que el monarca quiso de alguna manera agradecérselo llevando consigo a su segundo hijo, Beltrán, en calidad de paje de lanza.
Es a partir de los años 1459-1460 cuando Enrique IV comienza a promocionarlo. Primero le nombró mayordomo y poso después le daría el señorío sobre la villa de Jimena de la Frontera. El rápido ascenso de D. Beltrán, estuvo mediatizado por la determinación de Enrique IV de encontrar hombres nuevos, más leales a su persona.
En 1462, el mismo año que nacía Juana la Beltraneja el rey le concedía la importante villa de Ledesma con el titulo de conde. No solo le promociona a conde, sino que además consigue del marques de Santillana la entrega de su hija Mencia de Mendoza para casarla con su favorito Beltrán. De esta manera el joven D. Beltrán consigue emparentar nada menos que los Mendoza, una de las familias más poderosas del reino. Este matrimonio se producía poco antes de recibir el condado de Ledesma, y es posible que el monarca le quisiese enaltecer con este titulo y el señorío sobre esta villa para que no desentonase demasiado con el linaje de su futura esposa Dña. Mencia. El rey en persona se presentó, en 1462, con la reina y toda la corte en Guadalajara para honrar a D. Beltrán en su casamiento. El matrimonio, sin embargo, no gusto nada a los enemigos de D. Beltrán, sobre todo al más poderoso, Juan Pacheco, al cual le preocupaba cada vez más que el joven conde de Ledesma se estaba convirtiendo a toda prisa en el favorito del rey.

En septiembre de 1461, el rey le concedía una villa situada en el abulense valle del Tiétar, el Colmenar (hoy Mombeltrán) que había sido previamente confiscada a la viuda de D. Álvaro de Luna. La donación del Colmenar a D. Beltrán, justificada por Enrique IV a causa de la revuelta de Dña. Juana Pimentel (viuda de D. Álvaro), se hacia por juro de heredad, a pesar de que el propio monarca en el documento de concesión preveía la posibilidad de que la familia de D. Álvaro, protegida por lo demás por poderosas familias nobiliarias como los Mendoza ó los Pimentel, pudiese ser perdonada en el futuro y en consecuencia ser restituida en lo que ahora se le despojaba. El monarca se reservaba para la Corona las alcabalas de la villa pero no las tercias, valoradas en 25.000 maravedíes, que también las concedía a D. Beltrán por otro documento fechado el mismo día de la donación. La Villa se vio obligada a aceptar al nuevo señor como había hecho antes con otros que le habían precedido. Ahora, sin embargo, el cambio de titularidad el señorío implico también una novedad añadida: el cambio de denominación del Colmenar por Mombeltrán.

En efecto, un año después de la concesión, el 30 de diciembre de 1462, Enrique IV, a petición del concejo de esa localidad, en un gesto supremo de consideración y afecto hacia su favorito, decide darle el propio nombre de este último a la villa, que a partir de ahora en su homenaje comenzará a llamarse Mombeltrán. Es dudoso, desde luego, que el concejo de Colmenar solicitase al rey el cambio de nombre, mas bien parece que se trata de una decisión muy personal de éste para honrar a D. Beltrán.

Con el titulo de conde de Ledesma y el matrimonio con la hija del marques, comienzan los años dorados de D. Beltrán en la corte. De paje de lanza sin fortuna a ser noble de primera fila, señor de vasallos y yerno de uno de los hombres más ricos de Castilla. D. Beltrán forma parte ya del círculo de personas que ejercían el poder en Castilla. Enrique IV confía plenamente en él. Fue entonces, cuando empezaba a saborear las mieles del éxito y comenzaba a tocar poder, cuando también comenzaron a salirle enemigos por todas partes, que al final, tras ímprobos esfuerzos, terminarían por apartarle de la corte.

La situación fue deteriorándose poco a poco. En mayo de 1464, el arzobispo Carrillo, Girón y el marques de Villena firmaron una liga a la que se sumaron bien pronto otros muchos nobles. Con el pretexto de defender al infante D. Alfonso, los firmantes de ese pacto trataban de impedir que el monarca entregase el maestrazgo de Santiago a su favorito. Incluso intentaron apoderarse de la persona del rey. En las vistas de Cabezón, aldea próxima a Cigales, la nobleza impuso al monarca el destierro de la Corte de D. Beltrán y su destitución como maestre de Santiago. El flamante maestre tuvo que renunciar a su dignidad a petición del rey, pero a cambio, se convertía por esa misma renuncia en uno de los grandes señores de Castilla, ya que recibía las siguientes villas: Roa, Molina, Atienza, Aranda, Torregalindo, Alburquerque y el castillo de Anguix con todas sus fortalezas, rentas y jurisdicciones y con el titulo de duque de Alburquerque.
En efecto, un año después de la concesión, el 30 de diciembre de 1462, Enrique IV, a petición del concejo de esa localidad, en un gesto supremo de consideración y afecto hacia su favorito, decide darle el propio nombre de este último a la villa, que a partir de ahora en su homenaje comenzará a llamarse Mombeltrán. Es dudoso, desde luego, que el concejo de Colmenar solicitase al rey el cambio de nombre, mas bien parece que se trata de una decisión muy personal de éste para honrar a D. Beltrán. Con el titulo de conde de Ledesma y el matrimonio con la hija del marques, comienzan los años dorados de D. Beltrán en la corte. De paje de lanza sin fortuna a ser noble de primera fila, señor de vasallos y yerno de uno de los hombres más ricos de Castilla. D. Beltrán forma parte ya del círculo de personas que ejercían el poder en Castilla. Enrique IV confía plenamente en él. Fue entonces, cuando empezaba a saborear las mieles del éxito y comenzaba a tocar poder, cuando también comenzaron a salirle enemigos por todas partes, que al final, tras ímprobos esfuerzos, terminarían por apartarle de la corte. La situación fue deteriorándose poco a poco. En mayo de 1464, el arzobispo Carrillo, Girón y el marques de Villena firmaron una liga a la que se sumaron bien pronto otros muchos nobles. Con el pretexto de defender al infante D. Alfonso, los firmantes de ese pacto trataban de impedir que el monarca entregase el maestrazgo de Santiago a su favorito. Incluso intentaron apoderarse de la persona del rey. En las vistas de Cabezón, aldea próxima a Cigales, la nobleza impuso al monarca el destierro de la Corte de D. Beltrán y su destitución como maestre de Santiago. El flamante maestre tuvo que renunciar a su dignidad a petición del rey, pero a cambio, se convertía por esa misma renuncia en uno de los grandes señores de Castilla, ya que recibía las siguientes villas: Roa, Molina, Atienza, Aranda, Torregalindo, Alburquerque y el castillo de Anguix con todas sus fortalezas, rentas y jurisdicciones y con el titulo de duque de Alburquerque.
Así, en este año, atendiendo a la petición de su favorito, el rey cambio el lugar en el que se realizaba el pago del servicio y montazgo de los ganados del reino, que era RamaCastañas por el de Arroyo Castaños. A partir de entonces, y por imposición regia, los derechos que a la corona deberían pagar todos los ganados que por la cañada leonesa se dirigieran a los pastos del Guadiana tendrían que hacerlo por el nuevo servicio y montazgo, que esta situado en la misma cañada pero en tierra y término de Mombeltrán, mientras que el anterior se encontraba en el término de Arenas de San Pedro. Esta decisión beneficiaba de manera extraordinaria a D. Beltrán, ya que los ingresos que recibiría a causa del traslado iban a ser considerables. Desde luego a quien iba a perjudicar era al concejo de Arenas, y de paso a la viuda de D. Alvaro de Luna y a su hija Maria. Es muy probable que por estas fechas comenzase la construcción de la fortaleza de la villa de Mombeltrán y casi con toda seguridad sobre restos de alguna torre fortificada, pues ya en tiempos de Enrique III es descrita la misma por sus cronistas en sus itinerarios.

En Diciembre de 1474, no sin antes concederle una última merced: el titulo de conde Huelma, muere Enrique IV. La muerte del monarca significaba una gran perdida para D. Beltrán de la Cueva. Desaparecía su gran patrono que a fines de los años cincuenta del siglo XV le había sacado de una ciudad jienense para convertirlo en uno de los señores más influyentes del reino de Castilla, emparentado por vía matrimonial por poderosas familias como los Mendoza ó los duques de Alba. (recordar que en 1476 D. Beltrán, después de la muerte de su esposa Dña.Mencia, contrajo matrimonio con la hija del duque de Alba). Así pues, resultaba perfectamente explicable el temor ante la posible desaparición de su patrimonio, una vez muerto el monarca.

Además, y por si fuera poco, se veía en la disyuntiva de tener que tomar partido entre aquella fracción de la nobleza que apoyaba a Juana la Beltraneja y aquella otra que seguía a Isabel y Fernando. En un principio la actitud de D. Beltrán fue un tanto ambigua; pronto sin embargo, comenzó a decantarse hacia los Reyes Católicos, probablemente por la presión que sobre él venían ejerciendo sus parientes, los Mendoza. Desde luego, nada más fallecer el rey acudió a Segovia para jurar a la princesa como reina. La pareja real, por su parte, también trató de atraerlo a su lado, pues, al fin y al cabo, D. Beltrán era uno de los grandes señores de Castilla. Decidieron por tanto incorporarle a su bando, y para ello accedieron gustosos a su petición de confirmarle en la posesión de todas sus villas y lugares que Enrique IV le había concedido. Aseguradas su vida y hacienda, el duque se sumo a la causa de Isabel y Fernando. Finalizada la guerra de Sucesión, y una vez asegurados sus dominios, D. Beltrán ya no tenía de que preocuparse. Podría ejercer plenamente la jurisdicción sobre sus villas y lugares.

Viudo, ya por dos veces, a D. Beltrán se le presentó la oportunidad de contraer matrimonio por tercera vez. Cuando D. Beltrán casa con Maria de Velasco era ya un hombre muy mayor y de escasa salud. Ahora bien la mujer con la que contraía matrimonio no era una mujer cualquiera, no ya sólo porque se trataba de una Velasco, sino también porque habia sido la viuda de su mas acérrimo enemigo, D. Juan Pacheco, marques de Villena. Paradojas de la vida. D. Beltrán iba a contraer matrimonio con la misma mujer con la misma mujer con la que había gozado Villena en los dos últimos años de su vida. Si ambos habían sido rivales desde el principio, si Pacheco había sido el causante principal de la perdida del maestrazgo de Santiago, iban a compartir en cambio la misma mujer.

D. Beltrán llego a participar en la guerra de Granada que los Reyes Católicos habían emprendido en 1482. Acompaño a D. Fernando en la expedición que este organizo para acudir en ayuda de Alhama sitiada por los granadinos. Formo parte de las huestes que poco después organizo el monarca para penetrar en la vega de Granada, y en 1485 figuró en la vanguardia del ejercito real que conquistó las villas de Coín, Cártama, y Ronda. No pudo participar en las campañas de 1486 por encontrarse muy enfermo. Llego a participar con sus tropas en la conquista de Lorca, e incluso estuvo presente en el primer asedio a la ciudad de Almería. Las fuerzas, sin embargo, le abandonaron y pronto, viejo y enfermo, tuvo que regresar a su residencia de Cuellar. Un monasterio cercano a Cuellar fue el sitio elegido por D. Beltrán de la Cueva para esperar la muerte. Se trataba del monasterio de la Armadilla, en el que se refugia finales de 1492. En sus últimas disposiciones elige como sepultura el convento franciscano de Cuellar, que el mismo había fundado, y mandan que le entierren justo a la entrada de la puerta de la iglesia para que todos los que pasasen al interior del templo pudiesen pisar sus restos. El 2 de noviembre de 1492, muere a la edad de 49 años.

A su muerte sus hijos y su viuda heredaron sus señoríos. En 1477, en reconocimiento por los servicios prestados en la guerra contra Portugal habia obtenido de los reyes la facultad para fundar un mayorazgo en Mombeltrán en los hijos e hijas que tuviera de su segunda esposa, Maria Enríquez, hija de D. García Álvarez de Toledo, primer duque de Alba, con quien se había casado en 1476. No tuvieron descendencia y Mombeltrán revertió en el primogénito, Francisco Fernández de la Cueva. Constituiría así mismo un mayorazgo en La Adrada, en su segundogénito, Antonio de la Cueva y Mendoza, que sería el iniciador de los señores de La Adrada, que de este modo quedo separada de la rama principal de los Duques de Alburquerque. Durante más de treinta años (1461-1492) fue D. Beltrán de la Cueva señor de Mombeltrán ¿Cómo le recibieron y le enjuiciaron sus vasallos? Evidentemente la notificación de un nuevo señor, tan discutido, en cierto modo representaba una liberación de D. Álvaro de Luna y le recibirían con curiosidad, lejos de aquella hostilidad manifiesta hacia el Condestable Ruy López Dávalos, “el peor señor que tuvo esta villa, que impuso en alto muchas imposiciones” según consta en documentos. Con residencia en la villa de Cuellar, villa más rica, y con un castillo-palacio, el Duque sólo se desplazaba a la villa de Mombeltran de vez en cuando para confirmar regidores, recoger las tercias y frutos y seguir de cerca la construcción de de la fortaleza.





domingo, 9 de marzo de 2008

LOS ARBOLES DEL BARRANCO (I)

“Los árboles son los reguladores de la vida. Rigen la lluvia y ordenan la distribución de agua llovida, la acción de los vientos, el calor, la composición del aire. Reducen y fijan el carbono, con que los animales humanos envenenan en daño propio la atmósfera, y restituyen a ésta el oxigeno que aquellos han quemado en el vivido hogar de sus pulmones; quitan agua a los torrentes y a las inundaciones; y la dan a los manantiales; distraen la fuerza de los huracanes, y la distribuyen en brisas refrescantes; arrebatan parte de su calor al ardiente estío, y templan con él la crudeza del invierno; mitigan el furor violento de las lluvias torrenciales y asoladoras, y multiplican los días de lluvia dulce y fecundante.” (Joaquín Costa, Madrid, 1912.)

Observando la vegetación actual del Barranco nos resultará difícil imaginar los inmensos bosques que cubrían la mayor parte de esta tierra antes de llegada del hombre. Una maraña forestal casi continua dominada de manera absoluta por bosques cerrados constituidos por árboles robustos y resistentes, con su follaje siempre verde, sombreando impenetrables marañas de matorrales, bajo los que se movían las mas variadas criaturas. Cuando el hombre se instalo en este territorio y en base a su actividad imperiosa de dominar la naturaleza para subsistir de ella comenzó el cambio progresivo del paisaje primitivo y los bosques fueron desapareciendo ante el avance de los cultivos y el ganado. De todo aquel mundo salvaje e impenetrable sólo han llegado a nuestros días pequeños retales inconexos. A pesar de todo, los soberbios restos de aquel pasado selvático siguen causando a quienes visitan estas tierras la admiración y el asombro.
Los condicionantes climatológicos, morfológicos y de orientación han determinado en el Barranco una vegetación de gran riqueza y variedad de especies. El Barranco está situado en lo que llamamos desde el aspecto bioclimatico región mediterránea. Entre los 900 y los 1800 metros de altitud encontramos aún comunidades forestales permanentes de carácter primitivo integradas fundamentalmente por enebros y carrascos. En tiempos pasados los enebrales fueron protegidos por constituir el principal abrigo que tenía el ganado cuando pastaba en estos parajes. La especie característica es el roble melojo, pero el bosque maduro de melojos en la actualidad ha desaparecido por completo y ha sido sustituido por repoblaciones de pinos resineros o de castaños.
Por debajo de los 900 metros la vegetación corresponde a los melojares que poco a poco van dando paso a las tierras bajas y a las riberas de ríos y arroyos, a bosques de alisos y fresnedas. La destrucción de los melojares fue como consecuencia de ampliar el área para pastos o cultivos. El resultado fue la progresiva reducción del espacio ocupado por los robledales. En la actualidad, ya solo se aprecian algunas motas de robles en los bordes de los caminos o en los linderos de los bancales. En las laderas de los valles el roble fue sustituido en gran parte por castaños y pinares. La existencia de grandes castañares está documentada en la Edad Media y llego a ocupar amplios espacios del valle, mucho más que en estos momentos. Es desde el siglo XV cuando comienza una decidida política de plantación y expansión del pinar que fue progresivamente aumentando su extensión. El pino se ha convertido en el elemento dominante del paisaje del Barranco.
El roble melojo (quercus pyrenaica) era el árbol más abundante en el Barranco en tiempos pasados. Es este un pequeño roble, rustico y frugal, que se extiende por casi toda la península ibérica. Raramente llega a medir 20 metros y a menudo forma matas o arbustos. Brota abundantemente de raíz por lo que a veces toma forma de matorral. O se rodeen los ejemplares mayores de abundantes retoños. Suele tener una forma muy irregular, ramificándose desde la base, aunque después pierde las ramas más bajas. Su corteza es lisa y de color verde grisáceo hasta los dos o tres años, luego cambia a un color más oscuro, y a partir de los 25 años, se empieza a resquebrajar longitudinalmente y toma una coloración pardo grisácea. Tiene hojas con un corto pecíolo y un limbo hendido por lóbulos profundos e irregulares, que al nacer están cubiertas por ambas caras de abundantes pelos estrellados que en el haz tienden a perderse, dándole un color ceniciento al envés y mas verde al haz. Son estas marcescentes, por lo que permanecen en el árbol una vez muertas hasta la aparición de las nuevas en primavera, lo que da un aspecto característico a los melojares en invierno.Su fruto, como en todos los quercus, es una bellota, en este caso, pequeña y de sabor amargo, aunque util para dar de comer al ganado. Son particularmente llamativas sus agallas o bogallas, estructuras globulares y de aspecto leñoso, que produce el arbol para defenderse del ataque de un insecto. Este pone sus huevos en estas estructuras y, cuando las larvas se convierten en insectos, practican un agujero en la agalla para salir al exterior. La corteza de este roble tiene taninos, sustancias que se utilizan como curtientes.

Haciendo honor al refrán que alude a la fuerza de los robles, el rebollo puede llegar a vivir entre 500 y 600 años. Su madera también es fuerte y resistente a la descomposición, por lo que ha sido utilizado en la construcción naval, en las traviesas de ferrocarriles o muebles. El aprovechamiento tradicional del roble melojo ha sido su leña, de muy buena calidad, así como la producción de un carbón vegetal de excelente calidad.
El roble fue un árbol sagrado para nuestros antepasados vettones. Del roble se recogía el muerdago, una de las plantas mágicas de los celtas. Entre los druidas, sacerdotes de los celtas, nada era más sagrado que el muerdago y el árbol a que este estaba adherido, especialmente si era roble, árbol que con preferencia escogían para sus bosques sagrados y no practicaban ceremonia religiosa alguna sin la presencia de sus ramas. Era el supremo símbolo de energía y conocimiento, de valor, fuerza y majestuosidad. Es el único que puede aguantar los rayos y entrar en contacto con las fuerzas de la naturaleza, sean lluvias, nieves, granizos o tormentas, sin sufrir graves consecuencias. Y es que el roble es sinónimo de resistencia, durabilidad y calidad. La vida natural se agrupa junto a los robles, desde las aves que se cobijan en ellos, hasta los insectos más variados que viven y se alimentan de diversas partes de este árbol. Incluso algunos hacen sus puestas sobre él, formando las características agallas. No creo que exista otro arbol que dedique más atención a los diminutos seres que pueblan sus cortezas, donde hay lugar y alimento para todos. Junto a los robles existen unas determinadas vegetaciones que le acompañan, pues no en balde es el árbol donde se da la mayor diversidad de hongos. Tiene un papel destacado como protector de la biodiversidad y de su entorno, favoreciendo el desarrollo de otras especies vegetales, por ello el robledal silvestre es un magnifico sotobosque.
"el hombre de estas tierras que incendia los pinares
y su despojo aguarda como botín de guerra
antaño hubo raido los negros encinares,
talando los robustos robledos de la sierra"

El pino negral, resinero o rodeno (Pinus pinaster) es un árbol que alcanza gran talla y que se distingue del resto de los pinos ibéricos por sus largas, rígidas y punzantes acicalas. Sus hojas permanecen en el árbol alrededor de 3 o 4 años hasta caerse. Los piñones son pequeños y al caer lo hacen con una pequeña alita pegada. En pocas ocasiones llega a medir más de 40 metros de altura, siendo lo normal alrededor de los 20 metros. Tiene el tronco grueso y muy derecho, la corteza es resquebrajada y de color pardo rojizo. Es una de las confieras más empleadas en las repoblaciones forestales. Florece a finales de marzo, principios de mayo. Maduran las piñas a finales del verano siguiente. No es un árbol excesivamente longevo pero puede llegar a alcanzar los 300 o 400 años. Es el más extendido de nuestros pinos, encontrándose prácticamente en todas las regiones, aunque la mitad de sus masas corresponden a repoblaciones. Es un árbol de rápido crecimiento, que se desarrolla preferentemente sobre suelos silíceos, sueltos y arenosos y que resiste bien tanto la sequía estival como las fuertes heladas. Mediante el sangrado del tronco se obtiene una resina que, al destilarse, da la esencia de trementina o aguarrás, de gran interés en la industria química, de barnices y en perfumería. Su madera es usada para la construcción, traviesas de ferrocarril o embalajes. Se usa, además, para la extracción de pasta de papel o tableros.
El paisaje del Barranco te invita a conocerlo a través de la huella de los antiguos caminos empedrados, cañadas y cordeles que recorren valles y laderas, ascendiendo a lo alto de la sierra permitiendo conocer su paisaje e emblemáticos parajes, observar animales y vegetales. La abundancia de precipitaciones determina en la comarca un clima mediterraneo subhumedo, con algunos enclaves atlanticos. Existen grandes extensiones de pino (pinus pinaster) lo que antiguamente fueron robledales y alcornocales. Una interesante vegetación cubre sus laderas. Se encuentra aqui la vegetación atlántica y la vegetación mediterránea, como lo demuestran los espesos brezales abundantes en la parte alta del valle y los jarales al sur del mismo.
Refugiado en algunas zonas, el melojo (quercus pyneraica) es una especie rara en el Barranco en la actualidad, aunque antaño fue abundante siendo el principal árbol autóctono. Es una especie que requiere de suelos ricos y de un buen grado de humedad. Por su capacidad de poder rebrotar de raiz formando grandes extensiones en forma de arbusto, conocemos hoy la presencia de esta especie en ciertos lugares del valle.

"Yo soy la tabla de tu cama, la puerta de tu casa,
la superficie de tu cuna, la madera de tu barca.
Yo soy el mango de tu herramienta,
el bastón de tu vejez."
Por todo esto, viajero que me contemplas,
o que me has contemplado tantas veces,
miramé bien, pero...
no me hagas daño.

R, Tagore

BIBLIOGRAFIA UTILIZADA

Blanco Castro, E & (1997) Los bosques ibericos. Ed. Planeta.
Martinez Parras, J.M. & Molero-Mesa(1982)Ecología y fitosociología de Quercus pyneraica. Los melojares beticos.
Rivas-Martinez, J.M. & Saenz (1991) Enumeración de los Quercus pyrenaica de la Peninsula Ibérica,
Ruiz de la Torre, J & L. Ceballos (1971) Arboles y arbustos de la España Peninsular. Madrid
Gonzalo Martín García (1997) Mombeltrán en su historia (siglo XIII-siglo XIX) - Institución Gran Duque de Alba
Antonio López Lillo & José M. Sánchez de Lorenzo (2001) Árboles en España - Manual de Identificación- Ediciones Mundi-Prensa
G. López Gonzalez (2001) Los árboles y arbustos de la Península Ibérica - Ediciones Mundi-Prensa

martes, 4 de marzo de 2008

JABALIES, TESTIGOS DE LA HISTORIA DEL BARRANCO




Cuando a finales de noviembre los días se acortan presagiando la inminencia del invierno, la espesa mancha de pinos de la Morañega aparece adormilada bajo los mantos de nubes que barren con fina lluvia los serrejones y las laderas cubiertas de espesos matorrales. El suelo musgoso parece una alfombra henchida que rezuma humedad y en los troncos de los árboles, sobre las rocas graníticas y en los mohosos tocones del bosque rejuvenecen los líquenes y las setas aparecen por doquier. La espesura siempre verde del monte se adorna con los tonos ocres y rojizos de los castaños y los amarillos de los chopos que acompañan los pequeños arroyos hasta el fondo del valle. En el ambiente reinan la humedad y la quietud.
De pronto el silencio del monte, la monótona lluvia otoñal, quedan rotos por los disparos y los ladridos de los perros que levantan a los jabalíes de sus lugares de denso matorral, de sus trincheras naturales. Ha comenzado la inevitable matanza por diversión, el acoso y la agresividad en total desigualdad de condiciones. El enorme macho, aterrado, aprieta en su desbocada carrera arremete contra un espeso matorral de zarzas y espinales, dejando como único rastro de su paso el boquete irregular de su blindado cuerpo y se pierde ladera arriba.

El jabalí o sus scrofa es un mamífero de tamaño mediano, provisto de cabeza grande y alargada, en la que destacan unos ojos muy pequeños. De cuello poderoso y patas muy cortas (mas bajas las trasera que las delanteras). Aunque de mala vista, no es capaz de distinguir los colores, tiene un importante desarrollo del olfato y del oído. El olfato es un sentido muy desarrollado, de manera que le permite detectar alimento o enemigos a más de 100 metros de distancia, localizar hongos y otros vegetales bajo tierra. Sus pelos son gruesos y su color es muy variable y va desde colores grisáceos a negro oscuro pasando por colores rojizos y marrones. Es frecuente que en los ejemplares viejos menudeen las canas.
Habitante emblemático de los bosques mediterráneos destaca por su enorme poderío físico gracias a la enorme potencia de su tren delantero y por sus extraordinarias capacidades sensoriales. Especie ancestral, el jabalí, conserva en su anatomía numerosos caracteres primitivos, entre los que cuenta su dentición, compuesta por tres incisivos, un canino, y cuatro premolares. Las muelas presentan un relieve muy acusado, con numerosas protuberancias que permiten tanto la masticación de vegetales como de carne. Especialmente llamativos son los caninos, muy desarrollados sobre todo los inferiores, que llegan a alcanzar una longitud de hasta 20 cm, denominados vulgarmente “navajas”.
Son animales marcadamente sociales, girando toda su actividad en torno al grupo o piara. Las manadas están compuestas por grupos familiares de hembras con sus crías y dirigidas por el individuo de más edad. Los machos abandonan la piara cuando alcanzan la madurez sexual para llevar una vida errante y solitaria que solamente rompen durante el periodo de celo, aun cuando los individuos mayores suelen ir acompañados por un macho más joven conocido como el escudero. Las hembras, acompañadas de sus respectivas piaras, dedican gran parte del día a actividades con fines alimenticios, pues debe esforzarse en sacar por sí sola a su camada adelante. Para las piaras existen algunos lugares por los que el grupo siente especial querencia y que son visitados con frecuencia; estos puntos son los encames y charcas para el baño. Los encames consisten en depresiones del terreno-las trincheras-largas y estrechas, que están protegidas por densas marañas de arbustos y salientes rocosos, al abrigo de la lluvia, el viento o lo predadores. Cada grupo dispone de varios de estos encames a lo largo de su territorio favorito, usándolos alternativamente. Disponen, además, de puntos específicos dedicados al baño, que serán frecuentados en todo tiempo, aunque de manera más intensa en verano. Los baños de barro desempeñan un importante papel en la ecología de la especie, considerandose que tienen varias funciones. Así: aseguran su regulación térmica, en cuanto que el jabalí no suda al tener sus glándulas sodoríparas atrofiadas. De igual manera se ha considerado que los baños de barro tienen un importante papel en las relaciones sociales de la especie, e incluso se ha descrito un papel en la selección sexual, de modo que si mientras usan las bañas de barro todos los jabalíes, sin distinciones de sexo ni edad, durante la época de celo paracen reservadas casi exclusivamente a los machos adultos, de modo que se ha considerado, que estos baños pueden estar ligados a la persistencia de los olores corporales sobre un sustrato estable como el que proporciona una capa de barro adherida al pelo, sin olvidar las funciones de marca territorialista o incluso sanitarias para librarse de la multitud de parásitos y proporcionar a su epidermis un baño terapéutico. Tras una de estas sesiones higiénicas el jabalí se dirige al tronco de un árbol donde se refregara con fruición. Para estos menesteres los cochinos parecen sentir especial atracción por los pinos, probablemente por en intenso olor a resina que producen.

El jabalí es un animal de hábitos mas bien nocturnos que pasa el día en los encames anteriormente descritos. Según algunos especialistas, los jabalíes de mueven de forma muy metódica, siguiendo sendas y trochas habituales que ellos mismos practican hasta en la más intrincada vegetación.
A punto de entrar el invierno se desprenden las ultimas hojas muertas en las umbrías de los castañares y los viejos y solitarios verracos, atiborrados de bellotas, comienzan a abandonar las profundas espesuras en busca de las piaras matriarcales. Cuando localizan alguna, y si en el grupo no gobierna ningún otro macho, el recién llegado tomará posesión de las hembras fértiles, expulsando de la piara a los inmaduros. Si por el contrario los pretendientes son dos grandes ejemplares, es muy probable que la cuestión se dirima mediante encarnizados combates. Una vez establecida la jerarquía, los machos vencedores toman posesión de las hembras del grupo. Cuando todas las hembras de la piara han sido cubiertas, el verraco abandona el grupo y retoma su vida montaraz y solitaria.
La gestación dura alrededor de cuatro meses, produciéndose generalmente los partos a primeros de primavera donde tendrán lugar los alumbramientos de las cuatro o cinco crías. A veces pueden producirse hasta diez crías. En sus primeros días, los rayones rara vez abandonan el lecho de hojarasca en el que los deposito su madre, quien permanece largos periodos con ellos. En esta época la hembra se muestra especialmente agresiva y responde violentamente ante cualquier peligro.
El jabalí es un omnívoro que se alimenta de todo cuanto encuentra. Sería imposible pormenorizar en que consiste su dieta porque, sencillamente, toda cosa comestible lo es. Desde conejos a insectos, desde frutos a carroñas, pasando por grano, setas, reptiles, pollos o huevos, etc…Para acceder a estos alimentos, el cochino se vale de la sensibilidad de su jeta, con la que hoza prospectando sobre grandes superficies de suelo, levantando tierra y piedras en busca de alimento. Esta es una de las razones de su adaptabilidad a todo tipo de lugares siempre que disponga de una mínima cobertura de alimento, aunque prefiere los sitios con vegetación alta donde poder camuflarse y abunde el agua.

Exterminados por el hombre sus depredadores naturales ha motivado que la especie haya proliferado en exceso. Por otra parte el abandono generalizado del medio rural han permitido el desarrollo de densos matorrales y bosquecillos que, naturalmente, el jabalí ha a aprovechado como paridera y refugio. En ausencia de depredadores, las poblaciones de cochinos se disparan en todos los rincones para recordarnos que algo empieza a no marchar bien en nuestros bosques.


Quizá en épocas más remotas nuestros antepasados vettones encontraron en el jabalí una fuente inagotable de alimentación, aunque también hay una realidad mitológica, el jabalí es el emblema del guerrero celta. El jabalí efectivamente es el animal salvaje y arremetedor por excelencia y traduce bien la fogosidad, la tenacidad y la independencia característica de los pueblos celtas. En plan religioso, puede llegar a ser el emblema de un dios activo y creador, al mismo tiempo que el de un dios destructor. La ambigüedad del jabalí es patente debido a que es un animal útil, puesto que es la presa de caza, pero igualmente el destructor de cultivos y un temible salvaje, en sentido etimológico de la palabra. Era entonces normal que se hiciese de él un animal divino, o mejor dicho, una función divina representada simbólica y alegóricamente por dicho animal. Ese dios o mito recupera siempre las realidades que pueden ser cotidianas sin por eso perder su valor religioso, sobre todo en épocas en que nadie intentaría diferenciar lo sagrado de lo profano. Comer jabalí es, en cierta medida, apoderarse de una parte del poder divino, ya que necesariamente somos lo que comemos, y la calidad atribuida al animal del que nos alimentamos pasa de manera obligada al cuerpo de la persona que lo come. Una de las manifestaciones artísticas de los vettones son los verracos, esculturas de toros y cerdos, e incluso en algunas ocasiones jabalies, que se hallan esparcidas por todo el territorio que se supone la Vettonia.
Existen hipótesis que atribuyen a los verracos un significado relacionado con la ganadería y la división de las tierras, frente a quienes los consideran animales totémicos o monumentos sepulcrales. ¿Qué sabemos de los vettones que habitaron en nuestro valle? ¿Qué conocemos de su cultura? Apenas unas vagas referencias, unas ruinas perdidas aquí y allá. Y, sin embargo, a poco que indaguemos en el tema, descubriremos que existe al alcance de nuestros ojos un abundante e insustituible muestrario del arte escultórico vettón: los llamados 'verracos', esos animales de piedra que desde hace más de dos mil años aguardan nuestra visita en remotos parajes de la meseta castellana, obras únicas que, debido a su estado actual de dispersión, se hallan insuficientemente valoradas por parte del gran público. La verdad es que cada vez caben más serias dudas sobre el carácter sacro o sepulcral de los verracos, sin descartar que alguna talla en concreto hubiese podido representar algún numen o divinidad. La teoría de demarcación de zonas de pastos encaja con las esculturas de jabalíes con posibles zonas de caza y cabe suponer que alguna otra podría señalar zonas de cría y cebo para ganado porcino; sin contar con las puramente ornamentales o realmente sacras situadas en las entradas o en el interior de los poblados.
Pese al olvido parcial de animal tan noble como símbolo durante nuestra Edad Media, se representó frecuentemente su caza, siendo esta considerada de gran riesgo, valor y coraje junto con inteligencia, virtudes propias que debían poseer los guerreros. Quizás dentro de los animales salvajes cazados en nuestros montes europeos, la cacería del oso y del jabalí destacaría por ser de elevado peligro, frente a otras especies.

Los reyes de Castilla, desde Alfonso XI, gustan de recorrer los pinares y riscos de estos parajes, con sus jaurías y monteros, a la caza del puerco y del oso. Alfonso XI conoce palmo a palmo estas tierras del Barranco y de Arenas y de ellas nos habla con fruición de buen cazador en su Libro de la Montería. Curiosamente muchos de los topónimos reseñados se conservan intactos en la región y han pasado a los mapas oficiales: Almoclón, Mesegar, La Figuera (La Higuera), Las Mocellas (Morcillas), Puerto del Pico, Puerto del Arenal, El Peón, La Cabrilla, Centenera, etc... El padre del que un día fue el Condestable Dávalos acompañó en muchas ocasiones al rey Alfonso XI, y es muy probable que su hijo, Ruy López, quedara entusiasmado con la bondad y riqueza cinegética del Barranco, sobre el que más tarde ejercería señorío con Enrique III. Don Alvaro de Luna, en multiples ocasiones, recorrió el Barranco en ruidosas y multitudinarías monterias junto a Juan II.


BIBLIOGRAFIA UTILIZADA
Borja Cardelús - La España Salvaje- 1996- Editorial Planeta-Barcelona
Juan Carlos Blanco- Mamiferos de España - 1998- Editorial Planeta- Barcelona
Francois Mountu / Christian Bouchardy -Los mamiferos en su medio -1992- Plural de Ediciones S.A. -Barcelona
Mombeltrán- Historia de una Villa Señorial (1973) Eduardo Tejero Robledo - Ediciones S.M. - Madrid


lunes, 4 de febrero de 2008

VETTONES EN EL BARRANCO


Hacia el siglo VI a.C., la península Ibérica era un inmenso territorio poblado por comunidades de diferente grado de evolución social y económica. A la llegada de la tribu vettona, el Barranco y sus contornos estaba ocupado por gentes de muy diversa cultura y herencias étnicas. Miembros de antiguas inmigraciones de carácter indoeuropeo de finales del Bronce o principios de la Edad del Hierro procedentes del centro de Europa, eran los moradores de sus parajes. Los vettones llegaron a esta parte de la península formando parte de las inmigraciones que sobre estas fechas se sucedieron a través de los Pirineos, juntamente con otras tribus celtas. El territorio vetton en principio, debía ocupar las actuales provincias de Salamanca, Ávila, Cáceres, parte de la de Valladolid, Segovia y Zamora. Una nueva inmigración, la de los vacceos y arévacos, obligó a los vettones a replegarse por la periferia de la Meseta.

En torno al 500-400 a.C. se produjo un cambio profundo en el interior de la península. La puesta en práctica de nuevas formas agrícolas, (proceso de deforestación, conversión de zonas de bosque en pastos y campos para el cultivo), provocó que los asentamientos fuesen más grandes y de ocupación más prolongada (sedentarización), un crecimiento demográfico y jerarquización social. Se empiezan a construir murallas, torres, fosos y los poblados fortificados se denominan genéricamente castros. Cambia la actitud hacia los muertos, se incineran y guardan en urnas, las que depositan en necrópolis fuera del recinto urbano. Se da el desarrollo generalizado de la metalurgia del hierro y adopción del torno industrial de alfarero, para producir cerámica.

En el territorio comprendido entre la cuenca del Tajo y la línea del Tormes-Duero se desarrolla a partir de la II Edad del Hierro la cultura "Cogotas II", que podemos identificar históricamente con el pueblo céltico de los Vettones, y que se caracteriza por un proceso de creciente organización territorial, ya iniciado a finales del Bronce, que conducirá a la creación de grandes oppida. Estos se enclavan en lugares elevados, de fácil defensa, controlando estratégicamente el espacio circundante y orientado hacia el aprovechamiento de los recursos ganaderos. El modelo de ocupación de estos poblados fortificados revela una jerarquía de los asentamientos en relación con el control de los pastos, dentro de una economía en la que predomina la trashumancia local, y en la que la agricultura es meramente subsistencial.

El Barranco de las Cinco Villas no fue ajeno a estas circunstancias y en el habitaron durante mucho tiempo gentes de tribus vettonas que se asentaron en estas tierras en donde encontraron recursos para su subsistencia y desarrollo.
Vivian en pequeñas aldeas agrícolas y apacentando sus rebaños. De economía marcadamente pastoril en las que las cabañas ovicaprina y bovina desempeñaron un papel esencial. No hay que desestimar actividades complementarias como el trabajo metalúrgico, la explotación de canteras y las relaciones comerciales con otros pueblos. Los lugares que fueron habitados en aquella época ofrecían en líneas generales las siguientes características:

Poblados que podrían albergar una población que oscilara entre varias decenas de habitantes a unos pocos centenares, sobre penillanuras y lugares elevados con amplia visibilidad que permiten controlar los territorios circundantes y las vías de comunicación. Una organización interna simple con viviendas junto a la muralla, o bien grupos de casas con paredes medianiles comunes formando pequeñas manzanas. En otros casos simples cabañas circulares de adobe o tapial, sobre cimentación de piedras de granito que se distribuyan sin ordenamiento aparente.
Los castros mas antiguos estaban defendidos con troncos y empalizadas de madera, otros construyeron murallas de piedras, fosos y estacas hincadas para dificultar los ataques de poblaciones hostiles. Pero la inmensa mayoría vivía básicamente en pequeños poblados sin ninguna intención defensiva.

En el área del Barranco los estudios arqueológicos son prácticamente nulos y, por lo tanto, conocemos bastante mal la anatomía interna de aquellos lugares en donde pudo haber asentamientos aunque hay evidencias muy notables.



Los poblamientos se concentran generalmente en valles fluviales y junto a estribaciones montañosas, controlando las vías de pasos naturales y buscando tanto las tierras fértiles de fondo de valle y los pastos de los paramos. La topografía de los poblados vettones pone de manifiesto que los sitios elegidos suelen ser puntos elevados y de difícil acceso, erizados en rocas graníticas que constituia un elemento de defensa. Esta preocupación por la defensa natural se completaba con obras artificiales de fortificación: murallas, torres, fosos y campos de piedras hincadas. Estos campos de piedras hincadas eran amplios espacios literalmente sembrados de piedras, frecuentemente puntiagudas y de aristas cortantes, dejando pequeños espacios entre unas y otras, y colocadas siempre en las zonas más vulnerables de los poblados, es decir, en las inmediaciones de las puertas. De esta manera se entorpecía la arribada en tromba de los atacantes a pie.

La agricultura vettona fue básicamente cerealista, con distintas variedades de trigo y cebada resistentes al clima frió y seco. Recolectaban bellotas y miel para endulzar los alimentos. El grano de cereal se transformaba en harina para consumo domestico. También fabricaban harinas a partir de las bellotas. No cabe duda que el paisaje actual del Barranco, fundamentalmente formado por pinares, tenía poco que ver con las grandes extensiones existentes entonces de robles y encinas y en las zonas montañosas como la que nos ocupa debió significar un consumo importante como sustituto del pan de cereal. La época de maduración de la bellota oscila entre los meses de octubre y enero, lo que haría necesario desarrollar sistemas de almacenaje para conservar y aprovechar este valioso recurso a lo largo del año.

En el entorno vegetal del Barranco existieron bosques densos de encinas, enebros, quejigos, nogales, castaños, acebos, bosques de ribera y entornos empradizados muy aptos para la caza y el pastoreo, lo que conlleva, además, implicaciones extraordinariamente positivas desde el punto de vista faunistico. Masas forestales extensas con la vegetación propia del sotobosque dio paso a mamíferos salvajes como el ciervo, el uro, el caballo salvaje, el oso, el lobo, el jabalí, el lince, el corzo, el gato montes o el castor algunos de los cuales aun sobreviven en sectores marginales del valle.

Hay que destacar el papel preponderante que jugaron los caballos dentro de la sociedad vettona, como un elemento de ayuda en el pastoreo del ganado, y como arma de preponderancia militar. Plinio, escritor romano, da noticias de que entre los lusitanos se criaba una raza de caballos tan veloces que origino la leyenda de que las yeguas las fecundaba el viento. Los caballos vettones podemos suponer que competirían con los lusitanos en rapidez y operatividad.

Lana, lino, esparto, cáñamo, pieles y cuero de destinaban a la realización de prendas, adornos y variados tipos de recipientes. El atuendo masculino se componía de una túnica corta, sujeta con cinturón, y de un pantalón o bracae. Encima, como ropa de invierno para protegerse de los fríos de Gredos, se cubrían con el sagum o capa con capucha, pieza gruesa de lana oscura o negra, prendida por fábulas de bronce o hierro. El atuendo femenino, además del sagum, constaba de una túnica larga con mangas, cubriéndose la cabeza con un tocado o mantilla.


Cuando fallecían los vettones inicialmente inhumaban a sus muertos en túmulos, es decir los depositaban en tierra y los cubrían con montones de piedra; en una época posterior, los incineraron. Nunca se dio entre ellos el enterramiento en fosa, y menos aún, en sepulcro excavado en la roca.

Los cementerios vettones constituyen una fuente esencial de información. La cremación de los cuerpos era el ritual característico y se llevaba acabo quemando en una pira el cadáver vestido con sus mejores galas, armas y adornos. Las cenizas y demás restos eran recogidos y depositados en una vasija de barro y llevados al cementerio.

Característico de los cementerios vettones es su localización frente a las puertas de los poblados, no más de 300 metros de distancia y su proximidad a las corrientes de agua. La erección de pequeños túmulos encima de los restos incinerados, como una especie de hito bien visible, sugiere, tal vez, que el muerto debía ser recordado por las generaciones venideras.

Aunque el rito de la incineración fue el más extendido entre los pueblos prerromanos en la Meseta, existen evidencias que determinan que no fue el único utilizado. Me refiero sobre todo a la exposición de los cadáveres para que fuesen devorados por los buitres, pues existía la creencia de que si se moría en combate noble y valiente, al ser devorados por los buitres serian retornados al cielo, junto a los dioses de lo alto. Mientras que siguiendo la misma lógica, a los enemigos vencidos se les corta la cabeza, residencia del alma, para que no puedan ascender a los cielos.

La costumbre de comer en círculo en torno a un recipiente y por riguroso orden, dando el primer asiento a la edad y al honor, ha sido característico de los pueblos del interior peninsular. Parece obvio que estas comunidades tenían una fuerte jerarquización interna y que los líderes verían reforzado su poder en función del apoyo social a sus propuestas.

Sus casas eran de tipo rectangular, de una sola planta y con varias habitaciones, con muros de piedra y techos de madera y paja. El suelo era de piedra apisonada o simplemente de tierra arcillosa y las paredes interiores estaban recubiertas por una especie de estuco. Parece ser que para preservar de humedades el suelo de la vivienda, éste solía estar un poco más elevado que el nivel del terreno exterior de la misma. El ganado era encerrado en el exterior del poblado en recintos construidos para este efecto. La habitación principal, destinada a la reunión familiar, estaba presidida por un hogar central en medio de la estancia, en se reunían y cocinaban, una abertura en el techo facilitaba la salida de humos. La familia sentada en bancos corridos, largos se pasaba el guiso por orden de antigüedad entre sus miembros, siendo los ancianos de la familia los primeros en ser alimentados, con lo que demuestran que su cultura veneraba y respetaba la imagen de sus mayores, poseedores del conocimiento que se transmitía de generación en generación. Era un pueblo hospitalario y amaban la danza y la música. Su cultura fue adsorbida por la cultura romana y con posterioridad por el cristianismo. No obstante han quedado algunas costumbres o tradiciones de aquella época en el Barranco.

La guerra formaba parte de la estructura socioeconómica de estas gentes. En este contexto puede resultar útil la cita de Estrabon, según la cual los vettones sólo concebían que los hombres guerrearan o descansaran. La traducción del término vetones o vettones tiene el significado de hombres de guerra, luchadores o guerreros. En cierto modo la sociedad vettona era muy similar a otras sociedades europeas, donde el sistema de prestigio descansaba en la perpetuación de los conflictos a través del duelo o combate singular, en el que representantes de cada parte resolvían las diferencias enfrentándose entre si.

Adoraban a dioses protectores asociados a la naturaleza. Montes sagrados, fuentes, árboles, ríos, etc… El lobo tenía carácter protector. Estas gentes celebraban sus cultos al aire libre. Estos sitios relacionados con el culto a la divinidad presentan modalidades muy diversas, podía tratarse de la cima de una montaña o un lugar elevado, un claro en el bosque, una peña, una cueva las fuentes, los ríos o los manantiales. Existen indicios arqueológicos de santuarios a cielo abierto, distinguiéndose sobre todo por la presencia de grandes canchos de granito vinculadas a complejos rituales de sangre, fuego y agua. Sabemos que uno de los mitos más antiguos del hombre es la adoración al árbol. El misterio del árbol que da flores y frutos, que protege con su sombra y proporciona leña para el fuego del hogar, es una constante del pasado Eran pues, los bosques de encinas, junto a los de roble, los lugares elegidos por los sacerdotes vettones (los druidas) para celebrar sus reuniones de culto. En determinados lugares rodeados de estos árboles se intercambiaban sus conocimientos, y eran estos parajes de espesura arbórea sus únicos templos, no habiendo llegado a nuestros días restos de construcciones vettonas utilizadas con fines religiosas. La celebre fortaleza del árbol de roble es en verdad mítica. El muerdazo, de verdor perenne, planta parasitaria de algunas especies arbóreas, fue junto a la encina y el roble los vegetales más venerados por los vettones, debiéndose sin lugar a dudas tal respeto al alimento natural que, en el caso de la encina y el roble, las bellotas, les reportaban.

La emigración como mercenario a los ejércitos era una forma habitual de adquirir riqueza y prestigio. En las guerras civiles habidas entre Cesar y Pompeyo los vettones aparecen enrolados en el ejercito pompeyano. El robo de ganado y los ataques por sorpresa contra comunidades vecinas era práctica habitual. La movilidad y la necesidad de acceder y controlar grandes extensiones de pastos y agua los hacia muy agresivos. Por Diodoro y Estrabon sabemos que los vettones y los lusitanos practicaban saqueos y pillajes estacionales y luego volvían a casa con el botín. Una de las formas más simples en la resolución de los conflictos era el duelo. En la clásica guerra celta, los héroes se adelantaban lanzando insultos al enemigo. Entonces se iniciaba un combate individual a la vista de ambos ejércitos.

No presentan batalla campal en ningún momento, saben de la superioridad de las legiones romanas cuando están en formación, son difíciles de atacar, se cierran bien y se despliegan con disciplina. Era necesario llevarles al terreno escarpado para efectuar ataques rápidos y efectivos, utilizando dardos y hondas, para más tarde, retroceder hacia mejores posiciones de defensa, a la misma velocidad, esto hacia que las legiones se abrieran más, se estirasen, facilitando el ataque. Para ello disimulaban ataques con parte de la caballería, para más tarde efectuar una retirada que llevaba a las tropas romanas, a caer en la emboscada, que les aguardaba entre las montañas, donde les llovían guerreros enfurecidos que gritaban y disparaban todo tipo de proyectiles. Comentan los historiadores que la costumbre de estos pueblos, al igual que lo hacían los más puros celtas del norte, era la de exhibirse ante el enemigo, con el pene erecto, en prueba de virilidad, a modo de desafió y provocación. Un pequeño escudo de madera con protecciones de hierro “la caetra”, se deslizaba por delante de su pecho, con gran destreza para evitar los dardos y parar los golpes de espada. El terrible solliferreum ó azagaya que consistía en una jabalina hecha totalmente de hierro, se utilizaba en el ataque a corta distancia, estas, lanzadas con fuerza atravesaban los escudos y armaduras de los legionarios romanos. Las espadas que encontramos en todos los yacimientos de las tierras de lusitanos y vettones son de clara semejanza a las de los pueblos etruscos y greco-fenicios con los que mantenían una clara relación en la época pre-romana. Una rica decoración en las mismas, en su empuñadura y funda metálica. El temple dado a estas armas de hierro, hacían de ellas un peligroso enemigo, cortante por ambas caras, manejadas con fuerza, podían dividir en dos a un hombre de un solo tajo, como nos relatan los antiguos historiadores romanos.

La conquista del territorio vettón por parte de Roma se produjo durante las guerras del 154-133 a.C. , a consecuencia de las cuales Roma, después de vencer a Viriato y a los celtiberos, extendió su dominio a la Meseta septentrional. Fue en el año 61 a.C. cuando Julio Cesar fue nombrado gobernador de la España Ulterior, y con el pretexto de erradicar las rapiñas de vettones y lusitanos, hizo con actuaciones militares entre el Duero y el Tajo que la población abandonase los poblados fortificados y bajar al llano.

Los principales restos de los vettones se conservan en sus “castros”, auténticas pequeñas ciudades fortificadas, con murallas y fosos, en las que vivían entre 500 y 2000 personas como máximo. Entre los castros más famosos y mejor conservados están los abulenses de Las Cogotas, La Mesa de Miranda, Ulaca y El Raso de Candeleda, situados en lugares que conservan prácticamente el paisaje originario.
BIBLIOGRAFIA UTILIZADA

Álvarez Sanchis, Jesús R.
“Los Vettones” Real Academia de la Historia. Madrid 1999
“Los señores del ganado” Ediciones Akal – Madrid 2003
Belmonte Diaz, José
“La ciudad de Ávila. Estudio Histórico”. Caja de Ahorros de Ávila. 1986
Caro Baroja, Julio
“Los pueblos de España” Barcelona 1946
Martín Carramolino, Juan
“Historia de Ávila, su provincia y obispado”. Madrid 1946
Salinas de Frías, Manuel
“Los Vettones – Indigenismo y romanización en el Occidente de la Meseta” U. Salamanca 2001
“La organización tribal de los vettones” Salamanca 1952
Sánchez de la Cruz, Ángel
“Los Celtas Vettones en las tierras abulenses” Ávila 2001
Aguiar, Joao
“Viriato – Iberia contra Roma” El País – Novela histórica 2005
Pastor Muñoz, Mauricio
“Viriato- El héroe hispano que lucho por la libertad de su pueblo. La Esfera de los Libros – 2004
Martín García, Gonzalo
“Mombeltrán en su historia” Diputación Provincial de Ávila – Ávila 1997
Eduardo Tejero Robledo
“Mombeltrán – Historia de una villa señorial” Ediciones SM – 1973
Maria Mariné – Coordinadora -
“Historia de Avila I – Prehistoria e Historia Antigua. Diputación Provincial de Avila – Avila 1995